Un nuevo comienzo (profesor Luna ll)

Capítulo 1

 

Miró el reflejo de ojos verdes que le devolvía el espejo retrovisor de su auto casi nuevo, estaba como en un sueño cuando había logrado comprarlo luego de que su amigo Jemm le ayudara a vender su anterior coche entre alguno de sus múltiples contactos para poder juntar todo el dinero que necesitaba.

Desde que había visto en la concesionaria aquel coche rojo brillante con hermosos asientos de piel, había sentido que poder manejarlo era una meta.

Desde que había cambiado de ciudad para comenzar de cero había logrado todos sus objetivos planteándose metas, se repetía cada mañana lo siguiente que quería lograr hasta que lo lograba.

Hace algunos meses había sido aquel hermoso coche para el que había ahorrado durante demasiado tiempo, estaba plenamente feliz la primera vez que lo condujo acompañada de su hermana, viajaron por dos horas alrededor de la ciudad, con las manos fuera de las ventanillas y los rostros sonrientes, volvieron a visitar la zona suburbana de la ciudad solo para comprar un helado de vainilla con uva que vendían en un pequeño establecimiento local, era el favorito de ambas, había sido su favorito desde que descubrieron aquel lugar, había sido una pequeña muestra de que lo dulce aun existía cuando su vida no iba tan bien, una salida de su realidad.

Layla amaba obtener con esfuerzo y dedicación sus metas personales y profesionales y también bienes materiales, sin embargo, el haber crecido careciendo un poco de estos últimos la había hecho no darles más valor del que verdaderamente merecían, al final del día ni los coches, ni las casas y ni siquiera los zapatos y ropa de marca que usaba en el trabajo le daban la felicidad.

Esa solo la encontraba en los ojos de su hermana, en las bromas de su mejor amigo, en la voz de Emma poniéndola al día de las buenas noticias mediante llamadas que duraban hasta la madrugada, en poder dormir sin frio y sabiendo que su hermana estaba a salvo, que ambas lo estaban…

 

Pero en aquel momento su felicidad era un tema pasado, porque no estaba siendo su mejor día, su máscara de pestañas la hacía sentir los ojos pesados, su hermana había salido a la escuela sin avisar, y ni siquiera podía sentir felicidad por manejar su hermoso coche nuevo porque los niños siempre lo dejaban hecho un desastre.

Hizo sonar el claxon varias veces para que la niñera de los mellizos saliese con ambos de la mano.

Layla nunca pensó que tendría que pasar por aquello; volver a estar a cargo de niños pequeños.

—¡Mami! —comenzó a gritar la niña y sus ojos oscuros se llenaron de lágrimas.

Layla se preparó para escuchar el llanto del niño también, aquellos hermanos siempre eran así; todo lo que alguno comenzaba el otro debía seguirlo.

Sin bajar del auto esperó a que la amable niñera de rasgos afables los ayudara a ponerse el cinturón.

Al verlos con lágrimas rodando por sus mejillas, Layla pensó en que eran demasiado mayores para hacer ese tipo de rabietas, definitivamente su padre los consentía demasiado.

—Están listos —dijo la mujer mirando a Layla. —El señor me dijo que usted los traería por la tarde, pero voy a salir a las compras así que tendrá que hacer algo de tiempo cuando salgan de la escuela... porque no pueden quedarse solos —Layla le ofreció una sonrisa forzada para evitar rodar los ojos, estaba cansada de aquello.

Esto no me corresponde, pensó y comenzó a manejar en dirección al cotizado colegio católico de los mellizos.

La colegiatura era desorbitantemente costosa, al menos ella no era quien la pagaba...

—Mi nariz está escurriendo... necesito papel —le pidió Lucas mostrando sus manos mojadas de fluido nasal, Layla ocultó su gesto de disgusto de los ojos oscuros del pequeño.

—Eso pasa cuando lloras —le dijo ella en un tono amable —Dijimos que ya no llorarían... —soltó cansada a la vez que hacía malabares buscando las toallas de papel y prestaba atención a los semáforos cambiantes.

—Odio la escuela y te odio también —soltó Daphne de la nada y se cruzó de brazos.

Que malcriados.

Siguió conduciendo, tratando de ignorar las peleas, gritos y risas infantiles que se dieron lugar durante todo el trayecto.

Se estacionó en un lugar disponible exclusivo para maestros, porque la fila de padres era demasiado extensa, de cualquier manera, el guardia siempre fingía no darse cuenta, gracias a todas las veces que Layla le sonrió con inocencia y amabilidad en busca de ser absuelta de los regaños, al final aprovecharse de que la gente la considerara bella le traía beneficios.

Ayudó a bajar a ambos y los encaminó hasta la entrada.

—¿Podemos ir por un helado más tarde? —preguntó Daphne con ojos inocentes, aparentemente olvidándose de su odio hacia ella.

—Solo si terminan todos los deberes —les respondió acostumbrada a sus cambios de humor.

Antes de llegar se soltaron de sus manos para correr hacia la entrada, donde una joven maestra los recibía con una sonrisa, la maestra miró hacia Layla y saludó con un gesto de su mano, dando a entender que ya podía marcharse.

Pero Layla se había distraído de pronto, entre la bruma de gente dejando niños y profesores ataviados llegando tarde, sus ojos vislumbraron una silueta familiarmente olvidada, ingenuamente comenzó a buscarlo, no podía ser él, no podía estar ahí, sería absurdo...




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