Después de terminar su rutina de ejercicio y soportar las insufribles miradas de tristeza que Lía le dio durante toda la mañana mientras la seguía a la cocina, a su recamara y hasta a la puerta del baño, Layla logró salir de casa gracias a la ayuda de Jerome y luego de prometer a su hermana que usarían los boletos de avión con fecha abierta que Nicholas le había enviado dos meses atrás como regalo por ser aceptada en la compañía de abogados.
—Además robaremos bocadillos para ti —había apuntado Jemm ante la última mueca de infinita tristeza de Lía.
—Soy vegetariana —dijo ella en respuesta, cruzándose de brazos, su cabello rosa y morado la hacía lucir como una pequeña animación de caricatura, Jemm pensó en una serie que veía a escondidas de sus padres judíos, en la que dos hermanas rockstars viajaban por el mundo viviendo extrañas aventuras, una de ellas tenía el cabello morado y la otra rosado, bueno, encontraba a Lía como una combinación de ambas, incluso en la personalidad, podía ser la tierna y podía ser la infernal.
La miró con los ojos entrecerrados, aquella mirada que hacía notar que sospechaba cuando alguien mentía.
—Si dejas de comer carne no te crecerán las bubies —le dijo con un tono burlón, mientras Layla se miraba en el espejo circular de su recibidor, retocando su labial, de pronto ella se giró para mirarlo mientras Lía la miraba a ella con indignación.
—Eso es mentira —había dicho Layla con un tono condescendiente a la vez que su hermana decía:
—El tamaño de mis bubies no es tu asunto, eres parte de esta horrible sociedad, eres igual a esa gente que te juzga por ser gay, eres todo lo que odias —su tono melodramático había hecho reír a carcajadas escandalosas a Jemm.
—Deja el drama, volveremos a tiempo para ir por hamburguesas —Lía lo había mirado de reojo, cruzada de brazos parada frente a la puerta, en su conjunto blanco como todo en aquel apartamento.
—¿Pagarás por mi malteada triple? —él asintió y luego antes de salir se había vuelto hacia ella, como recordando algo de pronto.
—Eres horrible, no te perdonaré haberme comparado con los homofóbicos —dijo en el mismo tono dramático que había utilizado Lía y Layla solo los observaba desde su lugar, a veces, todavía se sentía demasiado adulta para ese tipo de bromas, a veces aún se olvidaba que era joven y despreocupada.
De igual forma entendía el nivel de sarcasmo que aquellos dos manejaban, pero a veces decidía no involucrarse, simplemente besó la frente de su hermana y salió detrás de su amigo.
Justo antes de entrar en su coche, al mirar el suelo se encontró con un billete a sus pies, sonrió al levantarlo.
Bien, estoy de suerte hoy...
Apenas salió del estacionamiento de su edificio un sonido desagradable y su vista siendo nublada en el parabrisas la hizo tensarse, pensando todo lo contrario que momentos antes a cerca de su buena suerte.
—¿Es popó? —su amigo la miró y ella asintió distraída al tiempo que escuchaba el cantó de aquella ave a lo lejos, como burlándose de ella.
Lo que buscaba era dar la mejor impresión posible en una reunión en donde prácticamente la mayoría de los asistentes serían abogados; sus colegas, porque aunque aún estaban en formación ambos ya tenían un título y debían hacer alarde de aquello, al menos un poco.
Su vestido azul oscuro lo dejaba ver, su cabello corto en ondas y su maquillaje impecable, todo gritaba poder en ella, pero no su coche con mierda de pájaro.
Comenzó a buscar las toallas de papel que guardaba desde que había comenzado a recoger a los hijos de su jefe, se las ofreció a Jemm y él la miró.
—Yo no quiero limpiarlo —soltó él en un tono muy próximo al llanto, Layla lo apresuró mientras se detenía con el semáforo, ignorando su rostro suplicante.
—Hazlo ahora, está en rojo, vamos, vamos —él la miró con resentimiento, mientras sacaba la mitad de su cuerpo por la ventanilla, estirando el brazo hasta alcanzar la mancha blanquecina justo en medio del parabrisas.
—Nunca voy a perdonarte por obligarme a hacer esto —le soltó él al volver a acomodarse en su lugar, lanzó el papel que había utilizado al pequeño cesto de basura que Layla llevaba en el portavasos, un curioso y pequeño objeto que Lía había conseguido en una tienda china y que mantenía el coche libre de basura.
—No podemos llegar con el parabrisas lleno de esa cosa... —le dijo ella.
Y justo cuando el semáforo comenzaba a cambiar de color, como si se tratara de una absurda broma o una cruel burla de la vida, el parabrisas nuevamente se llenó de los desechos de alguna otra ave empeñada en joder el día de Layla, ambos se miraron, Jerome hizo un gesto de dolor y negó con la cabeza, está vez la mancha estaba más hacia un costado.
Layla pensó en lo irreal de la situación, esperando que hubiese otro semáforo rojo antes de llegar a casa de su jefe.
¿Qué tan probable es que te suceda la misma cosa desafortunada dos veces?
Su amigo volvió a limpiar aquella mancha, aun así, Layla podía ver la suciedad oscureciendo el cristal, manchando la pulcritud y arruinando su nube de perfeccionismo.
Una vez que llegó a la casa de su jefe, estacionó el coche donde el jardinero le indicó después de haberse apresurado a abrir la reja para ella y saludarla con una sonrisa, reconociéndola y haciendo que Layla tuviera recuerdos no muy buenos de todas las veces que había estado en aquella entrada.
Editado: 16.05.2021