De pie frente a su espejo favorito no podía encontrar en su reflejo lo que tanto le molestaba, pero había algo ahí, no era el maquillaje porque parecía perfecto, tampoco su cabello porque había pasado el domingo con una mascarilla cremosa que Lía la había obligado a usar y aquella sustancia había hecho que luciera mucho más brilloso que nunca, pero era innegable que había algo molesto para ella...
—¿Me acercas a la escuela? —preguntó su hermana desde la cocina, cerrando apresuradamente contenedores para luego meterlos en su mochila.
—Si, vamos... —dijo, aunque realmente pensó en lo inútil que era llevarla cuando estaba tan cerca que tardaría como tres minutos en coche.
Lía le entregó dos de sus contenedores de colores y le sonrió.
—Te hice el desayuno, es uno para Jemm —dijo orgullosa y Layla sonrió con amor.
—No es necesario...
—No es ni una migaja de lo que haces por mi Layla, así que cállate —dijo su hermana acomodando su fleco rosa y se encaminó a la salida.
—¿Qué es eso? —dijo Layla mirando la visiblemente pesada mochila extra que Lía llevaba.
—Tareas —respondió encogiéndose de hombros y Layla la miró con ojos entrecerrados —Las hago por dinero —soltó Lía sin poder ocultarle nada a su hermana.
—No te metas en problemas...
—Es legal, además quiero dinero
—¿Para qué? —Lía la ignoró y se subió al coche.
—Lía... —dijo Layla en un tono totalmente acusatorio.
—Lo sabrás cuando lo veas —dijo ella en un tono misterioso y luego emitió una sonrisa sincera —No es nada malo, lo prometo —dijo entonces y Layla tuvo que confiar en su instinto y creerle.
Cuando llegó al despacho una serie de eventos inesperados la hizo sentirse extrañamente feliz.
En medio de su pequeño escritorio estaba un pequeño arreglo de flores y una caja con chocolates que definitivamente lucían costosos.
—¿De quién es? —soltó Jerome que no había apartado la vista de ella en espera de su reacción.
Layla pensó en Daniel agradecido por su floreciente amistad, pero eso sería imposible, luego sintiéndose tonta recordó el inconveniente que tuvo con Nicholas y su triángulo amoroso que incluía su trabajo como tercera arista.
—Sorne... —respondió por lo bajo.
—Lo dudaste —soltó su amigo abriendo tanto los ojos que parecía una extraña animación —Layla... —la advertencia implícita en su voz la hizo rodar los ojos.
—No seas tonto... ¿Quién más podría haber sido?
—¿Y a qué se debe? —soltó su amigo sin dejar de lado su mirada de sospecha, pero ansioso por averiguar la historia detrás.
—Es un idiota, no me merece, no tiene tiempo y hace promesas que no puede cumplir... a grandes rasgos se debe a eso —dijo ella enumerando con los dedos como si sus problemas de pareja fuesen algo habitual, cuando en realidad la mayor parte del tiempo estaban la mar de bien, porque casi ni se veían.
—Amiga... —dijo él negando con la cabeza. — Sabe que los chocolates son nuestros favoritos... es un buen hombre —su tono burlesco no pasó desapercibido para Layla.
Aun así, se encaminaron a la sala de descanso, con los chocolates a cuestas, sosteniendo la enorme caja como si fuese una cartera de mano, decidieron hacer el tonto, mientras su jefe no los descubriera no habría problema.
Entraron a la sala, desconcertados por encontrar las puertas cerradas, porque siempre solían estar abiertas; para Marquina unos trabajadores descansados y un lugar para poder tomar un suspiro era prioridad, por lo cual aquella sala tenía varios cómodos sillones y una litera individual en una de las esquinas, una pantalla plana y varias plantas que hacían lucir más tranquilo el lugar según las palabras de Demian, los ruidos extraños del cuarto de baño los hicieron mirarse entre sí, pero ignoraron aquello dando por hecho que sería el encargado de la limpieza tratando de deshacerse de las horribles manchas que dejaban los irresponsables abogados del piso de Marquina al botar los restos de café en el lavabo.
Layla se dejó caer en el mullido sofá de dos espacios y frente a ella Jerome se acomodó, listo para devorar todo lo que pudiese soportar sin tomar agua.
Era un viejo juego que tenían, habían hecho la promesa en sus tiempos de precariedad, una vez después de que saliese a tema que llevaban varios meses sin comer chocolate, que compartirían cada que alguno tuviese una barra en las manos.
Con el tiempo, cuando Layla o Jemm recibían cajas de sus pretendientes endulzadores siempre hacían competencia para ver quién podía comer más antes de beber agua o cualquier otro líquido que aliviara el dulzor.
Jerome siempre tomaba la delantera, pero Layla terminaba ganando, no sabía si la dejaba ganar o genuinamente soportaba más lo dulce, pero le gustaba ganar, así que no apelaba.
—Uno, dos... ¡tres! —Jemm comenzó a devorar chocolate tras chocolate y al verlo un poco más entusiasta de lo normal, Layla comenzó a apresurar su táctica.
Editado: 16.05.2021