Un nuevo comienzo (profesor Luna ll)

Capítulo 18

 

—Creo que no encontraras nada mejor —soltó Layla mirando a Daniel desde el balcón, el aire hacia volar los cabellos sueltos de sus dos pequeñas trenzas que Lía había hecho con más esfuerzo del que requeriría el cabello largo.

Aun así, le había gustado el resultado, parecía más joven en sus jeans amplios y la camiseta verde claro que hacía resaltar sus ojos, había parecido una buena idea para aquel día un look relajado.

—No tiene patio

—No lo necesitas

—Quiero un perro —dijo él, buscando todo tipo de pretextos como en los últimos tres lugares.

—Tampoco lo necesitas

—Que sí, que lo necesito... —Layla dejó caer los brazos, exhausta de su retahíla.

—Entonces vuelve al horrible hotel sin agua —soltó mirándolo con seriedad, entonces él se sentó en uno de los dos taburetes que tenía aquel pequeño apartamento de un cuarto, baño y una pequeña área de descanso que incluía un lindo balcón, para Layla era excelente, accesible y mejor que un hotel definitivamente.

—Si lo hago... si me mudo aquí, si voy por mis cosas a casa, entonces es definitivo... ¿Sabes? —Layla entendió entonces que lo que le costaba no era encontrar un lugar perfecto si no aceptar que estaba soltando el lugar que él había creído que era el perfecto; estaba soltando su vida con Marianne y su hogar, estaba comenzando de nuevo...

Se arrepintió por varios segundos de haber sugerido buscar lugares en renta, después de que Lía, Nick y Jerome estuviesen ocupados nuevamente el sábado por la tarde, quizá la opción de comer pizza y ver películas sola habría sido mejor.

Pero lo había visto un par de veces más durante la semana vagando por el despacho con aquella maleta de ropa y el cabello mojado, así que sólo quería ayudarlo en una de las múltiples partes de su vida que parecían andar mal...

A veces la intención de ayudar es lo único bueno en todo el proceso.

—Vámonos entonces

—¿A dónde?

—Por un helado de crema de vainilla y uva —él arrugó la frente, ella sabía que estaba pensando lo asqueroso que sonaba, pero disfrutaría ver su rostro cuando lo probara.

Layla condujo a través de la ciudad hasta llegar a la periferia; el área suburbana.

Suspiró apenas pasar el primer bloque de casas prefabricadas, pequeños rectángulos amarillos, todas con techos y ventanas iguales, todas escondiendo tristes historias...

Inevitablemente sintió la urgencia de hablar:

—Vivía aquí —soltó y Daniel la miró, ella se arrepintió de inmediato, aquella parte de la historia lo involucraba, al menos indirectamente, al menos en las noches de llanto y las llamadas preguntando por él en la escuela de su antigua ciudad desde alguna de las casetas telefónicas llenas de grafitis y anuncios que daban miedo.

—¿Cuándo?

—Hace un tiempo —dijo ella sonriendo para ocultar su verdadero sentir.

—Parece... inseguro

—Sigo viva, así que lo superé —tomó de su guantera las gafas de sol que básicamente consistían en dos lentillas en forma de corazón que su hermana siempre guardaba allí.

Layla se colocó los lentes color rojo apenas cruzó hacia la calle en la que su heladería favorita se encontraba.

El local tenía un letrero con luces neón de las cuales sólo una parpadeaba débilmente.

—No luce muy seguro —repitió él y ella lo miró como si él se hubiese descompuesto.

—Deja de decir eso, suenas como un anciano... —él la miró con sorpresa, sabía que ser su amigo implicaba su lenguaje informal, pero aquello le había afectado en puntos que no esperaba, ella comenzó a reír ante su mirada de cachorro sorprendido.

Layla soltó una risa fuerte y auténtica, los lentes rojos la hacían lucir como una extravagante, con aquellas trenzas diminutas y los labios color cereza, parecía una de esas ilustraciones antiguas de los años ochenta.

Layla estiró el brazo de nuevo hasta la guantera, buscando a tientas por unos segundos lentes, iguales a los suyos, pero en tono rosado.

Se los ofreció y él la miró con aquel gesto que lo hacía parecer completamente perdido, Layla pensó en que aquella era su nueva muletilla facial, aquellos ojos confundidos habían suplido la natural sonrisa coqueta y los ojos brillantes que ella deseaba ver nuevamente, aunque sea solo una vez más.

—Debes ponértelos o no tendrá el mismo efecto

—¿Qué?

—¡Vamos! —apuró ella, apuntando los lentes nuevamente en su dirección hasta que él los tomó.

Bajaron del coche, ella se encaminó en seguida hacia la entrada del local mientras él la seguía y trataba de ponerse los lentes con torpeza.

La miró saludar al dueño, pedir dos helados dobles y un litro para llevar de aquel sabor extrañamente desconocido.

Ella le pasó el recipiente de un litro y luego los dos barquillos, Daniel los sostuvo en un hilarante intento por parecer tan casual como ella en medio de aquel local que parecía incluir el filtro sepia que hacía lucir todo un poco envejecido y amarillento.




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