Layla Alexander
Layla pasó los siguientes días entre papeles de casos, estudiando para poder convencer a su jefe de que ella podía ser quien representara a la esposa de Daniel, aun cuando sonaba como una mala idea, se había convencido de que aquello no traería ningún problema.
Su amistad con Daniel tenía límites visibles en donde su trabajo y la lucha por sobresalir en el despacho comenzaban e incluso él lo había propuesto de esa manera desde el comienzo.
Jerome le había confesado que lo suyo con su nueva cita recurrente por quien abandonaba a Layla los sábados había terminado, así que no tendría que volver a pasar otro fin de semana buscando desesperadamente una actividad que no incluyera ver películas depresivas a solas, porque, aunque amaba hacerlo; estaba en un punto de su vida en el que prefería la alegría.
Nicholas no la había buscado después de su decepcionante presente de disculpa, los chocolates ya no existían y las flores estaban casi completamente marchitas, seguía enviando mails para saludarla, contarle sus días y pedirle que le contara los suyos, aquella siempre había sido su habitual forma de llevar la relación, pero por razones desconocidas para Layla, estaba resintiendo fuertemente su ausencia.
Al comienzo de la semana, Daniel se había mudado al pequeño apartamento con su única maleta de piel y un aire de positivismo que probablemente se esfumó cuando volvió a estar a solas, Layla pensaba en él como un triste cachorro al que quería proteger, al menos estaba siendo un poco imposible la probabilidad de que su sonrisa descarada le quitara el aliento como ocho años atrás, porque aquella sonrisa parecía haber tomado unas largas vacaciones con posible retiro definitivo, así que al menos no tendría eso para hacerla dudar de lo que quería.
Porque en aquel instante sólo quería seguir su vida como hasta entonces la había estado viviendo.
—¿Y por qué fuiste hasta allá sin mí? —le preguntó Lía, acababa de llegar de la escuela y había tomado el recipiente con helado del fondo del congelador.
Llevaba varios días ahí y hasta entonces Lía se había decidido a comerlo.
—Porque estabas con tus amigas —soltó Layla sonriendo a medias mientras hojeaba las carpetas llenas de apuntes de la universidad en busca de datos que le ayudasen a formar argumentos válidos para el último caso que Demian le había dejado revisar.
—Bueno, tomaré eso como una disculpa —soltó Lía llevándose una enorme cucharada a la boca.
—La verdad no fui sola, llevé a un amigo extremadamente triste...
—¿Se puso las gafas? —preguntó la más joven mientras se acomodaba el flequillo con una de sus manos.
—Por supuesto —soltó Layla sonriendo.
—Al menos ayudaste a alguien...
Ayudar no era la palabra correcta, pensó Lay, porque no lo había ayudado, más bien le había mostrado el otro lado de la ecuación, el lado ligero de cargar una maleta y sueños vacíos a cuestas, el lado brillante de la Luna... El lado que Daniel se estaba perdiendo al aceptar el abrazo de la tristeza, la soledad y la depresión, el lado al que a ella le hubiese gustado acceder en sus tiempos más oscuros...
….
Daniel Luna
Daniel Luna miró hacia el paisaje bajo su balcón, dentro de aquel cuarto de hotel que llevaba siendo su casa tanto tiempo que dejarlo realmente se estaba volviendo una buena idea, de hecho, al solo volver después de aquella tarde de visitar pisos y comer helado, realmente todo parecía un poco menos complicado.
Una masa de gente se arremolinaba entre las calles de la ciudad, los coches avanzaban entre ruidosos pitidos y monótonos sonidos.
Respiró hondo, por primera vez en mucho tiempo, su vida comenzaba a tener un poco de sentido, no podía mentir, los últimos años habían sido algo... oscuros.
Antes de conocer a Layla la primera vez, había estado a punto de casarse, en aquel entonces el matrimonio era sólo como una meta de vida, como un escalón más que siempre se te dice debes subir para alcanzar la felicidad. Entonces aquello no había funcionado y simplemente se había sentido bien. Pero al conocer a Layla, o a su personaje, no sabía a ciencia cierta aún de cual se había enamorado realmente, aunque una no existiría sin la otra, había comenzado a pensar en aquello como una verdadera posibilidad, había empezado a darse cuenta de que realmente podía ser un escalón para la felicidad y lo quería subir de su mano, acompañados de la hija pequeña que en realidad resultó ser su hermana.
Luego, varios años después, convencido de que lo que tuvo con Layla no volvería ni se repetiría, había decidido comenzar a vivir nuevamente, con miedos nuevos, manías añadidas y un par de hábitos extraños, había dejado de caminar por cada nueva ciudad que conocía, ahora sólo lo tranquilizaban los deportes de fuerza, había hecho buenos amigos en los cursos de boxeo y ya no tomaba café solo ni sonreía hacia las madres de sus alumnos, eso jamás lo volvería a hacer... definitivamente.
Soltó una risa hueca, en medio de su cuarto aparentemente vacío, una única planta descansaba; regalo que su madre preocupada y amorosa le había insistido en enviarle por paquetería para animarlo; las plantas siempre serán la mejor compañía, siempre le decía.
Editado: 16.05.2021