Un nuevo comienzo (profesor Luna ll)

Capítulo 25

Lía Alexander

 

Lía había pasado la mitad de su vida sabiendo que no tenía un panorama perfecto, pero al menos tenía a su hermana y era todo lo que necesitaba, pero entonces aquello había mejorado. Cuando huyeron de casa Lía comenzó a ser feliz de verdad, comenzó a ver la vida ligera y llegar a casa no implicaba una posible discusión de Victoria, así que aun cuando la habitación que compartía con Layla en los suburbios era fría, ella amaba vivir ahí, amaba a la anciana gruñona porque siempre le daba cuencos de sopa caliente, después de mirarla mal, claro, “toma esto, chiquilla flacucha”, le susurraba con su ronca y temblorosa voz.

Amaba el tapiz viejo de la habitación porque las manchas en las paredes formaban rostros y figuras sobre los cuales inventaba historias.

Amaba la escuela comunitaria, había hecho muchas amigas ahí, ellas le intercambiaban los lápices de colores por pulseras y moños para el cabello, aunque luego su hermana descubría aquello y la obligaba a recuperar sus colores, Lía la pasaba muy bien entre el intercambio de sus pocos bienes escolares.

Mientras los años pasaban, las cosas fueron más claras para ella, había crecido ignorando todo el empeño y sacrificio que le costaba a su hermana el sacar a ambas adelante, pero después se hizo mayor y lo veía todo con claridad.

Entonces se esforzaba por hacerle la vida un poco más fácil a Layla, quien nunca dejaría de ser su persona favorita en el mundo, así que, aunque la vida y sus problemas ya eran reales y palpables para Lía, ella se empeñaba en ser feliz y encontrar momentos lindos y guardar recuerdos que le hicieran sonreír cuando ya fuese demasiado vieja para buscar más experiencias.

Lía se enfrascaba en libros, en artículos recientes de la biblioteca, se hacía amiga de las mujeres mayores y escuchaba todas sus experiencias de vida, encontraba apasionante el tema de la libertad femenina pero al mismo tiempo no se prohibía leer todas las novelas juveniles que llegaran a sus manos, suspirando por los "chicos malos" y también por los dulces y tiernos, ella había decidido hace tiempo abrirse a todas las opciones, no podía elegir sólo un lado de las cosas, porque amaba conocer ambos.

 

Asistía a una preparatoria pública cerca del apartamento que ella y su hermana habían elegido y cuyo pago de inicio fue la herencia que su padre les había dejado, aquella noticia sólo fue la confirmación de algo que ya sabía; era huérfana, pero en realidad nunca había estado ahí, así que...

Siguió, de la mano de su hermana y entre paredes blancas y bonitas, de pronto la vida las había llevado al lado ligero, el lado en el que nunca faltaba una merienda, no se quedaban sin electricidad por falta de pago, cada una podía comer su propio helado y la nevera siempre tenía comida, no había lugar para sentirse desgraciada, porque tenían todo y se tenían a ellas.

 

Sabía que pronto debería iniciar la universidad, pero en realidad, la universidad sólo es una enorme representación social que nos indica las pautas del camino "correcto" pero nada era completamente correcto o incorrecto según Lía, así que aún no estaba segura de querer tomar ese camino, pero si es que en algún momento se convencía de hacerlo estaba decidida a quedarse en la ciudad, porque no podría estar tan lejos de su hermana, sus abrazos seguros y sus buenos consejos, además ninguna otra ciudad tendría su helado favorito, a Layla, Jerome y las perfectas tardes de clima templado.

 

Las últimas semanas había estado vendiendo tareas para reunir dinero, sabía que su hermana probablemente le diría que no era necesario, pero ella estaba empeñada en poder organizar aquella reunión sorpresa para el cumpleaños de Layla, había comenzado a comprar algunas cosas y ocultarlas bajo su cama, a veces dormía en el cuarto de Layla con ella, pero no dormían en el cuarto de Lía porque su cama era más pequeña, así que no corría peligro de ser descubierta.

 

Bajo su cama descansaban gorros de fiesta de esos que siempre le habían causado rodar los ojos a su hermana, serpentinas y una tira de cartón de un rojo brillante que anunciaban “Felices 28", aún faltaba tiempo para el cumpleaños de su hermana, pero Lía era de esas personas que prefieren comenzar a planear de a poco y con tiempo.

 

Así que aquella tarde, después de la preparatoria, había convencido a sus dos mejores amigas; Marial y Jackie de acompañarla a las tiendas del centro de la ciudad.

—¿Estaremos invitadas? —preguntó Jackie, mordiéndose las uñas pintadas de rosa, su cabello liso y negro caía sobre un lado de su rostro.

Lía asintió distraída, mientras miraba al rededor, buscando alguna tienda que tuviera lo que necesitaba; velas aromáticas e incienso para la fiesta con temática “Zen”.

Planeaba hacer a los pocos invitados intercambiar cuarzos y piedras, prender velas y pedir buenos deseos para Layla y había convencido a Nicholas de pagar a una adivina para que fuera a leerles las cartas o la mano, sin embargo, ya no estaba segura de que eso siguiera en pie, pues Nick y Layla habían terminado.

—Mi mamá puede hacer el pastel —sugirió Marial con una amplia sonrisa, su piel era aún más traslúcida a la luz del sol —Puede adornarlo con flores naturales y ramas... quedaría con el tema —continuó pensativa.




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