Layla se encontraba de pie en medio de su cocina, el sonido de la comida hirviendo en la estufa era como un suave arrullo, como una de esas canciones de cuna que nadie le cantó nunca.
Lía bajó las escaleras, habían vuelto del domingo de hermanas, entre un silencio extraño, después de comprar la comida que Layla estaba recalentando.
Se miraron, siempre volvían a aquel punto en que agradecía tener a la otra, que sería de mi sin ti, pensaron ambas, su unión iba más allá de la sangre, tenían un vínculo perfecto...
—¿Todo bien? —preguntó con voz suave la mayor, la ironía de que ella respondería con una negativa a aquella pregunta le hizo gracia.
—Si... —dijo al tiempo que amarraba su largo cabello bicolor en una coleta, para dirigirse a la cocina y comenzar a husmear en la comida —Huele bien —dijo respirando el ligero vapor, era de un restaurante que nunca habían visto, así que la expectativa era que estuviese deliciosa u horrenda.
Layla miró a su hermana dándole la espalda, su actitud tranquila y callada le pareció sospechosa, la vio tocarse el cabello amarrado múltiples veces y estuvo convencida de que le ocultaba algo...
—¿Te sirvo dos? —cuestionó Lía, alcanzando platos y señalando los rollos de pollo rellenos de queso y tocino, Layla negó.
—Solo uno, por favor —dijo con voz apagada.
Lía miró a su hermana sobre su hombro, su rostro enigmático y su falta de apetito le dejó claro que estaba ocultando algo, añadiendo el hecho de lo que había sucedido aquella mañana; lo de encontrar a su profesor en la sala de su hogar...
Lía dejó ambos platos sobre la barra de la cocina, ambas tomaron asiento en uno de los cuatro taburetes, se miraron, se llevaron un trozo de pollo con escurridizo queso gratinado a la boca...
En su interior Layla tenía claro que hace tiempo había decidido contarle a su hermana sobre Daniel, pero le costaba encontrar las palabras correctas, solo que en aquel instante sabía que las palabras nunca serían suficientes o insuficientes, hace años simplemente se había privado de contar sus penas, porque de alguna forma hacer eso es mostrar vulnerabilidad, pero quien más sí no son los que amamos pueden ofrecernos un abrazo y ayudar a sanar nuestros corazones vulnerables, ahora sabía que no merecía cargar a solas todo lo que le dolía, que merecía consejos y todo lo que viene con las historias tristes, incluidas las miradas de lástima y las inútiles palabras de aliento, ella no merecía pensar que debía estar sola, nunca jamás pensaría que era insuficiente en cualquier aspecto, porque en definitiva no lo era.
Lía levantó su mirada hasta su pensativa hermana mayor, los nervios le recorrían la columna vertebral, sabía que el día en que le dijera algo como lo que necesitaba decirle llegaría, pero por algún motivo estaba demasiado nerviosa, deseaba que Layla lo tomara bien.
—Tengo algo que decirte —dijeron ambas, al unísono y se miraron una a la otra, frente a frente, como una especie de espejo.
—Tu primero —soltó Layla.
—Conocí a un chico —confesó Lía y de inmediato soltó una bocanada de aire, Layla rio ante su semblante preocupado.
—Eso es increíble, ¿quién es? ¿cómo es? ¿cómo se llama? ¿cuántos años tiene? —comenzó a preguntar cómo loca sonriendo y su hermana pequeña imitó su sonrisa, aliviada.
—Es un chico que conocí en una tienda, es lindo, tiene ojos azules y cabello rubio, es muy alto, se llama Gian y tiene veinte... —respondió ella enumerando con los dedos las respuestas a cada una de sus preguntas.
—Cuéntame más, cuéntame todo —dijo Layla con una tierna sonrisa.
—No, tú cuéntame —la sonrisa se borró y una ligera tristeza inundó el semblante de Layla.
—Bueno, yo también conocí a un chico... —Lía la miró sonriendo y Layla apartó la vista de ella. —Hace más de ocho años, conocí a Daniel Luna y me enamoré de él, tuvimos una relación —soltó ella y miró a su hermana, sus ojos mostraban sorpresa, pero Lía sabía por los gestos de Layla que no era una historia feliz, no podía juzgarla, no cuando a su mente acudió de inmediato que ella había sido quien los había hecho conocerse, indirectamente, puso su mano sobre la de su hermana.
—Puedes contarme... quiero saberlo —dijo ella en un tono amable, dejándole a su hermana aquel espacio para desahogarse.
Y entonces le contó todo, absolutamente todo, al menos todo lo que aún estaba en su memoria, desde la primer mentira, hasta las mil que vinieron después, como lo hizo creer que era alguien más, le contó sobre cómo ocultó todo, como terminó y cuanto le dolió aquello, como él volvió a entrar en su vida, su divorcio y la implicación de ella en este proceso y como lo había tratado de ayudar los últimos meses, que había sido él con quien había ido a los suburbios por un helado de vainilla y uva y le contó cómo se había dado cuenta de que ya no era sólo un viejo recuerdo con quien ser amable, que era más... mucho más.
Y Lía escuchó todo, atenta y empática, desde el amor comprendió la posición en que su joven hermana con demasiados problemas familiares había estado, pero también lo que lo había llevado a él a dejarla de aquella manera, se puso en sus zapatos y abrazó a ambos con su comprensión, eran sólo otro par de almas perdidas que habían chocado y colisionado sus realidades para terminar siendo alejados por el destino, almas perdidas como lo somos todos, Daniel y Layla eran almas perdidas que se encontraban a sí mismos estando juntos, pero ambos tendrían que aceptarlo al mismo tiempo para que funcionara, Lía que creía en la reencarnación y las múltiples vidas, esperaba que esta fuera suficiente para que llegaran a unirse, esperaba que lograran encontrarse y no tuviesen que esperar a la siguiente vida...
Editado: 16.05.2021