Un nuevo comienzo (profesor Luna ll)

Capítulo 34

 

Frente a aquella imponente construcción solo pensamientos sobre lo poco que aquello representaba a Daniel pasaban en su cabeza, las vigas de madera en la entrada; una madera costosa y con una capa de esmalte que la hacía lucir brillante y artificial, las ventanas de cristal y las puertas de hierro, una extraña combinación que terminaba luciendo fría e imponente.

Layla subió las escaleras echas de roca pulida hasta llegar al umbral de la casa, un corredor con barandal de hierro negro se extendía a un costado de la construcción, un par de árboles la rodeaban, como si de una casa de bosque se tratara.

Layla llamó al timbre, con la serenidad que solo puede tener alguien que está a punto de dejar ir algo que sabe que le hace daño

Marianne; vengo a notificarte que dejaré el caso, me parece incorrecto e injusto representarte... Repitió en su mente, las palabras que pensaba decir.

Entonces una risa ronca proveniente del interior la hizo ponerse alerta, un hombre abrió la puerta, sus ojos se encontraron con los de aquel sonriente desconocido y ella frunció el entrecejo, mirando a su alrededor, asegurándose de que estaba en la dirección correcta

—Oh, lo siento, creo que me equivoque de lugar...

—¿A quién buscas? —soltó el joven hombre, su figura delgada se movió bajo su camisa de franela y ella retrocedió cuando él la miró de pies a cabeza con aquella insolencia que solo los chicos inmaduros tienen.

—Marianne... Roque —soltó ella tomándose unos segundos en elegir si debía usar su apellido de casada o no.

—Oh... —el joven carraspeo, revolviendo su desordenado cabello oscuro.

Layla quedó completamente sorprendida cuando Marianne asomó la cabeza rubia tras aquel chico, sus ojos normalmente fríos trastabillaron dudosos entre el piso y Layla.

—¿Qué es lo que quieres? Thomas, déjanos solas —soltó ella en cuanto llegó hasta la puerta.

Ante la mirada sorprendida de Layla aquel hombre besó a la mujer frente a ella, un beso fugaz y simple, un beso de dos personas que ya han pasado mucho tiempo juntos, la incómoda postura de Marianne se irguió ante Layla.

—Esto no había pasado antes, no puedes decírselo —soltó Marianne, ante su mirada atónita, Layla frunció el entrecejo, encontrando tan extraño que aquello fuese lo primero en salir de sus labios.

Marianne salió de la casa, descalza y con el cabello suelto, Layla retrocedió, tomando una distancia que le permitiera respirar sin desear gritarle, lo que pensaba decirle se borró de su cerebro, solo quedaba aquella oscura posibilidad de que Marianne estuviese engañando a Daniel, de que ella lo supiera y como cambiaba eso las cosas.

 

—Tienes razón, yo no puedo decírselo, porque eres tú la que debe hacerlo.

—¿Te acuestas con mi marido, quieres quedarte con él y crees que puedes juzgarme? —Layla la miró con desdén, sus palabras la asqueaban, solo podía pensar en la ironía de que mientras aquella mujer ya tenía a otro hombre viviendo en el espacio que solían compartir como matrimonio, Daniel ni siquiera había intentado besarla, sabía que lo había querido hacer en algún momento, pero nunca había pasado, él aún era un hombre reservado ante la ley y aquella manía suya por siempre hacer las cosas bien, lo moralmente correcto no lo había dejado engañar a su aún esposa, ni siquiera un poco, quizá aquello aún era parte de la magia de Daniel, no hay muchos como él, pero era algo de lo que Marianne se estaba aprovechando descaradamente.

—No me acuesto con él, no somos nada, solo nos conocíamos de antes... Él no te engañó conmigo y sabes que no lo haría —escupió las palabras, intentando sonar tranquila, intentando soportar aquellas falsas acusaciones, Marianne pareció desestabilizarse, era evidente que Layla estaba en lo correcto.

Entonces la miró un momento, como si de repente hubiese recordado algo.

—¿Cómo dijiste que te llamas? —sus ojos entrecerrados y el cambio de dirección que le dio a la conversación hicieron resoplar a Layla, Marianne llevó una mano hasta su rostro en un gesto pensativo —Layla... Layla Alexander ¿no es cierto?

—Si, pero eso no viene al tema...

—Con que eres tú... —continuó la rubia, ignorándola por completo, su piel aceitunada en contraste con la madera la hacía ver anaranjada.

—¿Qué? —Layla la miró sin entender el punto de su desviada conversación, solo quería decirle lo que la había llevado hasta ahí y salir corriendo.

—Eres tú, la niñita insensata que jugó con Daniel —su tono emocionado ante su descubrimiento y la sonrisa malvada hicieron a Layla pensar en su madre.

Layla la miró de hito en hito, sorprendida por no haber pensado en que Daniel evidentemente tendría ese tipo de confianza con Marianne.

—Y ahora vuelves a su vida y crees que puedes volver a hacerlo pasar por todo aquel dolor, casi arruinas su vida... Él no necesita a alguien como tú —prosiguió con evidente desprecio.

De forma casi involuntaria, Layla susurró:

—¿Él te lo contó?... —su corazón se había encogido de pronto, ante la posibilidad de que Daniel hubiese encontrado en aquella mujer tanta seguridad como para contarle su fatídico romance.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.