Un nuevo comienzo (profesor Luna ll)

Capítulo 37

 

Layla estacionó su coche y subió hacia su apartamento, las llaves en mano y el corazón en la garganta, aquella sensación la había seguido todo el día, aquel desesperante nudo exigiendo salir...

—¿Qué haces aquí? —preguntó al hombre frente a su puerta, la voz retumbó en el pasillo, estaban a una distancia relativamente larga aún.

—Quería verte...

—¿Por?

—Demian me dijo que renunciaste...

Layla se acercó a su puerta, sintiendo de pronto una capa de frío sudor recubrir su cuerpo

—Lo hice... —anunció al tiempo que abría la puerta, entró a su apartamento y dejó la puerta abierta, una invitación a que él entrara también.

—Yo no quería que esto pasara... te dije que no estaba bien que lo hicieras —le dijo él, entrando con naturalidad a aquel espacio que para Layla era sagrado, la miró entrar a la cocina y servirse agua.

—¿Tú crees que yo si quería que pasara? ¿Crees que en algún momento desee que regresaras a poner mi vida de cabeza? Esta clase de estúpido karma me tiene harta, pero es lo que hay —soltó ella, su voz estable y su tono de dureza contrastaba con su semblante tranquilo y las medias sonrisas que emitía.

Él la miró, sus ojos indecisos pasaban de aquella mirada esmeralda al resto de su rostro; la piel blanca y las cejas enarcadas, la nariz pequeña... era igual, era ella, siempre tenía que confirmarlo, tratar de dejar de sentirse como en uno de aquellos sueños donde se encontraban, tan recurrentes antes de que realmente pasara, antes de que un buen amigo le ofreciera un divorcio a bajo precio y poder ser parte del aprendizaje de estudiantes, antes de que aquella mujer hecha un haz de luz, encendiera las partes oscuras de su mente, abriera sus sentidos nuevamente, le diera esperanza, antes de que ella se metiera entre sus poros, bajo la piel, por segunda vez...

 

—Podrías haberme dicho antes de que Demian fuese a cuestionarme —volvió a su posición, dejando de mirarla, porque mirarla le recordaba sentimientos opuestos a los que debía presentar.

—Estaba lidiando con mi fracaso, no necesitaba un sermón de tu parte —Layla lo miró, comenzando a sentir sus muros levantarse... se llevó el vaso de agua recién servido a su boca, rogando que aquello lograra llevarse su conducta defensiva.

De pronto hasta "discutir" parecía fácil entre ellos, mirarse con reproche, la voz cortante y las muecas de incredulidad, hasta eso era naturalmente mágico.

—No necesitaba tu aprobación para hacerlo, era mi decisión...

—Era mi decisión también

—Pfff —lo miró con el entrecejo arrugado, incluso de aquella forma la encontraba hermosa —Solo tenías una decisión a tomar en lo que a mí respecta y al parecer te está costando demasiado trabajo —soltó ella, la risa condescendiente lo hizo mirarla mal, sabía a lo que se refería, sabía que hablaba de lo que silenciosamente había pedido el día de su cumpleaños sorpresa.

—Layla... —la suave advertencia dejó claro que no quería tocar aquel tema.

Pero Layla no estaba dispuesta a seguir en aquella disputa entre fingir y pretender, porque al final aquello era absurdo, ya lo había aceptado, ante ella misma, ante su mejor amigo, ante su hermana y nada podía hacerla seguir ocultando algo que era visible, algo que el fuerte martilleo de su corazón latiendo hacia evidente.

—Te quiero ¿Entiendes?

—Yo también te tengo cariño Layla, por eso mismo debo insistir en que no pierdas esta oportunidad

Layla lo miró con ojos entrecerrados, preguntándose hasta qué punto él podía ser tan firme en aquella posición de que sólo eran amigos, después de todas las veces que esa eléctrica chispa había azotado sus almas cuando estaban en la misma habitación o cuando se miraban a los ojos por más tiempo del necesario.

Era lógico que en algún sórdido punto de aquellos ocho años trascurridos, él cambiara, pero había pasado de ser el hombre más decidido que había conocido a el más cobarde, podía entender que no quisiera admitirlo, que él negara que estaba sintiendo aquello también, porque aún era un hombre casado, aún tenía asuntos por resolver, pero ya no lo dejaría ni siquiera pensar en aquello, porque estaba dispuesta a poner todas sus cartas sobre la mesa.

—Eso es ridículo Daniel —soltó, con ojos firmes y él parecía bastante nervioso.

—Esa es la verdad

—Es tu verdad... —soltó ella con un tono de voz que dejaba claro que aquello no la convencía ni un poco —. Sin embargo, mi verdad es que te quiero, te quiero y no de la forma en que se quiere a un amigo, porque cada vez que pensaste en besarme deseé que lo hicieras, no es lo que esperaba, pero volviste y pusiste mi mundo al revés y no pienso seguir haciendo como que esta enorme sensación no existe... Te quiero y esperaré si me lo pides —aquellos ojos verdes lo miraban, inocentes y conocedores, esperanzados y brillantes y él sólo podía pensar en lo dividido que se sentía.

Sólo podía preguntarse si realmente hubiese sido distinto si aquello lo hubiese escuchado un día antes, si realmente la nueva noticia que algunas horas antes había recibido cambiaba algo...

Layla lo miró, tambaleando un poco ante su silencio.




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