Un nuevo comienzo (profesor Luna ll)

Capítulo 39

 

Layla Alexander

Layla miró sus manos, la piel pálida se ponía rosada en los nudillos con el frío de la mañana, observó de cerca las líneas y pliegues que formaba su piel, como si aquello tuviese sentido, como si le ayudase a resolver algo, pero realmente no lo hacía.

Suspiró a la nada, preguntándose cómo había podido suceder aquello; en cuestión de meses su vida había cambiado por completo, no de mala manera, sin embargo, frente a la posible pérdida definitiva del que siempre sería su gran amor, se cuestionó a sí misma y a la vida qué sería de ella, cualquiera que fuese la respuesta no estaba dispuesta a dejarse caer.

Sabía que no todo estaba perdido, que él aún no le había dado un no. Pero esperar le comía el corazón, sin embargo, él no había llamado, ni la había buscado y quizá aquella era la silenciosa señal que necesitaba para continuar.

Pero era un poco más que difícil.

Porque en esta segunda ocasión Daniel había salido de sus sueños, había pasado de ser un recuerdo a una palpable realidad, Daniel había llegado a su vida como un viejo fantasma del pasado, pero se había metido en lo más hondo, había calado su alma, coloreado sus nervios, había escrito su nombre con tinta permanente en las páginas de su vida. Lo peor era que en esta ocasión él ni siquiera lo había buscado, él no la había seducido ni sonreído de aquella forma que la había vuelto un poco tonta años atrás, tampoco le había hablado al oído o mostrado su lado protector, está vez Layla se había enamorado del lado roto, de lo oscuro y lo podrido y eso estaba mucho más jodido, mucho más que amar lo que en otros odias, porque amar el lado malo, triste y desolado de alguien solo significa que no hay vuelta atrás, porque lo bonito siempre será más fácil de amar, pero lo feo es el verdadero reto.

Lo había dejado conocer sus miedos, secretos y lo que la atormentaba, sabía mejor que ella misma todos los detalles de su pasado contados entre tazas de café, copas de vino y shots de tequila que la hacían decir cosas demás.

Quizá el problema había sido ella, quien le había abierto las puertas sin pensarlo, lo había dejado cruzar los muros que hace nueve años la habían mantenido relativamente a salvo y él ni siquiera había preguntado, no había pedido permiso, autorización y por lo que él decía mi siquiera había tenido esas intenciones.

La primera vez que ella lo había amado en realidad no lo conocía del todo, porque había esperado que su perdón incluyera quedarse a su lado, en cambio, él la había dejado de tajo, como algo que no había funcionado y que no volvería a funcionar.

Por otro lado, él ni siquiera había sabido todo lo que ella escondía sobre su vida, se había sorprendido al enterarse de sus problemas familiares, se había sorprendido al saber que ella deseaba una familia y la vida llena de amor que nunca tuvo porque en el fondo, ambos seguían viendo la sombra de lo que creyeron conocer, pero en realidad no se conocieron ni un poco, nueve años atrás ambos, se habían enamorado de la ilusión del otro.

 

Y allí radicaba la diferencia entre el pasado y el ahora.

 

Porque Layla ahora sabía más cosas sobre él que nunca; se encerraba en sí mismo cuando algo salía mal, era totalmente radical; terminaba todo o comenzaba con todas las ganas, le gustaba conversar y había adquirido un par de extrañas manías y actitudes después de casarse con una mujer tan dominante como Marianne. Siempre miraba a los bebés con anhelo y probablemente si le dieran a elegir entre una fortuna considerable y un perro que creciera grande, elegiría el segundo, ahora hablaba poco y pensaba mucho, había perdido el amor por la enseñanza en su camino hacia la depresión y lo había reencontrado en el regreso, tenía una madre amorosa que le hacía chocolate caliente cuando era niño, lo arropaba y le cantaba canciones, había dado su primer beso hasta los diecinueve; porque había sido un chico tímido, solía coleccionar piedras con formas extrañas hasta que a su esposa le parecieron demasiado innecesarias, miraba siempre el lado bueno de las personas pero se enfocaba en descifrar el malo, aun cuando era pésimo en eso.

Practicaba boxeo y había dejado de trabajar, se mantenía con los ingresos de las rentas de los inmuebles a su nombre, había pasado dos meses antes de salirse definitivamente de su casa después de que Marianne pidiera el divorcio, él había insistido, porque si aquello se terminaba ya no tendría nada a que aferrarse, aunque siempre había sospechado que no funcionaría y lo más irónico era que aún parecía aferrarse, pensó Layla.

Miró hacia el techo, más información sobre Daniel arremolinándose en su cerebro; no sabía hacer frente a los finales y temía a las abejas, está última la había descubierto Jerome, podía soportar increíblemente lo dulce, por eso había ganado la competencia de chocolate, odiaba la música en francés porque un vecino de su juventud siempre lo despertaba con ese tipo de canciones, usaba zapatos costosos aún, ansiaba una vida feliz y el vodka le daba náuseas, se le daba fatal bailar y era bueno haciendo amigos. Más y más conversaciones casuales que había tenido con él llenaban su mente; le gustaba pensar que había vida después de la muerte y pensaba mudarse a la casa de su infancia donde su madre vivía ahora para pasar sus últimos días rodeado de plantas, dudaba siempre sobre si los letreros de 'pare' eran para todos o sólo para los coches, había crecido jugando fútbol con los chicos de su colonia, soñaba con vivir un año en algún lugar alejado de todo y seguía siendo un romántico empedernido aunque no tenía con quien demostrarlo o más bien no podía aceptar que había encontrado alguien a quien demostrárselo.




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