Un nuevo comienzo (profesor Luna ll)

Capítulo 42

 

Daniel Luna llevaba días intentando encontrarse con Layla, había estado acechando como un completo loco y enfermo su apartamento con la esperanza de encontrarla saliendo y obligar aquella conversación que le urgía tener con ella.

No atendía la puerta cada vez que él llamaba y si por error Lía asomaba las narices le decía que su hermana no estaba en casa con una mirada que le dejaba claro que estaba mintiendo.

Sabía que aquello podría pasar, sin embargo, no podía haber hecho algo distinto, porque al fin estaba completamente libre de todo lo que lo ataba, por fin estaba libre para intentar ser el hombre que ella merecía.

Era su segunda oportunidad, pero significativamente era como si fuese la primera, porque ahora sí que sabían quién era el otro; ambos. Nunca había estado tan feliz de conocer todo de alguien, incluso lo malo, incluso lo que en otros odiaba.

Llamó a la puerta con los nudillos, justo después de escuchar un sonido proveniente del interior del apartamento, casi podía asegurar que Layla estaba maldiciendo silenciosamente, porque ahora si que no podría fingir que no estaba.

No hubo respuesta y entonces acudió a aquella vieja táctica que anteriormente parecía tan arriesgada, tan proclive a traer viejos malos recuerdos.

Tomó el móvil y con rapidez comenzó a teclear en la pantalla.

 

Tú 10:25

Necesito verte a los ojos para decirte lo que tengo para decir, es algo que está carcomiéndome la vida, te ruego que salgas, sé que estás adentro, si no lo haces gritaré lo que necesito contarte y todos tus vecinos lo sabrán también...

 

Presionó 'enviar', justo como en los viejos tiempos, recurrió a los mensajes de texto, como antes, como al principio, pero con mejores expectativas.

Layla miró la pantalla de su celular, una mueca de desagrado y el corazón aparentemente tranquilo. Rodó los ojos, deseando haber aceptado la invitación de su hermana a ir con ella y Gian a visitar unas grutas subterráneas a las afueras de la ciudad.

Layla tenía unas semanas libres antes de comenzar a trabajar de lleno en Marquina & Co, ahora sólo le quedaba una y habían trascurrido dos desde la última vez que había visto a Daniel en el despacho. Lía estaba lidiando con su decisión de esperar para ingresar a la universidad, pero no dejaba de buscar en test vocacionales y hojear todos los programas educativos disponibles en las universidades de la ciudad.

Layla miró hacia la puerta, se acercó hasta allí y al abrirla se encontró con un hombre despreocupado y fatalmente atractivo, sus ojos intentaron ignorar la brillante sonrisa y sólo se concentraron en la botella de vino entre sus manos.

—Tienes que escuchar lo que tengo que decirte —soltó Daniel Luna al tiempo que entraba al apartamento, como si aquello fuese rutinario, su caminar y actuar casual hizo encrespar a Layla al instante.

—En realidad no... —dijo ella al tiempo que se cruzaba de brazos, empecinada en mostrar una actitud fría para evitar ser vulnerable.

—Es algo importante... —su voz sugerente y la sonrisa ladeada la hicieron rodar los ojos descaradamente.

—Te dije que no soy tu amiga, no lo soy y no quiero serlo —soltó ella, él la miró a lo lejos, una mueca divertida y los ojos brillando mientras se adentraba en la cocina como quien tiene demasiada confianza.

—¿Qué somos entonces?

—Algo que nunca debió suceder —sentenció, las palabras sonaban cortantes pero su pecho había dolido al decirlas.

—Te equivocas... Mas bien no, si tienes razón, no eres una simple amiga, te convertiste en mi mejor amiga durante este último año, exacto, eres... mi mejor amiga —las palabras espaciadas por su nueva concentración, mientras abría cada gabinete de la cocina en busca de algo que al parecer le urgía encontrar.

—Ya tengo un mejor amigo, una mejor amiga, una hermana, tenía un novio, tenía... Tengo todo lo que necesito Daniel —soltó Layla con desdén, evidentemente queriendo dejar en claro que estaba sobrando él y su optimismo en su blanca cocina de granito.

—¿Y tienes copas? —preguntó él cuya tranquilidad era en parte un arma para evitar hacer enloquecer a la mujer mirándolo con mala cara.

—No

—Layla... me recuerdas a la primera vez que te vi cuando te pones tan a la defensiva —le sonrió de una manera que le dejó claro que hablaba de nueve años atrás, su felicidad era realmente nueva, hasta entonces no lo había vuelto a ver sonreír de aquella manera.

—En aquel entonces me era insoportable la gente insufriblemente egocéntrica, ahora el falso entusiasmo... no lo soporto, en fin... Hemos cambiado —soltó con una cadencia suave y relajada. Quizá solo buscaba lastimarlo como él lo había hecho dejándola de lado, pareciera un recordatorio cruel de que nunca estaría a la altura, solo quería regresar el tiempo y no haberlo dejado entrar, cerrar todas sus puertas y construir todos los muros posibles para mantenerlo al margen de su vida, había sido tan ingenua, había dejado que la posibilidad de revivir un viejo amor que ni siquiera era el mismo la cegara, se había hecho ilusiones con una vida en la que ella no pintaba nada, no era la dama elegante, sumamente recatada, ella siempre seria ella, ella siempre llevaría a Lía consigo, sus problemas de infancia, sus traumas familiares, siempre llevaría esa sombra, porque era parte de sí misma, nunca sería perfecta.




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