Un Nuevo Inicio

Capítulo 3

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Takhi, montada en su bicicleta, avanzaba por una vereda entre los árboles. Iba perdida en sus pensamientos, y casi no notó a un osezno salir corriendo hacia el camino. Giró rápidamente el manubrio, justo a tiempo de evitar atropellarlo, pero el brusco movimiento la hizo perder el equilibrio y cayó al suelo aparatosamente.

— ¡Demonios! — Masculló mientras intentaba incorporarse.

— ¿Estás bien, Takhi? — Se escuchó una voz de hombre, de entre los árboles. — ¿Te lastimaste?

— ¡Sólo mi maldito orgullo! — Gritó ella, enojada, sacudiéndose el polvo. — ¿Ese cachorro era el tuyo?

— Sí, lo siento mucho. — Respondió la voz. — Apenas está aprendiendo a cambiar y aún no logro controlarlo. Pensé que en este lugar no molestaría a nadie.

Takhi soltó un bufido mientras examinaba su bicicleta.

— Waky... ¿Yo soy nadie? — Dijo algo molesta, empezando a caminar, llevando la bicicleta por el manubrio.

— ¡Lo siento! — Exclamó el hombre. — No es lo que quise decir. Me refería a extraños.

— Olvídalo. — Negó ella. — Será mejor que busques a tu pequeño demonio. Con lo rápido que corre, a estas alturas ya debe estar llegando hasta Toronto.

El hombre entre los árboles soltó una carcajada. Luego volvió a hablar.

— ¿Seguro que estás bien? — Preguntó con preocupación.

— Yo sí, mi bicicleta es la que se dañó. — Respondió ella, negando mientras caminaba.

— ¡Diablos! — Exclamó el hombre, apenado. — Lo siento mucho. En cuanto atrape a mi hijo, prometo ir a tu casa a ver si la puedo reparar.

— No te preocupes, Waky. — Dijo ella alejándose de la voz entre los árboles. — Ya me las arreglaré.

— ¡Lo siento! — Volvió a gritar Wakwaboshkok desde los árboles donde ocultaba su desnudez. En cuanto la joven se alejó un poco más, se volvió a convertir en oso y salió a buscar a su pequeño.

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Takhi logró llegar al remolque donde vivía. Echó una última mirada al daño de su bicicleta y, suspirando con pesar, la colocó en el soporte de la parte trasera del camión y la encadenó. Caminó a paso lento hacia la puerta y entró a su casa. Dejó su mochila en el sofá y avanzó hacia el fondo, para dejarse caer en la cama.

Había tenido un día particularmente difícil por culpa del nuevo director de la escuela donde trabajaba. De hecho, había sido toda la semana bastante difícil. El tipo era un abusador que la estaba acosando y que tenía la idea de que, por ser ella de una minoría étnica y vivir sola en un remolque, él se podía salir con la suya.

Con algo de tristeza miró a su alrededor. El remolque no era grande, pero tenía todas las comodidades posibles y cubría sus necesidades básicas. Tenía una pequeña cocineta, su cama, un armario, baño, un sofá y un par de sillas, además de estantes con libros en toda la parte superior. Ella lo había decorado en forma minimalista, pero femenina y llena de color y le encantaba su pequeña vivienda. Estaba estacionado en un bosquecillo dentro de los terrenos de los papás de Waky, quienes generosamente le dejaban vivir ahí e incluso le pasaban electricidad y agua potable.

Takhi era nativa Potawatomi, una etnia que, desafortunadamente, estaba perdiendo totalmente sus tradiciones y costumbres, incluso su lengua original. Quedaban muy pocos de ellos, al menos en Canadá. Sabía que había otros tantos en los Estados Unidos, pero todos estaban muy dispersos.

— Manidowkama, nuestro creador, debe estar molesto con nosotros por olvidarnos de él. — Pensó con tristeza. — Y más molesto debe estar conmigo, porque no me está yendo nada bien últimamente.

Ella era una shifter de oso grizzly, sus padres también lo fueron y sus vecinos más cercanos también lo eran. Pero no conocía a nadie más de su especie además de ellos. Los osos solían ser animales solitarios que no andaban en manada. Y los cambiantes de oso también solían vivir apartados de los demás.

Ni ella ni sus vecinos pertenecían a alguna manada, aunque sabían que existían. Sabía que el señor Sigenak, el papá de Waky, ocasionalmente contactaba a algunos cambiantes sólo para estar al tanto de las leyes internas de los de su especie. Pero se mantenían aislados del resto, mucho más desde la tragedia que habían vivido hacía varios años donde perdieron a uno de sus dos hijos. Shasta, su esposa, aunque era amable y tenía una sonrisa a flor de labios, no podía ocultar la eterna tristeza en su mirada. La desaparición de Padegosehk había marcado profundamente a la mujer. Y aunque su hijo Waky ya había encontrado pareja y le había dado un nieto al que adoraban y habían llamado igual a su tío ausente en honor a él, Shasta no podía olvidar al Paddy original y seguía orando para algún día saber de él.

— Eso es más triste. — Pensó Takhi con pesar. — Debe ser horrible no tener dónde ir a llorar a alguien o llevarle flores y, sobre todo, vivir siempre con esa incertidumbre de saber si murió o no.

Una llamada a la puerta la sacó de sus cavilaciones. Con algo de pereza se levantó a abrir y no le sorprendió encontrar Waky frente a ella, acompañado de su esposa y su pequeño hijo.

— Hola Takhi. ¿Estás bien? — Preguntó la mujer, con preocupación.




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