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Miriam y doña Chona subían a la pequeña montaña donde estaba el Rancho. Nunca lo hacían por el camino principal, que pasaba justo frente a las oficinas del viñedo, sino que usaban una pequeña vereda natural en la parte de atrás del cerro que, para ellas, hacía el camino más corto desde el lugar donde vivían.
— El tiempo está cambiando. — Dijo la señora, con una sonrisa complacida. — Las flores empiezan a salir.
— Este invierno ha sido muy frío. — Asintió Miriam, mirando a su alrededor las florecillas silvestres que salían entre las piedras al lado del camino. — Me alegra que la primavera llegue.
La señora iba a responder, cuando resbaló y cayó estrepitosamente, lanzando un grito.
Miriam dejó caer la cesta que llevaba y corrió a hacia ella.
— ¡Mamá Chona! — Exclamó asustada. — ¿Está bien?
— Mi pie... — Gimió la mujer, con un gesto de dolor. — Me duele mucho.
La joven revisó rápidamente y asustada, se arrodilló.
— Es su tobillo. — Dijo con preocupación. — Tengo que ir a buscar a Samuel, pero no quiero dejarla sola aquí.
— No me puedo levantar. — Gimió la mujer, intentando sentarse.
Miriam la ayudó con cuidado y miró a lo largo del camino. Estaban muy lejos de la casa, apenas habían empezado a subir la montaña. Desesperada, se puso de pie y anduvo unos pasos, luego se detuvo y regresó.
— No puedo dejarla sola. — Dijo con angustia.
Volvió a mirar el camino y puso sus manos alrededor de la boca a manera de altavoz.
— ¡Ayudaaaaaa! — Gritó.
Luego de un momento, negó desesperada y volvió a colocar sus manos para agudizar el sonido. Para sorpresa de mamá Chona, la joven empezó a aullar a todo pulmón.
— ¿Qué haces? — Preguntó la mujer.
— Llamar a los lobos. — Dijo la joven encogiéndose de hombros. — Espero que así me escuchen.
Volvió a aullar varias veces, y continuó haciéndolo por un par de minutos cuando, a lo lejos, vio a un animal en lo alto del cerro.
— ¡Funcionó! — Exclamó Miriam, asombrada, mientras un lobo color miel bajaba corriendo a toda velocidad.
— Mamá Chona se cayó, no puede mover la pierna. — Le dijo a la bestia, cuando llegó junto a ellas. — No sé quién eres, pero... ¿Puedes llamar a Samuel, por favor? Creo que tiene lastimado su tobillo.
El lobo asintió, se acercó a la anciana y pegó su frente al rostro de ella, dando un gemido de pesar, luego se dio la vuelta y corrió hacia arriba, dejando a Miriam admirada, observándolo.
— ¿Quién era ese? — Preguntó arrodillándose de nuevo junto a la mujer.
— El cachorro. — Respondió la mujer con una tenue sonrisa, aún en medio de su dolor.
— ¿Usted los ha visto a todos así, ya? — Preguntó la jovencita, frotando con gentileza el tobillo de la mujer.
Mamá Chona asintió, haciendo una mueca de dolor.
— Roberto es un lobo enorme. — Dijo con la respiración entrecortada. — Es de color gris oscuro. Impone mucho respeto, al igual que lo hace como humano.
— Es cierto. — Asintió Miriam mientras tomaba una punta de su rebozo para limpiar el sudor que perlaba la frente de la anciana. — Él parece el más fuerte y fiero de todos, aún como persona.
— Sergio es casi de su tamaño, pero es de color marrón.
Un animal llegó corriendo hacia ellas y soltó un breve ladrido, asustando a Miriam.
— Esto no es un lobo... — Musitó con temor, quedándose quieta.
— Coyote. — Dijo mamá Chona, asintiendo al animal, luego se dirigió a Miriam en su propia lengua. — Dile que ya Luis fue por ayuda.
Miriam asintió.
—Mamá Chona tropezó y se lastimó el tobillo. — Le explicó al atento cánido. — Luis ya fue a llamar a Samuel.
El coyote asintió y se acercó con cuidado, echándose a espaldas de la mujer para servirle de apoyo.
Ella sonrió tenuemente.
— Dile a Pablo que gracias. — Le dijo a Miriam.
— Dice que gracias. — Asintió la joven.
El ruido de un motor se escuchó y vieron llegar el todoterreno por la parte de atrás de la montaña. Lo conducía Samuel y venía acompañado de don Mauro.
El joven apagó el motor y bajó de un salto, corriendo hacia donde estaba la señora. Revisó su pie y la tomó en brazos.
— Gracias Pablo. — Le dijo al coyote. — La voy a llevar a que le saquen una radiografía. Espero que no sea fractura.
El coyote asintió y quedó sentado, observándolos.
Miriam tomó la cesta del suelo y se giró hacia Samuel.
— ¿Voy con ustedes? — Preguntó dudosa.
— Sube al rancho. — Le indicó Samuel. — Hazlo con cuidado, no quiero que tú también te caigas.
Miriam asintió y dijo adiós con la mano. Luego se giró y empezó a caminar. El coyote se le emparejó y caminó junto a ella.
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Editado: 10.10.2024