Prólogo
Fleur
Cuando el invierno terminó, y las hojas comenzaron a teñirse de perfectos colores verdosos, las flores también se hermosearon reluciendo con amarillos y violetas alucinantes que cautivaban en los extensos campos de Telluride, era algo extraño contemplar primavera en ese pueblo, ya que normalmente estaba acostumbrada al clima frío rodeándome por capas extensas de nieve y lluvia continua.
Sin embargo, no me molestaba en lo absoluto, yo aprendí a apreciar aquel lugar donde crecí y di mis primeros pasos, lo único que habían contemplado mis ojos, era las grandes montañas que nos rodeaban y por supuesto aquellos interminables bosques cubiertos por árboles frondosos de copas altas.
Poco a poco le tomé amor a ese pueblecito porque era mi hogar, mamá y papá me enseñaban tantas cosas maravillosas de ese lugar, que me mantenían fascinada.
—Fleur, llegarás tarde...—el regaño de mamá me hizo sacudir la cabeza para verla al rostro.
—¡Ah, lo siento!—reaccioné guardando el libro que estaba terminando de leer, en la mochila.
—Ya sé que lo sientes, pero eso no te hará llegar temprano a la escuela, señorita—insistió y torcí los ojos. Mi madre a veces exageraba las cosas, no era como si el mundo se acabaría por llegar unos minutos tarde a la escuela, además nadie notaría mi ausencia, aunque muriera y volviera a resucitar.
—Moon, ya deja a tu hija respirar—intervino papá mientras entraba a la sala, yo levanté mi barbilla y le sonreí. Él era lo que podría decirse un hombre dulce y extremadamente pacífico, cosa que yo en definitiva no había heredado de él, mi carácter era como el de mamá, poca paciencia y mucha energía de sobra.
—Sí, tu lo dices porque no eres a quien llaman para regañar si Fleur llega tarde, ya sabes como es la directora de la escuela—reprochó de inmediato mi progenitora. Papá le guiñó un ojo al tiempo que se acercaba para sujetar su cintura y plantarle un beso en el cuello, ese momento fue tan íntimo que la incómoda escena me conllevó a salir disparada de la sala.
—Bueno, es hora de irme...—solté y antes de que pudiera huir, papá sujetó mi brazo halándome para meterme en medio de ambos, me fundí en un gran abrazo entre ellos y recibí el acostumbrado beso de despedida.
—Ya sabes, nada de enojarse sin ninguna razón justificada y aunque la hubiera debes controlarte, ¿está bien?—recordó mamá y asentí.
Era una regla que no podía romperse, yo no podía enojarme a pesar de tener un carácter poco tolerante, esa era una regla que no podía quebrantar, nadie estaría preparado si eso llegara a ocurrir y de hecho pondría en peligro a todo mi entorno si sucediera. A pesar de estar rodeada por idiotas en la escuela, estaba obligada a actuar con discreción, tener un perfil bajo y era por eso que nadie me notaba en toda la escuela.
O eso pensaba yo...
Esa mañana, todo era pacífico, como de costumbre llegué a mi respectivo casillero para guardar mis cosas, pero algo atrajo mi atención, o mejor dicho, alguien...
Ese chico de cabello blanco y ojos negros penetrantes, avanzaba tan confiado por los pasillos con sus manos sumergidas en los bolsillos de sus pantalones, quedé tan perdida en ese instante, que mi instinto de estupidez provocó la caída de todos mis libros al suelo haciendo un estruendoso ruido, nunca antes había llamado la atención de nadie en la escuela y justo cuando quería desaparecer, ahí estaban todos viéndome como si no existieran más personas en la esfera terrestre.
El chico de cabello blanco me vio de reojo y eso bastó para quedarme congelada, porque pude notar algo inquietante.
"Hola"
"¿Cómo es qué?"
respondí rápidamente.
"Soy como tú, aunque bueno, no diría que exactamente como tú, yo no me pongo nervioso con la presencia de otros"
alardeo incitándome al enojo, pero ya me había vuelto experta en controlar mis emociones.
"No me puse nerviosa, es solo que nunca te había visto, y me pareció extraño"
corregí
"Es lindo cuando intentan ocultar sus emociones, así como tú lo haces justo ahora un placer conocerte Fleur"
agregó con extremo cinismo irritante, aunque me dejó aturdida su gran habilidad para adentrarse en la profundidad de mis pensamientos, eso era algo que entrené durante muchos años y ni siquiera mi padre había podido entrar para descubrir algunos secretos que yo guardaba para tener privacidad.
Y es que siendo una adolescente de 17 años no tan normal como las otras, era difícil tener un poco de privacidad en mi vida siendo lo que era.