Un padre para Candy

1. Dulce caramelo.

 

— Le doy aproximadamente unos cinco años de vida como mucho, tal vez con suerte tenga unos cuantos años más. — Le habló el médico. — Le recetaré unos calmantes más fuertes. 

Anabel solo escuchaba a su médico, le estaba diciendo que la enfermedad que tenía era terminal, que no había ninguna cirugía o tratamiento que pudiera curarla. 

 

— Gracias, doctor. — Dijo Anabel, apretando sus manos contra su regazo y aguantando las lágrimas. 

En lo único en lo que podía pensar era en su hijo Candy, si ella moría antes de que él fuese adulto… ¿qué pasaría con su hijo? 

 

 

Anabel subió en su pequeño coche de segunda mano, dejando en el asiento de al lado una bolsa de papel de la farmacia y se derrumbó llorando. 

¿Qué haría ahora? ¿cómo iba a dejar a su hijo solo? El pecho de Anabel dolía de sufrimiento. Su hijo Candy solamente la tenía a ella. 

 

— ¿Qué puedo hacer? — Se preguntó llorando. — La familia de Jano no quiere saber nada de Candy. 

Jano, el padre de Candy, murió hace unos años por un accidente en la contribución donde trabajaba. La familia culpaba a Anabel por su muerte, ya que Jano dejó sus estudios cuando ella quedó embarazada. 

Anabel cubrió su rostro con sus manos, intentando calmarse. Tenía que estar bien cuando fuese a recoger al colegio a su hijo de siete años.

 

 

Cuando Anabel llegó al colegio Castillo Matías, esperó afuera como el resto de padres y madres. 

Los alumnos fueron saliendo del Colegio y Anabel no veía a su hijo por ningún lado, hasta que la llamaron. 

 

— ¿Eres la madre de Candy Stella? — Le preguntó una profesora.

 

— Sí, Candy es mi hijo. — Contestó Anabel. — ¿Ha ocurrido algo con él? — Se preocupó por su hijo. 

La profesora le dijo que la siguiera, que el maestro de su hijo quería hablar con ella. 

Anabel la siguió por la escuela, pasando por varios pasillos hasta que llegaron a la clase. Allí vio a su hijo y a otro niño sentados en las sillas de sus pupitres. 

 

— Madre de Candy. — Dijo el profesor de Candy al verla.

Anabel observó que con el profesor Miguel había una mujer. Esa mujer se encontraba furiosa y parecía querer comerse a alguien. 

 

— ¿Así que usted es la madre de ese niño malcriado? — Habló la mujer furiosa, agarrando a su hijo de la mano y levantándolo de la silla de su pupitre. — Mira cómo ha dejado su hijo a mi niño. 

El compañero de clase de Candy tenía algún que otro golpe en la cara y Anabel miró entonces a su hijo, que ponía una mueca en los labios. 

 

— Son niños y los niños se pelean. — Habló el profesor Miguel para apaciguar la disputa. 

 

— ¡¿Es que acaso no ve que ha golpeado el lindo rostro de mi hijo?! — Gritó la madre.

Mientras que el profesor Miguel intentó por todos los medios que la mujer se relajara, Anabel se acercó a su hijo y lo agarró de la mano haciendo que se levantara de la silla.

 

— Candy, ¿has pegado a tu amigo? — Le preguntó Anabel a su hijo. — Si es así te tienes que disculpar. 

Candy se soltó de la mano de su madre con enojo. Mirándola… ¿por qué tenía que ser él el que se disculpara cuando solo le dio su merecido? 

 

— ¿Por qué debería disculparme? — Preguntó Candy a su madre.

 

— Candy. — Le dijo Anabel y Candy apretó los puños, negando con la cabeza.

 

— Odio que me llamaras Candy, por eso he tenido que darle una lección. — Dijo rabioso. — ¡Te odio, mamá! 

Candy cogió su mochila y salió corriendo de la clase. 

Anabel miró a la madre del niño y al profesor Miguel. 

 

— Siento mucho lo que ha sucedido. Hablaré con él en casa. — Se disculpó Anabel. — De nuevo, perdone por todo. 

 

— ¿Eso es todo? — Preguntó la mujer, agarrando a su hijo de los hombros. — No me extraña que ese niño no tenga educación, ¿cuántos años tienes? 

 

— Señora, debería calmarse. — Le pidió el profesor Miguel. 

Aunque Anabel se quedó embarazada muy joven, ella siempre había educado a su hijo correctamente. 

 

— Encima es viuda, es sorprendente que ese niño no tenga ningún problema mental. — Despotricó la madre del compañero de Candy. — Una niña cuidando de un niño. 

Anabel se contuvo para no responderle, simplemente se quedó callada mientras que el profesor intentaba, una vez más, que la mujer se tranquilizara. 

 

 

Candy salió corriendo del Colegio Castillo Matías y se marchó sin esperar a su madre. Ella no confiaba en él. 

Odiaba su nombre, ¿por qué sus padres le pusieron un nombre de niña? Candy… Detectaba ese nombre. 

 

— Que cagada. — Se quejó Candy, pateando una piedra que encontró en el camino y yendo ésta a golpear contra una ventana. 

Candy se asunto, más cuando escuchó el ladrido de un perro y a un viejo quejarse. El niño se agarró a las asas de su mochila mirando a su alrededor. 

 

— ¡Candy! — Oyó también la voz de su madre. — ¡¿Cariño, dónde estás?! 

Candy corrió rápido, no quería ver a su madre. Por culpa de ella era que se metían con él por su nombre. 

 

— Deja que pille a quien ha tirado una piedra a mi ventana. — Refunfuño el anciano, acariciando a su perro para que se tranquilizara. — Entremos en casa mi perrito lindo. 

El perro ladró y el anciano caminó hacia una de las puertas de su terraza, su perro lo seguía obedientemente. 

 

— ¿Disculpe? 

El anciano se paró, mirando a Anabel que buscaba a su hijo. 

 

— ¿Sí? — Preguntó molesto el anciano.

Anabel miró al perro que tranquilamente se sentó, esperando una órden de su amo. 

 

— Estaba buscando a un niño. Él es así de alto. — Dijo Anabel, indicando con su mano la altura de su hijo. — Tiene el cabello corto y de color negro y sus ojos son castaños como los míos. 



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En el texto hay: familia, drama, amor

Editado: 05.05.2023

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