— No la preocupes más de lo que debe estar ahora mismo buscandote. A una madre se le debe cuidar y amar.
Candy se sintió mal entonces, y levantándose se despidió del señor Oliver y se fue corriendo buscando a su mamá.
— ¿Quién es ese niño? — Oyó Oliver detrás de él.
Oliver miró hacia atrás viendo a su editor que se tomaba una taza de café.
— ¿En algún momento te largaras de mi casa? Lo único que me provoca cada vez te veo es no terminar el trabajo. — Se quejó Oliver, que era dibujante de manga. — Y deja de tomarte el café.
Oliver se levantó viendo la mochila que Candy dejó olvidada y tomándola del suelo la alzó buscando si tenía escrita su dirección por algún lado.
— Deja esa mochila y termina el trabajo. El plazo es hasta mañana y como siempre estarás atrasado. — Le dijo el editor, que seguía tomándose su taza de café.
Oliver subió los escalones del porche y fue hacia la puerta de la casa, cerrándola con el pestillo nada más entrar.
El editor protestó y Oliver directamente lo echó de allí.
— Vete a casa. Te llamaré cuando haya terminado. — Le dijo, diciéndole adiós con la mano y echando luego la cortina.
El editor intentó abrir la puerta con una mano y con el brazo en sí, pero no pudo.
— ¡¡Oliver!!
Anabel se sentó en el banco de un parque infantil cercano y miró cómo las madres volvían del colegio con sus hijos.
— Candy, ¿dónde te has metido? — Se preocupó Anabel, apretando en sus manos el frasco con los calmantes.
— ¡Mamá! — Sollozó Candy, que se detuvo en la entrada del parque infantil.
Anabel guardó el frasco en su bolso y se levantó al tiempo que su hijo se le acercó. Candy la abrazó y se disculpó con lágrimas en los ojos.
— Candy ¿por qué estás llorando? — Se preocupó Anabel, pero Candy solamente la abrazaba.
— Sé que te ha dolido que dijera que odio mi nombre, mamá. — Habló Candy, frotando su rostro contra su mamá.
— Lo que más me duele es que te pelees con otros niños. — Anabel acarició el cabello de su hijo. — Candy... — Lo agarró de los brazos y se inclinó hacia él. Candy miraba a su mamá con sus ojitos llenos de lágrimas. — Lo que quiero es que el día de mañana seas un hombre honesto y de buen corazón.
— Me disculparé con él. — Dijo Candy.
En realidad no quería hacerlo, pero tampoco quería ser un niño malo con su mamá, tenía que ser un hombre honesto y de buen corazón como su mamá le decía.
— Gracias mi pequeño Candy. — Le sonrió Anabel secando las mejillas del rostro de su hijo.
Candy agarró las manos de su mamá y saltándose de ella tomó su bolso.
— Quiero comer hamburguesas. — Pidió Candy con cara de sinvergüenza.
Anabel asintió, agarrando su bolso y caminando con su hijo. Los dos debían regresar al coche para volver a casa.
Candy disfrutaba de una hamburguesa con patatas junto a su madre. Los dos cenaban en el sofá viendo una película de animación.
Cuando Candy terminó de comerse su hamburguesa se tumbó en el sofá y se acurrucó en el regazo de su madre.
Anabel acarició el cabello de su hijo, dejándose llevar por los pensamientos negativos que asolaban su mente desde que recibió la terrible noticia del doctor, no sabía que debía hacer para proteger a su hijo. Los años de vida que el médico le había dado eran insignificantes…
Su corazón le pedía a gritos llorar, pero debía contener las lágrimas por su hijo, no quería que se preocupara o asustara.
— Candy, ¿te apetece ir de vacaciones? — Le preguntó Anabel a su hijo. — Pronto te darán las vacaciones de verano y he pensado que podemos irnos unos días a la playa.
Candy se sentó en el sofá mirando a su mamá, ella nunca antes había pedido días libres en su trabajo, a no ser que fuese necesario, y sus vacaciones siempre las tenía una vez que el verano ya había terminado.
— ¿A la playa? — Preguntó Candy y su madre asintió, echándole unos cabellos hacia atrás. — Pero, ¿te darán días libres?
Anabel sonrió a su hijo, prometiéndole que este verano sería diferente.
— Tomaré mis vacaciones y no esperaré hasta el final. — Le prometió Anabel y Candy sonrió feliz.
Ese año no tendría que esperar a que el verano acabara para ir con su madre de vacaciones y pasar tiempo con ella.
Anabel tendía la ropa en un tendedero de la terraza del piso en el que vivían. Cuando tocaron al timbre y Candy, que limpiaba su dormitorio, fue a abrir la puerta.
Era el amigo y vecino de Candy, que llegó con su pelota de fútbol.
— Puedes salir a jugar. — Le preguntó su amigo Dani.
— Espera, le preguntaré a mi mamá. — Le contestó Candy, entrando en casa y detrás de él lo hizo Dani sosteniendo en sus manos su pelota. — ¿Mamá puedo salir a jugar con Dani?
Anabel miró hacia dentro viendo a su hijo acercarse hasta la puerta de la terraza.
— Si has recogido tu cuarto, me parece bien. — Le dio permiso Anabel.
Candy le asintió, le dijo que ya había limpiado su dormitorio y que había metido la ropa sucia en el cubo de la ropa.
— Señora Anabel. — La saludó Dani agitando su mano.
— Hola Dani. — Le devolvió Anabel el saludo con una sonrisa y advirtió a su hijo. — Cuando te pegue una voz subes de inmediato a almorzar. Que no tenga que bajar a por ti.
— Entendido mamá. — Contestó Candy, acercándose a su amigo y tirando de él para sacarlo de su casa.
Anabel sonrió y siguió colgando la colada, sin darse cuenta sus ojos se llenaron de lágrimas, no podía aguantar más el dolor de madre que sentía, saber que moriría dejando solo a su hijo.