Oliver tocó a la puerta de la sala de profesores, allí estaba Candy sentado en una de las sillas de la mesa de reuniones de los profesores.
Oliver se señaló los ojos y luego lo señaló a Candy, diciéndole que lo estaba vigilando.
— Tu madre no contenta la llamada. — Dijo el profesor Miguel, pudiendo ver a Oliver. — Discúlpame ¿estás molestando a mi estudiante?
Candy le sacó la lengua a Oliver que se sintió avergonzado.
— Perdone, profesor, soy Oliver un amigo de la familia. — Habló Oliver, entrando en la sala. — La señora Anabel me ha pedido que venga a recoger a Candy.
— Normalmente la que viene es Nina. — Comentó el profesor Miguel. — ¿Ha pasado algo?
Candy miró a su profesor, era más que evidente que le gustaba su niñera. Cada vez que Nina venía a recogerlo él se pasaba mediahora hablando con ella.
— No, no. — Respondió Oliver. — Ni siquiera conozco a esa tal Nina.
Miguel se acercó a Oliver molesto y desconfió de él. Si conocía a la familia, entonces debía conocer a Nina.
— ¿Seguro que conoce a la señora Anabel? — Le preguntó Miguel, clavando su mirada en Oliver.
— Es una tontería lo que acaba de decir, solo por no conocer a la niñera. — Soltó Oliver abriendo sus brazos.
El profesor Miguel se quedó estupefacto por lo que ese hombre estaba diciendo de Nina. Candy se agarró a la mano de Oliver, apretándola, y tanto el profesor como Oliver lo miraron.
— Él era el amigo de mi padre. — Contó Candy, levantando la cabeza para mirar a su profesor Miguel. — Pero me cae mal, por eso estaba huyendo de él.
Miguel asintió quedándose sin palabras.
— ¿Está bien ahora? — Preguntó Oliver al profesor y éste asintió de nuevo.
— Os podéis marchar. — Respondió Miguel y Candy soltó la mano de Oliver caminando hacia la puerta. — Una cosa antes de irte, Candy.
Candy y Oliver miraron al profesor.
— ¿Sí, profesor? — Preguntó Candy agarrándose a las asas de su mochila.
— La próxima vez, aunque no te guste el amigo de tus padres, no hagas lo que has hecho ahora. — Le dijo Miguel sin querer regañarlo. — ¿Lo entiendes, Candy?
Candy asintió a su profesor y Oliver colocó una mano en el hombro del pequeño.
— Vamos a tu casa, estaré contigo hasta que tu madre regrese. — Le dijo Oliver, caminando y haciendo que Candy lo siguiera.
— Oye, tengo que ir a comprar materiales para hacer un volcán. — Habló Candy. — ¿Podrías acompañarme ya que mi mamá está trabajando?
Oliver abrió sus ojos con alegría, viendo una gran oportunidad de ser cercano al hijo de su difunto amigo Jano.
— Claro, y puedo ayudarte a construirlo.
— Con acompañarme a comprar los materiales es suficiente.
Candy sacó de uno de los bolsillos de su mochila una lista con los materiales que tenía que comprar y Oliver agarró la nota, observando lo que necesitaba, después solo tendría que mirar por Internet cómo construir un volcán.
Anabel lavó sus manos y se miró en el espejo del cuarto de baño de la planta donde se encontraba su departamento.
Anabel contuvo las lágrimas, eran momentos así lo que la hacía volver a su realidad… Tenía que buscar una familia para su hijo… Su pequeño Candy no podía quedarse solo cuando ella muriera.
Anabel regresó a su escritorio, sentándose y abriendo uno de los cajones, de dentro tomó el frasco de pastillas que le recetó el doctor.
— Buscar a una persona que cuide de Candy. — Se dijo, apretando el frasco y tirándolo luego en el cajón.
Miró el ordenador, tenía que terminar el trabajo y volver a casa con su hijo, en estos momentos necesitaba abrazar a Candy entre sus brazos.
— Anabel, ¿aún sigues aquí? — Oyó a una compañera de trabajo.
— Sí, estoy ocupándome de un trabajo extra. — Respondió Anabel.
La compañera se acercó a ella y le puso sobre el escritorio una botella de zumo de uvas.
— No dejes que el jefe se aproveche de ti. — Le recomendó su compañera María Luz. — Esto es un regalo de mi parte.
María Luz golpeó con una de sus uñas el tapón de la botella.
— Gracias. Te invitaré mañana a un café. — Contestó Anabel agradecida y María Luz le sonrió.
— Encantada. — Después, María Luz se marchó despidiéndose con la mano.
Anabel agarró la botella de zumo de uvas y miró luego por donde María Luz se marchó.
— Tengo que terminar rápido. — Se dijo y abrió la botella para tomarse el zumo mientras trabajaba.
Oliver iba a pagar los gastos de los materiales que habían comprado con Candy para construir un volcán, pero se sorprendió cuando Candy le dio a la dependienta de la tienda una tarjeta de crédito para niños.
— No necesito que me pagues nada. — Le dijo Candy, prestando atención a la dependienta.
Oliver cogió las bolas y mirando Candy le preguntó.
— ¿Desde cuándo un niño lleva una tarjeta de crédito? — Le parecía de locos. — Solo tienes siete años.
Los dos salieron de la tienda.
— Mi mamá confía en mí. Por eso es que me mete en la tarjeta cien euros al mes para poder comprar. Dani dice que soy rico porque mi mamá me ingresa mucho dinero en la tarjeta. — Quiso presumir Candy por los cien euros que su madre le ingresaba en su tarjeta como paga mensual.
Oliver no se contuvo y se rió de Candy, ¿para qué contenerse?
— ¿Crees que eres rico por cien euros? — Continuó riéndose del niño.
Candy se molestó con él, pero Oliver le acarició el cabello.
— ¿Por qué te burlas de mí?
Candy intentó golpearlo con una de las bolsas que llevaba, pero Oliver se apartó riéndose. Recordando en ese momento lo que le dijo Anabel, tenía que intentar llevarse bien con Candy.