Cuando Anabel llegó a casa se quitó los zapatos y caminó descalza hacia el salón. En el sofá se encontraba Oliver dibujando con su tablet.
También vio en el suelo una plataforma con lo que era el comienzo de un volcán.
— ¿Qué es todo esto? — Preguntó Anabel y Oliver, que hasta ese instante no se percató de que había llegado, miró a Anabel.
— ¿Cuándo has llegado? — Preguntó Oliver, guardando su trabajo y dejando la tablet en la mesita.
Anabel se sentó en el sofá y subió los pies en la mesita.
— Acabo de hacerlo. — Contento. — ¿Candy ya está en la cama?
Oliver se levantó del sofá y le asintió.
— Estaba cansado después de estar toda la tarde con el volcán. — Le habló Oliver. — ¿Te preparo algo de cenar?
Anabel negó, no quería molestarle y además, tampoco tenía hambre.
— Te lo agradezco, más con tanto trabajo que tienes — Le dijo Anabel. — Prometo compensarte con una comida.
Oliver agarró su cartera y le negó. No era necesario eso cuando él quería estar cerca de Candy y de ella.
— Mañana también me pasaré, tengo que terminar de ayudar a Candy con su volcán. — Le dijo guardando sus cosas.
Anabel bajó los pies de la mesita y se levantó acompañando a Oliver hasta la puerta.
— ¿Por qué no te quedas a pasar la noche aquí?
— No sería muy bien visto que un hombre se quedara en casa de una mujer teniendo ella un hijo.
Anabel sonrió, ¿desde cuándo él se preocupaba por esas cosas? Que la intentara proteger de esos rumores era algo que le agradecía, aunque a ella no le importaba mucho lo que los demás hablaran.
— Gracias Oliver, sé que te preocupas por nosotros. — Le agradeció Anabel una vez en la entrada de piso.
— Intentaré ser muy cercano a Candy y a ti. Sé que han pasado muchos años… pero quiero recuperar la relación contigo. — Contestó Oliver abriendo la puerta. — Nos vemos mañana.
Anabel asintió. Que Oliver le dijera que quería ser cercano a Candy le hacía pensar que tal vez él pudiera ser la persona adecuada para cuidar de su hijo una vez que ella falleciera.
Al día siguiente y durante la hora del almuerzo, Anabel se reunió con sus compañeras de trabajo para almorzar.
Y tras la comida llegó la hora del café, cuando le pusieron un trozo de pastel con crema de fresa.
— Sé que te gustan las fresas. — Habló Bruno y Anabel lo miró a su lado de pie.
En realidad su estómago estaba lleno y ese trozo de pastel se veía muy grande.
— Gracias Bruno. — Le agradeció Anabel y las demás chicas de la mesa se quejaron.
— Solo piensas en Anabel. — Dijo María Luz y Bruno se sentó mostrando una sonrisa.
Los compañeros de trabajo de ambos departamentos sonrieron. Que Bruno estaba enamorada de Anabel era un secreto a voces. La única que nunca prestó atención a eso fue la misma Anabel, quien en su cabeza solamente tenía a su hijo.
— ¿Y qué haréis estas vacaciones? — Preguntó una de las compañeras de Anabel.
Una mujer embarazada que no dudó en quitarle a Anabel el pastel de enfrente de sus narices, ya que parecía que ella no podría comérselo.
— Diana. — Dijo Anabel y Bruno protestó ya que él lo compró para Anabel.
Diana los miró a los dos y les dijo que por si no lo habían notado estaba embarazada y que se le había deseado. Nada podía interponerse entre una mujer embarazada y sus antojos.
— La próxima vez comprame uno si no quieres que ocurra lo mismo. — Diana se lo dejó claro, tomando la cuchara y comiéndose el pastel. — Guau, está delicioso.
Bruno le pidió disculpas a Anabel y ella negó con una sonrisa, disculpas a ella ¿por qué? Cuando fue a ella a la que le quitaron el pastel.
— Anabel, me he enterado de que tomarás tus vacaciones esta vez en verano. — Comentó María Luz. — Me pregunto a qué se debe ese cambio.
— ¿No será qué habrás conocido a un buen hombre? — Soltó un compañero de trabajo de Bruno.
Bruno le echó una molesta mirada, sabía que él estaba enamorado de Anabel.
— No, no. Solamente es que mi hijo quería que pasaramos las vacaciones juntos. — Les contó Anabel. — Y quiero ser mejor madre. No quiero que un día piense en mí y solo me recuerde trabajando.
María Luz se emocionó por las palabras de su compañera, mientras los demás siguieron comentando a dónde se irían de vacaciones.
Por su parte, Bruno se quedó aún más prendado de Anabel después oír su respuesta. ¿Cómo una chica de veintisiete años podía ser tan responsable y madura? Él no hubiera podido tener la responsabilidad de cuidar solo de un hijo, ni siquiera podía hacerlo con un animal.
Cuando Anabel salió del trabajo fue a recoger a Candy al colegio, encontrándose con Oliver en la puerta.
— ¿Qué haces aquí? — Le preguntó Anabel.
Oliver se mostró feliz de verla y le recordó que tenía que seguir ayudando a Candy con la maqueta del volcán.
— Además, he comprado unos pasteles de crema de chocolate para merendar. — Dijo Oliver, alzando la mano con la bolsa de una pastelería. — Espero que a Candy le gusten los pasteles.
— Seguro que sí. — Contestó Anabel. — Oliver… Me gustaría preguntarte algo.
Oliver asintió, esperando saber qué era lo que quería preguntarle pero ambos fueron interrumpidos.
— ¡Hola señora! — Gritó Dani que se acercó y Anabel como Oliver lo miraron.
— Hola Dani. — Lo saludó Anabel, acariciando su cabello. — ¿No han venido todavía a recogerte?
Dani asintió, señalando hacia el coche de su papá.
— Mi padre intenta pasar tiempo conmigo mientras esté de permiso en el ejército. — Le contó Dani poniendo mala cara.