Al final escogieron cualquier película que estaba en la zona de recomendados, solo para pasar un rato en compañía del otro.
Era una película romántica y Oliver se dio cuenta de que Anabel se quedó durmiendo apoyada en su brazo.
Oliver agarró su mano y miró la alianza que Anabel aún llevaba. Si ahora se quitara esa alianza todavía quedaría una marca en su dedo.
— Me gustaría poder sustituir ésta alianza por un anillo. — Dijo Oliver, volviendo su mirada al rostro tranquilo de Anabel.
Sonrió, se decía una y otra vez que no podía traspasar esa línea, que con estar a su lado era más que suficiente. Se levantó sosteniendo a Anabel en sus brazos para recostarla en el sofá y observó más de cerca cada rasgo de su lindo rostro.
Cuando Anabel abrió los ojos y se encontró con el rostro de Oliver.
— ¡¿Qué estás haciendo?! — Gritó Candy, que en ese instante entró en el salón viendo la escena.
Con Candy se encontraban Dani y Brayan, que pasarían la noche en casa de su amigo.
Oliver se sobresaltó, apartándose, con la mala suerte de tropezar con la mesita y caer dándose con ella en la espalda. Anabel se enderezó preocupada.
— Oliver, ¿estás bien? — Le preguntó Anabel y Oliver asintió levantándose.
— Creo que es momento de irme. — Se disculpó, tomando del sillón su cartera. — Buenas noches.
Oliver se marchó rápidamente, ya que sabía que estaba siendo codicioso, por él la hubiera besado a pesar de ser la viuda de su difunto amigo Jano.
Candy lo siguió y lo alcanzó al salir por la puerta del piso, agarrando su mano y sorprendiendo a Oliver.
— ¿Vendrás mañana? — Le preguntó Candy y Oliver lo miró. — No puedo terminar solo la maqueta.
Candy vio el rostro de Oliver sonrojado. Era una realidad que le gustaba su mamá, ya no podía pretender que no era así.
— ¿Quieres que venga mañana? — Le preguntó Oliver.
— Pues claro, además, tienes que hacer la presentación conmigo. — Le contó Candy avergonzado.
A Oliver se le iluminaron los ojos de felicidad. Era un paso grande e importante el que había dado con Candy.
— Mañana estaré aquí. — Le sonrió Oliver, deslumbrando felicidad.
Candy se quedó atónito, si él se casaba con su mamá, entonces… se convertiría en su padre. Candy asintió y agarrando la mano de Oliver se la puso en la cabeza.
— ¿Una caricia? — Le preguntó, viéndose en esa situación con los siete años que tenía.
Oliver se rió frotando su cabello, provocando molestia en él al ser muy impulsivo.
— Nos vemos mañana, Candy. — Se despidió Oliver y se marchó felizmente por el pasillo.
Candy entró por la puerta de su piso y se encontró con su mamá que le sonrió.
— Vamos, ve a lavarte y a la cama. — Le dijo Anabel que cerró la puerta. — Dani y Brayan se están duchando.
Candy sintió, pero antes de ir a su dormitorio a preparar sus cosas para tomar una ducha, le contó a su mamá.
— Mamá, a Oliver le gustas.
Anabel se avergonzó. Candy examinó que el rostro de su mamá se sonrojó al igual que el de Oliver.
— ¡¿Tú también… ?!
Pasarón unos días y era el penúltimo día de clase para Candy. Anabel había asistido al colegio como los demás familiares a la presentación del proyecto, la maqueta del volcán de su hijo.
Después de que un niño y su padre enseñaran su maqueta, le llegó el turno a Candy y a Oliver.
— Candy, ¿por qué no nos presentas a quién te ha ayudado en tu proyecto? — Le pidió el profesor Miguel.
Candy asintió y mirando a sus compañeros presentó a Oliver.
— Él es Oliver Alto, es un amigo de mi madre y se ha quedado cuidándome en ocasiones. — Candy señaló a Oliver. — Y es un mangaka, yo no lo conozco… pero él dice que es conocido.
Dani aplaudió a su amigo y Oliver se sintió avergonzado. Los padres hablaban y pusieron su mirada en Anabel
— Encantado de poder estar aquí. — Saludó Oliver, alzando su mano y mostrando una gran sonrisa.
Candy se le acercó y lo agarró del brazo diciéndole que debían comenzar con la presentación.
Anabel sonrió viendo como su pequeño Candy presentó su maqueta a la clase con la ayuda de Oliver. Y se perdió en sus pensamientos, sintiendo en su corazón de madre que Oliver sería la persona adecuada para que se hiciera cargo de Candy cuando ella ya no estuviera.
— ¿Y cómo nos has visto, mamá? — Preguntó Candy muy ansioso.
Anabel lo agarró de la cara, diciéndole que había estado estupendo. Candy sonrió entonces orgulloso y miró a Oliver que era rodeado por los padres de sus compañeros de clase y por otros padres de los demás alumnos del Colegio Castillo Matías.
— Parece que Oliver está triunfando entre los padres. — Habló Anabel y Candy agarró la mano de su mamá.
— ¿Podemos invitar a Oliver a comer con nosotros?
— Claro, cariño. — Le dijo Anabel, colocando su mano en la cabeza de su hijo. — ¿Te cae bien Oliver?
Candy puso una mueca, haciendo como el que pensaba, y su mamá lo besó en la cara como si fuese un bebé.
— Era amigo de papá. Además, está siempre solo y da lastima. — Comentó Candy a su mamá. — A los mayores no los debemos dejar solos.
Oliver que se acercó le frotó la cabeza un poco bestia y Candy se quejó mirándolo ferozmente.
— ¿Quién es un viejo? — Le preguntó Oliver. — Todavía no tengo ni cuarenta años. Soy un hombre joven, fuerte y hermoso.
— Serás entonces un viejito. — Contentó Candy, golpeándole la mano y caminando con su mamá.
— ¡Oyee! — Gritó Oliver yendo detrás de ellos. — ¿Todavía soy joven? ¿A que sí, Anabel?