Un papá desastroso

8. La madre de Izan.

Los tres niños se alinearon frente a su padre y Richard se agachó en cuclillas, levantando un dedo hacia ellos. 

 

— No quiero trastadas. Nada de tocar todo lo que veáis, romper cosas o correr como animales salvajes. ¿Queda claro? 

 

— No correr y no tocar cosas. — Dijo Dani y Richard le regaló una caricia en la cabeza. 

 

— Eso es, Dani. — Lo felicitó y lanzó después una mirada ferviente a los dos más grandes. — Vosotros… 

 

— Claro como el agua. — Respondió Izan con una sonrisa. 

 

— Pero mírate. También puedes sonreír de felicidad. — Richard se levantó y le dio una caricia en la cabeza. 

 

— ¡Basta! — Se quejó Izan queriendo escapar, pero su padre siguió despeinando su cabello. — Déjalo ya, eso es infantil. 

 

— ¿Y? ¿Qué tiene de malo? A tu hermano le gusta. 

Richard acarició a Dani y el niño sonrió sin entender nada. 

 

— Porque solo tiene tres años. 

 

— Te recuerdo que tienes diez años. — Le respondió Richard e Izan puso cara seria. — Dame una oportunidad, al menos hasta que Estefanía regrese y te vayas con ella. 

 

— ¿Puedo elegir lo que quiera de la tienda? 

 

— Ya veremos. Pero si quieres, haremos surf juntos. 

Izan entonó una media sonrisa y asintió. 

 

— Si tanta ilusión te hace, vale. — Caminó hacia la tienda de surf y Richard cargó en brazos con Dani. 

 

— Vamos. — Le dijo a Zoe agarrándola de la mano y la niña sonrió. 

Felipe junto al coche se sintió orgulloso de su jefe y descolgó su teléfono móvil al recibir una llamada. 

 

— ¿Sí? — Preguntó. 

 

— ¡Felipe! Llevo veinte minutos esperando en la puerta, ¿puede saberse dónde estás? — Su novia le gritó al teléfono y él reaccionó subiendo al coche corriendo. 

 

— Ya voy de camino, Ofelia. No te enfades, tesorito. 

 

 

Felipe llegó corriendo hasta su novia Ofelia, una chica de larga melena negra y con gafas. 

 

— Lo siento, había tráfico. — Se disculpó Felipe, aunque por la carretera no pasaba ningún vehículo. — ¿Entramos? 

 

— Sí. — Sonrió Ofelia agarrándose a su brazo. — ¿Cómo le va al señor Donoso con sus hijos? 

Felipe se detuvo mirándola. 

 

— Tesorito. 

 

— Lo sé, siempre decimos que nada de trabajo cuando salimos, pero la señora Sánchez… 

 

— La señora Estefanía te ha preguntado. ¿No estaba de vacaciones? ¿Está preocupada por Izan? 

Continuaron andando y Felipe le abrió la puerta de la cafetería a su novia. 

 

— Está curiosa por el regreso del señor Donoso. 

 

— En ese caso tendría que llamarlo y hablar con él. 

Los dos ocuparon una mesa vacía y Ofelia sonrió. 

 

— Como se nota que no la conoces bien, la señora Estefanía es orgullosa y nunca le mostrará al padre de su hijo que todavía le tiene… digamos, estima. 

Felipe correspondió a la sonrisa de su novia. 

 

— Sería gratificante que se dieran una segunda oportunidad ahora que el señor Donoso está en la ciudad, la señora Claudia murió con la esperanza de verlos juntos y sin duda sería bueno para Izan. 

Ofelia se roció las manos con un spray de gel de manos y las frotó entre sí. 

 

— Olvídalo. Como he dicho la señora Sánchez preferiría arrojarse frente a un camión antes que volver con su ex. — Descartó Ofelia la posibilidad y Felipe sostuvo las manos de su novia. 

Los dos se sonrieron mutuamente y a los dos les sonaron los teléfonos. Cada uno acudió al suyo y le mostró al otro quién llamaba, los padres de Izan reclamaban la atención de sus asistentes. 

 

— Son iguales. — Dijo Felipe colgando la llamada al igual que hizo Ofelia. 

 

— Me ha colgado. — Se extrañó Richard mirando la pantalla de su teléfono. — Tendría que cambiar de asistente. 

Guardó el teléfono y se acercó hasta el mostrador de la tienda de surf. 

 

— ¿Pagará con efectivo o con tarjeta? — Le preguntó la dependienta al otro lado del mostrador. 

 

— Tarjeta. ¿Hacéis entrega a domicilio? 

Sacó su cartera y de ella una de sus tarjetas. 

 

— ¿No viene Felipe a recoger las tablas? — Preguntó Izan a su lado y Richard miró a su hijo que no había dejado de sonreír. 

 

— No contesta y no tengo coche aquí porque me vine en tren. — Le respondió. — Tendrás que esperar a que las entreguen en la casa para ir a surfear. 

 

— ¿Cuándo la llevaréis? — Preguntó Izan a la chica que esperaba para hacer el cobro. 

 

— Emm… — La dependienta dudó y se dirigió al adulto responsable del preadolescente. — Dependerá de cuando venga mi compañero. Ahora mismo está dando unas clases en la playa. 

 

— Entonces no podré surfear hoy… — Entendió Izan y su cara cambió drásticamente de la dicha a la decepción. 

 

— Con tarjeta por favor. — Solicitó Richard pagar y miró a Izan. — Podemos ver una película hoy con tus hermanos y mañana cuando salga del trabajo, si ya han llegado las tablas, surfeamos. — Izan asintió sin más remedio y Richard le sonrió. — Ve y vigila a tus hermanos, están muy callados. 

Izan se alejó y Richard prestó atención a la chica que le pidió la dirección de entrega y otros datos. 

 

— Es el hijo de Estefanía, ¿usted es el padre? — Habló la chica mientras rellenaba el formulario de envío. 

 

— ¿Eres amiga suya o Estefanía viene mucho por aquí? 

 

— Lo segundo, solo hemos hablado un poco cada vez que viene con su hijo.  

 

— Si viene a menudo le habrá comprado una tabla, ¿verdad? 

 

— Le compró una el año pasado. — Sonrió la empleada. 

 

— Papá. — Dani lo llamó tirando de su brazo y Richard lo encontró con un flotador rosa alrededor de la cintura. 



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En el texto hay: familia, drama, amor

Editado: 27.03.2023

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