Un Pasado Para Daril

Demasiada rutina

— Bueno Stefany, te dejo al cargo de tooodos mis clientes, espero que estos días sepas atender sus "amables" peticiones. —le dijo a su compañera con sarcasmo, mientras recogía su bolso y chaqueta. Le esperaban tres semanas de vacaciones que intentaría disfrutarlas al máximo. La verdad es que las necesitaba, Daril Taylor trabajaba desde hace tres años en el departamento de Atención al cliente de una empresa de distribución de productos y aparatología de belleza en Nueva York, concretamente en reclamaciones, y aquel trabajo a veces ponía a prueba su paciencia.

En realidad, a ella le hubiera gustado más el trabajo de administrativa, pero las plazas estaban cubiertas y tenía que conformarse con aquello si quería pagar sus deudas de cada mes. En tres años su sueldo apenas había variado, y al comentarlo con su superiora, ésta había alegado que la situación de la empresa era crítica. Incluso tenía que dar gracias porque había hablado favorablemente de ella con el gerente, halagando su excelente trabajo con los clientes. Hacía unos meses que la situación en la empresa era difícil, tenían pensado hacer recorte de personal y estaban pensando en ella, por ser la más joven y con menos obligaciones, al no tener hijos a su cargo.

Así que Daril, se marchó de su lugar de trabajo con la inquietante sensación de que cuando regresara de sus vacaciones merecidas, puede que ya no la necesitaran allí. Fue hacia el aparcamiento y arrancó su desvencijado coche de 3ª mano, de pintura roja descolorida, tenía ya más de quince años, pero por suerte nunca le había fallado.

Una vez llegó al barrio donde vivía, dio unas cuantas vueltas buscando aparcamiento. Allí no tenía la suerte de la empresa donde trabajaba, que disponía de aparcamiento privado, y cada día era una odisea, teniendo que dar un buen paseo por calles estrechas y solitarias, caminando desde el coche hasta su casa.

En la seguridad de su hogar, arrojó sus zapatos a un rincón y puso la tele. Era algo instintivo que hacía cada día, no por el interés que pudiera mostrar hacia la soporífera programación que emitían, sino por el simple hecho de oír algún sonido de fondo y tener la sensación de que no estaba tan sola.

La verdad es que el hecho de independizarse fue cabezonería más que otra cosa, ya que con sus padres vivía a gusto, pero quería vivir su propia vida y nadie se lo pudo sacar de la cabeza.

Pero la ilusión de los primeros días dio paso a la decepción, al ver que al transcurrir los días, aquellas cuatro paredes la oprimían. Era demasiado familiar y el hecho de llegar por la noche y verse allí sola, con el silencio como única compañía, la dejaba sumida en la tristeza. Si hubiera sabido que al cabo de pocos meses sus padres fallecerían en un accidente de tráfico, se hubiera quedado con ellos más tiempo, ya que a sus veintipocos años todavía tenía tiempo de planificarse la vida.

Sus dos hermanas, más mayores, vivían su vida bastante lejos de allí y las veía poco. De pequeñas estaban más unidas, pero con el tiempo se fueron distanciando y ni la muerte de sus padres hizo que cambiara esa situación, a pesar de los buenos propósitos.

El caso es que Daril se sentía sola, su trabajo no la llenaba y sus amigos eran pocos y estaban casados, por lo que no podía hacer los planes que hacía cuando todos eran solteros, y tenían ganas de salir por las noches y divertirse.

Conectó su portátil y revisó sus mensajes; como siempre tenía un montón de spam, fue borrando lo que no le interesaba y frunció el ceño al ver algunos mensajes de tipos con los que había estado chateando anteriormente. Hacía bastante que había dejado a su ex y en los últimos dos o tres años había probado de encontrar a alguien compatible en algunas páginas de contactos, pero hasta ahora el resultado no le satisfacía en absoluto.

Se consideraba bastante romántica para los tiempos que corrían, le encantaba repantigarse en el sofá con una bolsa de palomitas y ver películas románticonas. Se sorprendía a sí misma cuando se emocionaba, llorando como una madalena al ver cómo, tras innumerables desventuras, la protagonista lograba conseguir el amor de su vida y acababan besándose apasionados bajo la lluvia, o en la terminal de un aeropuerto, o cuando el chico venía semejando un príncipe azul, con el uniforme militar, a buscarla a su trabajo... Y ella siempre deseaba que aquello pudiera pasarle también a ella. Pero ningún hombre de los que había conocido a través de la web la había hecho estremecer, todos resultaban ser unos caraduras que pensaban más con las partes bajas que con el corazón. Al principio, todos parecían simpáticos, agradables y atentos tras los primeros mensajes, pero en seguida le pedían una foto ligera de ropa y si les parecía lo suficientemente atractiva, le pedían el teléfono o querían quedar cara a cara y después de la cena o la copa, de inmediato se insinuaban, diciendo bromas picantes, teniendo las manos muy largas y la cita siempre acababa en su casa o en el coche. Ella, si la ocasión o el tipo lo merecían, accedía a seguirles el juego, pero ya sabía lo que vendría después, interminables noches de esperas inútiles, llamadas no respondidas y la foto o el Nick del tipo en cuestión en la pantalla del chat, bromeando con alguien y prometiendo amor eterno a alguna otra incauta que, como ella, tenía la esperanza de que aquel fuera el hombre "definitivo".

Eso lo había comentado con alguna amiga o compañera del trabajo y todas le decían lo mismo, que de esta manera jamás encontraría algo serio. Aquellas páginas solamente servían para facilitar la relación entre hombres y mujeres para rollos esporádicos, que difícilmente aquellos encuentros terminaban en boda, que se dejara de soñar despierta y que bajara a la tierra de los mortales.

—Lo mejor es que algún conocido te presente a un amigo de confianza, apúntate a algo, un deporte donde puedas encontrar personas sanas con las que salir y ya verás que el amor te saldrá solo, no te obsesiones.




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