Un Pasado Para Daril

Visita a la abuela

Ante el insistente sonido de su móvil, Daril fue a cogerlo y descubrió extrañada que era su hermana mayor:

— Hola Susan, ¿cómo estáis todos?

— Bien, bien, esto... te llamaba porque me han avisado de la residencia, dicen que la abuelita ha tenido un ataque al corazón... No, no te preocupes, esta delicada, pero está recuperándose con normalidad. Vamos a ir esta tarde a visitarla, prepara algo de almuerzo, ya que es un viaje bastante largo.

Pasaron sus dos hermanas Susan y Mary a buscarla con un coche. Irían las tres (los maridos se quedarían con los niños) a la ciudad de Boston, donde se hallaba el asilo. La verdad es que gran parte de su familia provenía de allí, aunque en la actualidad, solamente les quedaba con vida la abuela y como necesitaba atención constante y ninguna de ellas podía hacerse cargo, se vieron obligadas a internarla en aquella residencia. Daril fue la única que puso objeciones, se sentía culpable por tener que hacer aquello que siempre había criticado, pero sabía que no tenía otra opción. Aunque fuera a vivir con su abuela, no podría cuidarla debidamente. Estuvieron algunas semanas eligiendo entre varios centros disponibles y aquel en seguida les gustó porque estaba enclavado en una zona tranquila, era muy hogareño, con pocos internos y porque todo él estaba muy bien atendido.

Una cuidadora de uniforme azul claro las salió a recibir. En la sala de visitas casi no había nadie a pesar de ser sábado: una pareja joven con un niño, una adolescente leyéndole el periódico a su abuela y un hombre de unos treinta años hojeando una revista y tomando un café. Fueron a la habitación de su abuela, allí la vieron sentaba en una butaca, unida a un cuentagotas.

         

— ¿Cómo estas, abuela? nos han explicado que el otro día tuviste un buen susto, ¿eh? - Le preguntó la nieta mayor abrazándola. La abuela asintió con aire ausente, les dio un beso a cada una y, cuando se acercó Daril, la atrajo hacia sí para verla mejor y murmuró acariciándole las manos:

— Oh querida, no recordaba que tenías sus mismos ojos... te pareces tanto a Él...

— Sí dime, ¿a quién me parezco? —le dijo Daril, sentándose junto a ella.

— Ojos extraños... mirada de lugares mágicos y lejanos...

Daril miró a una de sus hermanas la cual carraspeó divertida. La verdad es que a toda la familia siempre les extrañó que Daril tuviera aquellos enormes ojos color violeta pálido. Su padre los tenía marrones, su madre azules y sus hermanas los tenían del mismo color del padre. Se lo había preguntado a su padre o a su madre, pero ellos no recordaban a nadie de la familia que los tuviera de sea tonalidad tan inusual. En la escuela muchos niños se habían reído de ella porque se pensaban que se ponía lentillas y le insinuaban que era adoptada.

Estuvieron un buen rato haciéndole compañía a su abuela. Las hermanas le explicaban cosas banales del día a día, la familia, los niños que prosperaban en el colegio... pero la abuela las escuchaba a medias, parecía que estaba como despistada por algo. Entonces centró toda su atención en Daril:

— Y dime, no me cuentas nada... ¿cómo está tu familia?

— ¿Mi familia? Ya sabes que no tengo hijos, ni siquiera estoy casada... ya no te acuerdas. —su abuela no dejaba de acariciarle el rostro, como si temiera que pudiera esfumarse de un momento a otro, dejándola sola.

— Sí claro... lo sé... eres un espíritu libre como Él... no creces... pero has de volver... has de volver Allí.

— No te preocupes abuelita, yo estoy bien, ya encontraré un buen hombre... soy demasiado joven todavía—le contestó, sin hacer caso a sus divagaciones, creyendo solamente que estaba preocupada porque no tenía familia propia. Pero la abuela se había puesto muy nerviosa y miraba a su nieta algo ansiosa, como queriéndole contar algo, algo muy importante.

— No lo sabes, no sabes nada de Eso... debes volver Allí otra vez.

Entonces volvió a entrar la misma cuidadora y con ella un hombre muy alto y delgado, de piel pálida, facciones marcadas y cabellos oscuros, largos hasta los hombros. En seguida lo reconocieron como el que esperaba en la sala de visita.

— Um... ¿se encuentra bien la señora? La oí gritar... —al ver como las tres chicas lo miraban sorprendidas pareció turbado —¡oh, veo que ya no está sola... muy bien, ¿Es familia?

— Sí Sr. Butterfly, no se preocupe. Hemos avisado de lo de su ataque al corazón.

— Bueno... me voy entonces, veo que no soy necesario ya.

La anciana lo siguió con la mirada e intentó levantarse mientras sujetaba con fuerza la mano de Daril:

— ¡Debes marcharte con él... él te llevará... te guiará como lo hizo con Ella!

— ¡Tranquila Sra. Collins, ahora no debe preocuparse por nada, ha venido su familia a verla! —la calmó su cuidadora obligándola a permanecer en la butaca. El hombre cruzó su mirada con Daril y le sonrió, luego miro a su alrededor distraídamente y dijo, antes de desaparecer por el pasillo, con un deje que sonó ligeramente sarcástico:

— Encantado de “conocerlas”.

Todas miraron a la mujer expectantes y la hermana mayor le preguntó:

— ¿Quién era ese?

— Es un hombre muy amable que vive en la ciudad, debió de conocer a su abuela en alguna ocasión, porque viene a verla casi cada semana. Se interesa por su salud y se pasa mucho tiempo con ella, hablándole y leyéndole.

— Pues nosotras no le conocemos de nada. —dijo una de las hermanas, cortante.

La cuidadora se disculpó diciendo que tenía que marcharse, que las dejaba con ella un rato para que pudieran estar tranquilas. Pero una vez a solas, como veían que su presencia estaba alterando a la pobre anciana, decidieron marcharse ya.

— Bueno abuelita, intentaremos venir a verte más a menudo... tenemos que irnos.—le dijo la hermana mayor poniéndole una mano en el hombro.




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