Un Pasado Para Daril

La gran mansión

      

      Abrió los ojos al notar el traqueteo y se dio cuenta que estaba en un espacio cerrado, todavía se sentía aturdida y mareada, pero miró por la ventanilla y se dio cuenta que estaba dentro de la cabina de un vehículo en movimiento, lo primero que le llamó la atención fue la pureza del ambiente que se respiraba, como si en vez de en una gran ciudad estuviera en el campo, por la ausencia de polución. También captó algunos olores extraños, mezcla de comida y olores animales.

     No iban muy rápido, pero era zarandeada de un lado a otro y el sonido de unos cascos le hizo darse cuenta que estaba sentada en el interior de un carruaje llevado por caballos, una diligencia antigua.

     Luego se le despertaron otras sensaciones, tirantez en la raíz del cabello al estar sujeto por agujas de moño, una ligera opresión en el pecho y percibió de qué manera iba vestida, con una blusa color crema muy ajustada, con puntillas en el cuello y mangas, una falda de tela austera de color salmón que le llegaba por los tobillos, medias y unos botines marrones...¡ah! Y un bolsito pequeño de mano. A sus pies había una maleta pequeña.

     Al mirar mejor el paisaje, totalmente anonadada, vio que rodaba por una calle donde iban otros carruajes y hasta gente a caballo, algunas personas conversaban y varias mujeres iban al mercado con cestos de la compra; Parecía que estaba dentro de una película de finales del siglo XIX. El carruaje paró delante de una puerta decorada, abrió la puerta el cochero y le dijo:

     — Srta. Taylor, me place informarle que ha llegado a su destino, la agencia inmobiliaria del Sr. Murch. No se preocupe que la esperaré aquí a que termine sus menesteres.

     Le parecía que aquel hombre se dirigía a ella de una manera demasiado formal, pero no le hizo esperar y salió. El hombre le dijo algo de que le guardaría la maleta mientras tanto, pero Daril estaba demasiado aturdida para entender o responder a nada.

     Entonces miró el letrero de la puerta y se acordó de algo, rebuscó en aquel bolso minúsculo y encontró la tarjeta con el teléfono apuntado a bolígrafo en el reverso. "Agencia Inmobiliaria Sr. Murch", el cartel de la entrada con aquellas mismas letras negras sobre fondo blanco. Daril no sabía qué hacer, ¿debía entrar? El cochero la miró impaciente y le preguntó:

— Señorita, ¿está todo bien? ¿Acaso no era aquí donde deseaba llegar?

— No, no... ¡Digo sí! Es aquí mismo, gracias.

Subió lentamente los tres escalones de entrada, sin saber qué es lo que diría o qué tenía que hacer allí, la verdad es que lo que le estaba pasando era demasiado extraño, pero como no sabía si era un sueño, ni podía hacer nada para evitarlo, trató de dejarse llevar por las circunstancias, como mejor pudiera.

El interior era muy sobrio, al instante le vino a recibir un señor mayor de unos setenta años, rostro surcado de arrugas, de espeso bigote negro y con una extrema calvicie, que al verla se quedó sorprendido:

— Dígame, ¿en qué puedo atenderla, señorita?—entonces la observó más atentamente, parándose unos instantes en sus ojos —vaya sorpresa, alguien me dijo que vendría, Srta. Taylor, pero... no esperaba que... bueno, no perdamos tiempo y pasemos a mi despacho.

Allí el hombre le tendió una silla para que se sentara, sacó de una carpeta unos documentos escritos a pluma y le comentó:

— Bueno, debo entender que es usted mayor de edad, sin familia y, por lo que veo, heredera de la mansión Butterfly. Qué raro, ignoraba que existiera algún heredero con vida. Su abuela no dijo nada, la verdad es que la pobrecilla tampoco estaba en plenas facultades en los últimos momentos de su vida, pero por lo visto hay un testamento escrito.

—Mi abuela... —repitió ella sin entender.

— Sí, ya sabe que murió hace un mes, alguien tuvo gran interés en prepararlo todo. Me llegaron estos documentos por correo, junto con una breve carta donde anunciaban que existía una heredera. Tiene mucha suerte señorita, no sabe lo bella que es esta casa. ¿Viene de muy lejos?

— Soy de Nueva York. —respondió, sin saber por un momento si debía decir aquello o no, dadas las circunstancias y en la época donde había ido a parar.

El señor de la agencia le dejó leer el testamento, vio los caracteres en cursiva, llenos de filigranas, en donde se le declaraba como única heredera de la Mansión y todos sus bienes. Daril firmó con mano temblorosa con la plumilla que le tendía el hombre, jamás había escrito con algo así, pero más o menos logró poner su nombre en un garabato.

— ¿Tiene usted algún conocido en la ciudad? -—Daril pensó en Heyrin, aunque no sabía con certeza si lo encontraría allí. La verdad es que todo era extraño, la tomaban por la nieta de una mujer que había fallecido. Si fuera verdad, aquella mujer tendría que ser su tatarabuela, pero prefirió seguirles la corriente, no la creería si decía que ella provenía del siglo XXI y al parecer todos sus datos eran correctos; su nombre estaba escrito en ese papel. ¿Puede que la mansión fuera de su antepasada? A fin de cuentas, estaba en Boston, pero le había dicho que aquella mujer se apellidaba Butterfly y ese apellido era el de Heyrin. ¿Sería entonces la tatarabuela de ese hombre que la había abandonado a su suerte? no entendía nada. Entonces miró al hombre y un poco impaciente y sin responder a su pregunta, le pidió si podía ver la casa.

— Sí, perdone mi torpeza, tenga este juego de llaves. —Daril las cogió y observó con una media sonrisa que el llavero ostentaba una pequeña mariposa forjada en hierro. El hombre parecía algo nervioso, como si se resistiera a creer que había venido por fin aquella joven a reclamar la herencia. Como el hombre no dejaba de mirarla, ésta se giró molesta:

— ¿Ocurre algo?

— No, no... perdóneme, perdone mi atrevimiento, pero me estaba preguntando qué va a hacer usted sola en una casa tan grande. —a ella le molestó su curiosidad y no contestó, ando con aquellas faldas que le entorpecían los movimientos hacia el carruaje y oyó que el hombre le preguntaba si tenía inconveniente en que la acompañara, pero la chica negó, ya sabría manejárselas sola, sabia la dirección y se la dio al cochero; la verdad es que aquel hombre le produjo un sentimiento de rechazo instintivo.




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