Un Pasado Para Daril

Una agradable visita por la ciudad

A las ocho de la tarde alzó la vista de su novela, la había dejado un poco nostálgica al ser dramática, pero suspiró reponiéndose y decidió darle de comer a los pajaritos. Estuvo un rato mirando como jugaban y entonces oyó un aullido aterrador que provenía de afuera; ¡madre mía! Se había olvidado completamente de los dos canes desde que se había ido la Sra. Hudson y estarían hambrientos. Corrió a la cocina a buscar las sobras de la comida y las puso en un recipiente, una vez en la entrada se sobresaltó sobremanera al no verlos atados a sus casetas, miró por el jardín nerviosa pero entonces dos sombras se acercaron ladrando y ella saltó para un lado, los perros no parecieron percatarse de ella y se abalanzaron sobre la comida, gruñendo de satisfacción. Una vez estuvieron saciados, Daril aprovechó que estaban tranquilos, para poder arrastrarlos y volverlos a atar, pero como éstos la observaron detenidamente gruñendo, ésta les habló suavemente, no queriendo parecer asustada.

             - Tranquilos perritos guapos, ahora seré yo vuestra nueva ama, a mí tampoco me caéis demasiado bien, pero tendremos que aguantarnos si queremos llevar una convivencia pacífica.- Éstos gruñeron tratando de morder sus correas, sin dejar que se acercase. Cuando por fin lo consiguió, fue a entrar en la casa completamente exhausta, al haber tenido casi que arrastrarlos a la fuerza, cuando oyó una risa a su espalda y una voz grave que le decía:

            - Ha sido duro ¿verdad?

Esta se giró de golpe y pudo entrever una figura envuelta en las sombras:

            - ¿Quién es usted y cómo se atreve a burlarse de mí?

La figura se adelantó para que pudiera verla mejor a la luz de la farola. Resultó ser un caballero de unos cuarenta y tantos años, el cabello largo y canoso recogido en una coleta, iba ataviado con esmoquin, una capa hasta el suelo, guantes y sombrero de copa. Éste le hizo una exagerada reverencia, mientras se despojaba de su sombrero.

               - Mr. Jacobs para servirla, vivo al final de la calle y me he asombrado al ver que la gran casa de los Butterfly vuelve a tener dueño, ¿a quién tengo el placer de conocer?

            - Me llamo Daril Taylor y sí, hace poco que vivo aquí- le respondió ella con sequedad- y ahora respóndame, ¿por qué ha tenido la osadía de reírse de esa forma? para que lo sepa, esos perros no son fáciles de dominar y si los tengo conmigo es porque he adquirido esa obligación, eran de mi abuela.

            - No se enfade conmigo querida señorita, no era mi intención ofenderla, una cara tan bonita no debe estar enojada de ese modo, ¡ja, ja! Perdone mi atrevimiento y mis modales poco correctos, pero es que no tengo a nadie que me domine... me haría falta una buena mujer como usted para que me llevara por el buen camino.- Daril no pudo contener su indignación y sin saber qué responderle sin causar un gran escándalo en el vecindario, optó por ignorarlo y entró en su casa dando un portazo mientras las risas de aquel hombre sonaban tras ella.

- - -

           Mientras se peinaba su larga melena, Daril cantaba una canción para ella conocida, sentada en el cuarto de baño frente a un espejo. Deseaba que ya fuera mañana, se levantaría temprano y se pondría uno de aquellos vestidos, esperaba que no resultasen demasiado anticuados y le produjeran una grata impresión a su acompañante. La verdad es que le había caído muy bien, le molestaba un poco que de momento hubiera como una barrera entre ellos, pero pensó que debía ser paciente, allí se hacía todo despacio. Tenía un peculiar atractivo, su sonrisa era encantadora y la hacía olvidarse de todo… además era muy simpático, no como ese tal Jacobs, el caballero tan grosero que se había reído abiertamente de ella.

     - Seguro que iba bebido, parecía venir de una elegante fiesta por su atuendo. ¡Capa y sombrero de copa! Solamente se podría llevar algo así en una época como esta…

          Luego se bebió un vaso de leche y unas galletas antes de irse a acostar. Al meterse en la cama, observó el cuadro unos instantes, le parecía que la seguía con la mirada, pero supuso que sería un efecto óptico y además, en el fondo temía que si se paraba a observarlo, de nuevo la atraería para devolverla al Nueva York del 2010... y por ahora no le interesaba para nada volver.

           Por la mañana, se sintió aturdida y extraña de estar sola allí, hasta que llegó Christopher, ésta al verlo parado frente a la puerta (la verja la había dejado abierta), reprimió sus ganas de abrazarlo. El joven, que traía un gran ramo de rosas blancas y rosadas y un paquete muy bien envuelto, la miró sin poder disimular su admiración. Daril había ocupado gran parte de la mañana en hacerse un peinado a medias recogido y en pensar qué atuendo se pondría, pero por fin había elegido un vestido verde claro a juego con unos zapatos y medias.

      - ¡Oooh! ¡te ves magnífica! Ese color te es muy favorecedor.

       - Gracias, eres un encanto.- entonces el hombre le tendió el ramo- Ummm, que bien huelen, has acertado, las rosas son mis preferidas.

      - Este paquete es una tarta de frambuesa, mi prima Emma insistió en que nuestra cocinera la preparara para ti.

 - ¡Que amable! Pondré las rosas en un jarrón y la tarta en la alacena. Espera un segundo. – y volvió a entrar en la casa.




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