Un Pasado Para Daril

En casa de los Harrilson

    - Carol, esta noche iré a casa de los Harrilson, ya te hablé de ellos. Necesitamos un jardinero y, aunque no me agrada demasiado la idea de mantener a un borracho, su familia necesita el dinero y sé que les puedo ayudar, no me quedaré a cenar, marcharé a las siete y lo más probable sea que el Sr. Bladmore y yo nos quedemos a cenar por ahí, ¡ah! Fuera hay dos perros hambrientos, a eso de las ocho y media les das la cena, está en una bolsa en la cocina. - Carol dejó de barrer y la miró con expresión grave.

      - Tengo que decirle una cosa sobre esos perros.

      - Dime, te escucho.

      - Cuando llegué a esta casa y los vi, tuve que hacer un esfuerzo terrible por no salir corriendo.- la chica apagó su mirada – cuando tenía unos nueve años, un enorme can se abalanzó sobre mi padre y casi acaba con su vida. Desde ese horrible día no he podido soportarlos, pero la única idea de poder conseguir un empleo, me hizo seguir hasta su puerta. No creo... no creo que pueda ocuparme de ellos... si es requisito imprescindible para quedarme, tendré que marcharme y... no tengo dinero para pagarme el billete de vuelta. - la pobre chica estaba a punto de echarse a llorar, aunque Daril la calmó.

      - Tranquila, no es necesario que te cuides de ellos, ya lo haré yo.

      Carol pareció enormemente aliviada y reprimió sus ganas de abrazarla, la verdad es que aquella chica de su edad le producía una extraña sensación, no actuaba como la dueña que era, sino que parecía tratarla como a una hermana.

      - Oh... ¡muchas gracias por su comprensión!

            A las siete menos cuarto llegó Christopher y Daril ya se había arreglado y les había puesto la cena a los dos perros. Se había puesto un sencillo vestido color crema con un collar de perlitas a juego con sus pendientes, no quería arreglarse demasiado dadas las circunstancias.

      - Esta debe de ser Caroline, la nueva sirvienta, ¿no?

      - Sí, Caroline, te presento al Sr. Bladmore.

      - Encantada.- dijo la chica haciendo una tímida reverencia.

      - De acuerdo, no nos entretengamos, vamos para allá.

 

            Fueron andando hasta el final de una calle y al ver la vieja edificación, la joven supo de inmediato que era la de ellos. Era una pequeña casa de madera rodeada por una valla rota en varios sitios, las ventanas tenían rotos los cristales y el tejado estaba tan roto que parecía que iba a romperse en cualquier momento.

      - ¡Dios mío!¡cómo puede alguien vivir en estas condiciones!- exclamó mirando a su acompañante con tristeza; del interior se oía el incansable lloro de un bebé. Al final Christopher entró arrastrando a Daril con él, la puerta estaba abierta y pudieron ver la miserable estancia.

        Era una habitación rectangular con una mesa en un rincón y tres sillas, una de ellas con una pata coja. Se oía el fuego de la chimenea crepitar, con una olla colgando encima de las brasas. En una de las paredes habían dos estanterías repletas de cacharros viejos y a su lado una puerta que seguramente iba a dar a las habitaciones. Frente a la chimenea había una mujer tratando de calmar al bebé que tenía en brazos y al verlos entrar se puso a la defensiva:

        - ¿A qué han venido? ¿Qué quieren de nosotros? ¡Si vienen a decirme algo de mi marido váyanse, sé que se está gastando todo su sueldo en bebida y ya ven cómo vivimos, en una mísera barraca! ¡Márchense de aquí!

            Un niño de unos cinco años los empujó para que salieran, pero entonces salió de la habitación la misma niña que se había presentado frente a la panadería.

          - ¡Tommy, déjalos pasar! - miró a su madre, la cual estaba medio estirada en un jergón de ropa liada- madre, esta señorita es muy buena, hace unos días nos regaló unos bollos para que no pasáramos hambre.

            La madre fijó sus cansados y ojerosos ojos en Daril, ésta se sintió enormemente ridícula vestida así, con su vestido y sus perlas. Los otros hermanos que estaban dispersos por la habitación se acercaron para mirarla, ¡para ellos era como un hada!, pues casi nadie les había hecho caso, más que para burlarse de ellos. La madre suspiró tristemente y luego comenzó a llorar, tapándose el rostro con el delantal. Daril tuvo el instinto de consolarla, pero Nuka le dijo que se sentaran en las sillas.

      - Creo... que podremos invitarles a cenar, aunque no es mucho lo que tenemos.

          Ella fue a decirle que no se molestara, pero cuando la madre se repuso, se secó las lágrimas y levantándose del jergón y dejando al niño por fin dormido entre las ropas, se acercó al fuego destapando la olla que dejó ir una nube de vapor. La otra niña, hermana de Nuka, puso más astillas a la lumbre, provocando que saltaran algunas chispas. La hermana mayor no tendría más de trece años, con lo cual se hacía cargo de todos sus hermanos mientras su madre trabajaba, pero ahora ésta estaba enferma y entre las dos hermanas se hacían cargo de todo. La madre les ordenó orgullosamente, alzando más la voz:

          - Pueden sacarse los abrigos, nosotros seremos pobres, pero sabemos tratar bien a nuestros invitados. Sé que no tenemos mucho que ofrecer, pero pelaremos más patatas y...- entonces tuvo un fuerte acceso de tos y Christopher corrió hacia ella.




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