Un Pasado Para Daril

La llegada

Carol llegó muy temprano para traerle un recipiente con agua para su aseo. Daril estaba sentada en la cama desperezándose.

— ¿Le preparo el desayuno? yo ya he tomado el mío.

— ¿Cómo es que te has despertado tan temprano? ¿es que no duermes bien?

— Sí señorita, pero es que mi anterior amo me hacía levantar antes de las seis y media para prepararle el desayuno, y ya son las siete.

— ¡Oh, por mí puedes estar en la cama hasta las siete y media! Yo me despierto normalmente a las ocho, lo que pasa es que hoy he madrugado porque estoy esperando que llegue mi nuevo jardinero.

— ¿Fue ayer a visitar a aquella familia tan pobre?— entonces se excusó de inmediato —lo siento, no debería entrometerme en sus cosas, ¡perdone mi atrevimiento!

— Creo que tu antiguo amo era bastante estricto, puedes preguntarme lo que quieras, además de una criada, lo que más necesito es alguien con quien conversar.—Ésta frunció el ceño extrañada; le parecía muy raro que aquella joven, acostumbrada a vivir con toda clase de lujos, se comportase de aquella manera.

— Mi anterior trabajo era más pesado, mi señor tenía tres terribles criaturas pequeñas que siempre estaban haciendo de las suyas. El dueño casi nunca estaba en casa y su mujer... casi me atrevería a afirmar que no le importaban demasiado, pues nunca estaba por ellos, era la Tata quien los cuidaba.

— Quizás por eso eran tan traviesos, sin duda necesitaban atraer la atención por medio de sus actos, es normal, si sus padres no les mostraban la debida atención...

— Sí, porque cuando me ponía a jugar con ellos, eran unos críos bastante simpáticos, pero la señora siempre me tenía ocupada. ¿Qué le apetece desayunar?

— Prepara un café con leche y algunas tostadas, puedes traer la bandeja aquí.

Una vez la doncella se fue, Daril se preparó un baño con agua caliente y se peinó, recogió los largos cabellos y cuando Carol llegó con el desayuno, se puso una falda y una blusa sencilla.

Cuando bajó al jardín, descubrió que habían crecido nuevas plantas entre las grietas de la fuente, y al observarla más de cerca, descubrió que todos los pececillos que anteriormente nadaban en el agua estancada, estaban flotando en la superficie.

— Oh... creo que confié demasiado en las plantas acuáticas y se les ha terminado la comida, iré a buscar una tienda de animales para comprar unos cuantos más.

Luego fue al interior del cobertizo, era lo suficientemente grande como para que cupiera una cama estrecha y fue a ver al carpintero, no sin avisar a Carol que si llegaba el jardinero antes, que lo atendiera ella misma.

El carpintero le dijo que se pondría de inmediato a construirla y que cuando estuviera lista, se la traería con un carromato.

— Muchas gracias, ¿sabe dónde hay una tienda de animales por aquí cerca?

— Me temo que por aquí no hay nada parecido, tendrá que coger el tranvía e ir al centro.

La tienda en sí no era demasiado grande, era una estancia repleta de artilugios de jardín y de labranza. En aquella época no se vendían perros ni gatos en las tiendas, pero se podían ver algunas jaulas con pájaros y algunas vasijas con peces.

— ¡Buenas tardes, buenos días, que usted lo pase bien! ¡Rrrr!—se oyó una estridente voz que provenía de una especie de loro o cacatua.

Como había gente por despachar, Daril se esperó de espaldas a la jaula y no tardó en notar como alguien le estiraba los cabellos. Al girarse, descubrió que era el exótico animal, que jugaba con ellos ayudándose del pico y las patas.

— ¡Eeeh! ¡Estate quieto de una vez! —le ordenó ella tratando de liberarse. El animal estiró el cuello emitiendo sus estridentes chirridos. Las personas que también esperaban su turno sonrieron ante aquella escena tan cómica y una de las señoras explicó:

— Nosotros tenemos un loro en casa que no deja en paz a mi gato, cuando lo tenemos suelto, cada vez que lo ve se le echa encima chillando y picoteándole las orejas, ¡pobre “Micifuz”, le tiene tanto miedo que cada vez que lo ve se marcha corriendo a esconderse!

— ¿Tiene usted animales en casa? —le preguntó otra de las clientas.

— Sí, dos enormes y hambrientos perros, dos canarios y varios peces; estos se me han muerto por falta de comida.

— ¿Es usted la nueva propietaria de la Mansión Butterfly? —le preguntó otra señora reconociéndola— encantada de conocerla, vivo en su mismo barrio.

El único caballero que se esperaba con ellas, corpulento y de rostro curtido por el sol, con un sombrero de ala ancha cubriéndole a medias los ojos, se metió interesado en la conversación:

— ¿A sí? ¿Desde cuándo vive allí?

— Hace un mes y medio, antes vivía en Nueva York, heredé la mansión de mi abuela Elisabeth al morir ésta.— el hombre fue a preguntarle algo, cuando la dependienta se dirigió a ella:

— Buenas tardes, ¿qué desea señorita?

— ¿Qué tipo de pez me recomendaría para una fuente? Los que tenía se me han muerto y necesito unos que sean resistentes. También algunas plantas acuáticas... y necesitaré de algún manitas que arregle el sistema de agua de la fuente, se ha averiado y no funciona.

La dependienta le puso en una bolsa de plástico algunos que fue eligiendo de las diferentes peceras, le tomó la dirección para avisar al técnico y le dijo que con el tiempo, si tenían suficiente espacio serían capaces de reproducirse. Cuando iba a marcharse, el hombre de la tienda se apresuró a salir con ella, sin esperar su turno. Ya nada era más importante que conseguir información.

— Disculpe mi extrema curiosidad señorita, pero no he podido evitar escucharla. —la observó detenidamente de arriba a abajo— ha dicho que es la nieta de la Sra. Butterfly... —Daril asintió un poco fastidiada sin dejar de andar, pensando que sería otro de los muchos que se acercaban a ella para preguntarle cosas sobre su familia...

—¿Conocía usted a mi abuela? —aquella era la pregunta de rigor que siempre les hacía a los curiosos y como siempre, esperaba la típica respuesta: Que la señora había sido muy amable, que tenía muchos amigos, que en sus últimos momentos apenas salía de casa, que de joven era extremadamente guapa y popular entre las personas de alto nivel... Daril, antes de que aquel extraño (que por cierto no había visto nunca por ahí), se le pusiera a relatar las mil y una bondades de su abuela, le dijo un poco secamente—discúlpeme, pero tengo un poco de prisa...




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