Un Pasado Para Daril

Segunda lección

          Como la vida en el rancho para Daril era bastante aburrida, a pesar de las advertencias de su tío de que no volviera a pisar el establo, la chica se sentía independiente y tenía muchas ganas de aprender a montar. Benjamin, aunque era un poco más joven, era la única persona más o menos de su edad y tenía curiosidad por conocerlo. Por eso, se descubrió entrando a las cuadras y lo buscó en su interior.

            Entonces se sobresaltó al rozarle una cosa suave por la cara y se vio de caras con el halcón, el ave que cada noche Benjamin sacaba para que cazara a su antojo. Daril retrocedió temerosa y se dio de espaldas con el muchacho, que venía trayendo algunas herramientas. Al verla se puso muy nervioso y le advirtió, soltado las herramientas en un rincón:

      - ¡Srta. Taylor! ¡Váyase si no quiere que vengan sus tíos y la regañen! - ella frunció el ceño, molesta por aquel recibimiento:

      - Todavía es muy pronto para que alguien me esté buscando y además, ya soy mayor para que me digan lo que he de hacer.

       -No me preocupo por mí, solamente soy un pobre ayudante de caballerizas, pero temo que se meta en problemas por mi culpa.

      - No es tu culpa, la semana pasada te pedí que me ayudaras y me dijiste que podías enseñarme a montarlos. Me siento con la obligación de permanecer aquí con mis tíos, porque son cuánta familia me queda, pero lo cierto es que Steven me ignora y me aburro aquí sola con la única distracción que hacer media con mi tía y leer. Lo único que quiero es estar con alguien de mi edad y tú eres el único, ¿comprendes? - Benjamin abrió mucho los ojos, nadie le había hablado de tal modo, y menos la sobrina de su jefe.

      - Pero usted es una señorita, sobrina del Sr. Butterfly y yo solamente “Ojo de halcón”, un pobre indio que su tío adoptó al morir mi padre. Nadie quiere a los indios.

      - Lo sé, pero yo soy diferente, antes vivía en un lugar donde esas reglas no existen. Debes creerme, yo no te conozco pero quisiera ser tu amiga, si no te importa.

      Benjamin seguía dubitativo, la experiencia le había enseñado a desconfiar del hombre blanco, pero él también se sentía solo allí y necesitado de compañía, aunque esta se la ofreciera una señorita. Se quedaron unos momentos sin decirse nada y Daril señaló el bello animal que picoteaba un trozo de carne atado a su pedestal de madera. Benjamin le acarició las suaves plumas.

      - ¿De verdad te gusta? Es mi mejor amigo además de los caballos, lo tengo desde los diez años, que es la edad que tenía cuando llegué a esta casa para servir a su tío. Mi padre me lo dio, lo rescató de las rocas pues estaba herido y lo amaestró. Ahora ha aprendido a vivir en cautividad, aunque lo saco por la noche para que pueda volar y cazar su alimento.

      - ¿Y mis tíos no pusieron objeciones para que lo trajeras al rancho?

      - La señora. al principio no quiso, pero su marido accedió con la condición que se quedara aquí dentro. Entonces Daril miró la yegua gris:

      - ¿Qué más debo hacer para poder montarla, además de ganarme su confianza?

      - Decía el viejo Lamka que la mejor forma de domesticar a un caballo es llevarlo a un lugar tranquilo y allí darle de comer hierba fresca y agua. Tiene que ser un lugar donde no haya gente, así el animal se siente más relajado.

      - Yo solamente quiero aprender a montar, “Dama” ya es una yegua domesticada.

            Benjamin no le contestó, sacó a la yegua, le puso solamente una cuerda y montó de un salto, le dijo a la chica que subiera delante de él.

      - Pero no has puesto silla.

      - La mejor manera de hacerlo es así, o con una manta para no resbalar, así sientes entre tus piernas sus músculos en tensión. - Daril subió ayudada por el chico, más cómoda con sus vaqueros y atravesaron los prados. Algunos pastores se los quedaron mirado a medida que pasaban, preguntándose qué haría una señorita subida a caballo con uno de los ayudantes del señor y además siendo éste indio. Ella los ignoró, no quería dejarse influenciar por nadie, porque ella no estaba haciendo nada malo.

            Llegaron a un lugar solitario en el bosque, frente a ellos corría un manantial que bajaba hasta caer en un riachuelo.

      - Ya hemos llegado.- dijo él desmontando y cogiendo luego a Daril por la cintura para ayudarla a bajar. La chica se dio cuenta de que aquel muchacho actuaba con una enorme inocencia, todos sus actos reflejaban normalidad, en su propia época, cualquier chaval de su edad, se hubiera aprovechado de la situación.

            Llevaron a la yegua cerca del agua, entonces Benjamin se apartó un poco sentándose en una piedra plana.

      - Ahora deberá darle de comer y beber con la mano mientras la acaricia y repite su nombre, después le tirará suavemente agua por el lomo y cabeza y le frotará el pelaje húmedo.

      Ella asintió y arrancó briznas de hierba, mientras que con la otra mano le mantenía la cabeza erguida con la cuerda.

            La yegua primero la ignoró y se apartó hacia atrás un poco al ponerle Daril la comida en el morro, echando las orejas hacia atrás sorprendida. Pero como ella insistiera, finalmente logró su propósito. Miró contenta al chico, el cual asintió y le hizo señas de que continuara alimentándola. Ella obedeció hasta que el animal estuvo saciado. Luego, lo acercó hasta el borde del riachuelo y se dispuso a darle agua, formando un cuenco con una mano. La yegua levantó la cabeza emitiendo un relincho.




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