Un Pasado Para Daril

Sucesos imprevistos

No hacía ni una hora que Daril se había puesto el camisón, metido en la cama y apagado la lamparita, cuando se sentó de golpe notándose extremadamente agitada.

Se había acostumbrado demasiado a su “forzosa” castidad, viviendo sola en su mansión, luego en casa de sus tíos donde casi se dejó llevar con Benjamin, pero ahora, sabiendo que a solamente unos pasos, en el piso inferior estaba su deseado Christopher durmiendo en la que había sido la habitación de su abuela en sus últimos años de vejez, no pudo concentrarse en conciliar el sueño.

Notándose presa de un repentino deseo, se levantó sin siquiera ponerse las zapatillas y ando descalza por las maderas del piso. No quiso despertar a sus tíos ni a las dos criadas y bajó cuidadosamente las escaleras.

Una vez frente a la habitación entreabierta, pasó al interior y se metió en la cama, no sin antes despojarse de su camisón. Estirada a su lado, notó como Chris se giraba para mirarla en la penumbra enormemente asombrado, pero no dio tiempo a que éste protestara, apagó con sus apasionados besos un posible reproche y comenzó a acariciarlo, cada vez más osadamente, explorando con sus dedos todos los rincones de su piel. Éste se dejó llevar, contagiado por su deseo y, sin ser ya dueño de sus actos, sin pensar en un posible escándalo al no esperar a la noche de bodas, se quitó la ropa interior, acariciando con manos temblorosas sus redondos pechos, besándole los turgentes labios, mordiéndole frenético su cuello, respirando los dos entrecortadamente mientras se amaban con lujuria contenida.

Quizás Christopher esperaba que aquella primera vez fuera distinta, imaginaba que tendría que ser el paciente maestro de una inexperta joven virgen, pero se sintió abrumado, extrañándole sin embargo su propio alivio, de ver como aquella mujer lo llevaba al borde del éxtasis, lo capturaba entre sus piernas debajo de él, moviéndose de una manera inimaginable para el decoro de la época.

Disfrutaron los dos durante horas, amándose sin descanso, como queriendo recuperar en aquel momento todo el tiempo en que habían tenido que mantener la compostura.

Daril no dejaba de repetir su nombre, abrazada a él, gimiendo entre sollozos contenidos, sintiendo el corazón a rebosar por aquel sentimiento de amor compartido, aquel sentimiento tan poderoso que tanto había buscado en vano en sus encuentros esporádicos.

Se quedaron en silencio agotados, adormilados uno en brazos del otro. Daril oyó en susurros, antes de quedarse dormida, como Chris le decía, acariciándole, ahora sí, dulcemente, uno de sus senos:

—Te amo...

Se despertó en sus blazos presa de una enorme felicidad. Éste, al verse allí, los dos desnudos, con las sábanas revueltas tapándolos a medias, sintió de golpe que la turbación le invadía y le dijo, besándole tiernamente en la frente y levantándose:

—Vamos cariño, es mejor que nos levantemos, no sabemos qué hora puede ser ya y no querría que una de tus criadas pudiera entrar sorprendiéndonos así.—Ésta se hizo la remolona, pidiéndole que volviera a la cama con ella, pero éste se puso rápidamente los pantalones y le tendió el camisón, que se había caído al suelo. Al final Daril accedió, no sin pesar y se vistió. Luego, dándole un último beso en los labios, salió de la habitación.

Cuando iba a subir las escaleras, vio a una Sra. Hudson, que la observaba extrañada.

—Buenos días querida, no he oído que estuvieras despierta. —entonces se fijó en sus revueltos cabellos y en que no llevaba ni una triste bata encima del camisón —… es mejor que te pongas algo de abrigo querida, hace bastante frío y puedes enfermar. —La mujer parecía bastante azorada, comprendiendo al instante lo que había sucedido entre los dos jóvenes, pero no quiso mostrar en exceso su asombro y optó por la normalidad que se esperaba de su cargo.

Daril avergonzada ni siquiera le respondió, asintió con la cabeza y subió al primer piso. Allí descubrió que la habitación de sus tíos estaba vacía y así se lo preguntó más tarde a Carol. Ésta le explicó que habían salido muy temprano y que no habían querido despertarla. Por suerte, pensó Daril, sino habrían visto que ella no estaba en su habitación.

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Una tarde cualquiera, Daril, la Sra. Hudson, Caroline y Christopher que había venido después, miraban atentamente como el cerrajero, utilizando profesionalmente sus herramientas de trabajo, trataba de abrir una a una las habitaciones, 6 en total, que habían permanecido cerradas.

Cuatro de ellas únicamente estaban vacías, llenas de polvo y telarañas pero vacías. La otra, (la que vio Daril en sueños), efectivamente era la habitación de Rosalind, todavía con sus muebles y sus juguetes; un caballito balancín de madera, algunos libros de cuentos, bloques con letras, varias muñecas de porcelana y algunos animalitos de peluche. Las ventanas lucían cortinas rosas con encajes y Daril se asomó, como para comprobar que de nuevo no la sorprendería la intensa luz que en sueños la cegó, pero solamente pudo ver parte del jardín y de la calle. Mrs. Hudson parecía enormemente triste al volver a ver aquella habitación, se paseó mirándolo todo llena de melancolía, ya que por su cabeza le venían recuerdos de aquella niña tan inteligente que fue arrebatada de su madre a tan pronta edad.

Y ahora le tocaba el turno a la última habitación, Daril esperaba presa del nerviosismo, no sabía si volvería a ver aquellos objetos del futuro, ignoraba qué sucedería si sus acompañantes los veían, pero poco le importó, ya nada la preocupaba, cuanto antes se enterasen de que era posible viajar en el tiempo mejor, así le sería más fácil explicarles la verdad. Si estaba destinada a casarse con Christopher, había decidido explicárselo todo, le corría el remordimiento por dentro al saber que le había mentido sobre su vida.

Por fin se oyó el ¡clec! de la cerradura y la puerta se abrió. Daril agradeció enormemente su trabajo al cerrajero y Carol lo acompañó a la salida, dándole una propina por sus servicios. La señora Hudson explicó que aquel había sido el estudio del señor de la casa, se pasaba muchas horas allí encerrado y nadie, ni siquiera su esposa, sabía lo que hacía allí.




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