Un Pasado Para Daril

Un reloj extraordinario

—¿Qué... que hace aquí? —éste se mantuvo en su lugar observándola, disfrutando del asombro que había provocado en ella.

—Primero pensé que lo tendrías tú, en tu “Gran mansión”—aquello lo dijo despectivamente— pero después de registrarlo todo y descubrir que no estaba, solamente tuve que hacer algunas investigaciones que me llevaron hasta aquí. Solamente tuve que seguirte, esta noche, entupida ingenua... creías que nadie podía descubrirte, ¿eh?

Daril apretó con fuerza el reloj contra ella a su espalda sin entender nada, ¿aquel hombre había sido el que entró a la fuerza en su casa y agredió a Carol? Pero, ¿por qué?

Entonces oyó un pitido muy leve que provenía del reloj, lo notó vibrar en sus manos y entonces, sintiendo como perdía el control, cerró los ojos mientras era llevada a otro lugar y oía a aquel hombre gritar a lo lejos: ¡Noooo!

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Volvía a estar en su época, estaba en el Boston del 2017 e iba vestida con la misma ropa que llevaba antes de pasar por aquella increíble experiencia. Ando apesadumbrada por las calles sin mirar por donde iba, sin inmutarle el hecho que algunas personas se quejasen al chocar contra ellas. No sabía qué hacía de nuevo allí, sentía mucho calor, allí no era invierno y un sol de justicia le quemaba los ojos. —Notó dos lágrimas calientes que le bajaban por las mejillas y se sintió morir.

—¡Mira por dónde vas, imbécil! —le gritó un chico dándole un empujón y mirándola visiblemente molesto mientras se alejaba con prisas montado en su monopatín.

—“¿Por qué me has hecho esto, Heyrin? ¿Por qué me has hecho vivir esa maravillosa vida si luego ibas a quitármela?” — pensó luego sentándose en un banco. —” aquí no me queda nada, no tengo a mis tíos, ni amigos, ni a Christopher… ¿Cómo voy a poder rehacer mi vida ahora?” —tiró una piedrecita, la cual rebotó y cayó en un charco.

—“Esto no es natural, no es justo que una mariposa pase de volar feliz, a luego volver a ser oruga. Si todo iba a acabar así cuando encontrase el maldito reloj que me pediste, pues entonces te lo puedes meter por el cu...”— entonces alzó la cabeza y vio el edificio azul claro que tenía delante mismo. Se limpió la cara con una manga y se levantó:

—¿Abuelita...?

Cruzó la calle esperanzada, sin hacer caso al bocinazo que recibió por parte de algunos conductores que pasaban por allí y entró en la residencia de ancianos. Debía ver a su abuela inmediatamente, abrazarla y explicarle todo cuanto había vivido. Le contaría que había podido ver la casa de su madre, sus fotos, a ella cuando era un bebé.

Pero se quedó helada, cuando una de las asistentes la salió a recibir y le aseguró que allí nunca habían tenido a una tal Sra. Collins, que ni siquiera la recordaba a ella y ni mucho menos a sus dos hermanas.

—¡Pero si vinimos las tres a visitarla, nos recibió una de tus compañeras, bajita con el pelo oscuro...! —la cuidadora llamó a las demás. Daril volvió a repetirle lo mismo a la enfermera que las atendió aquel día, pero ésta le sonrió amablemente disculpándose.

—Lo siento, pero no te conozco.

—No... no puede ser, me dijiste que podía quedarme un rato más para hablar con ella. La cogiste y la pusiste en su cama, le dijiste que debía descansar... soy una de sus nietas, de Nueva York —Daril comenzaba a notar que sus ojos se humedecían, pero entonces recordó algo —¿Recuerdas a un hombre de unos treinta años que siempre venía a visitarla? Era muy alto, con el pelo largo y negro y ojos como los míos...

—Siento mucho que hayas venido de tan lejos para nada. No solemos tener muchos pacientes y si hubiera estado inscrita aquí la recordaríamos. ¿Quieres decir que no te has confundido de Residencia, guapa? Hay algunas más cerca de aquí...

Pero Daril se marchó cerrando la puerta de un portazo. ¿Dónde se habían llevado a su abuela? Seguro que todas mentían y querían hacerla pasar por loca, encubriendo a quien la hubiese secuestrado.

Descubrió que esta vez no llevaba equipaje, ni siquiera algún dinero y no supo cómo volvería a su apartamento en Nueva York. Ando y ando sin saber qué hacer hasta que presa de la desesperación y la impotencia, se internó en un parque. Entonces, una voz conocida se oyó en su cabeza:

—“Ya sabes lo que tienes que hacer, tu mente lo recordará... usa el reloj”

Daril sacó aquel artilugio que por accidente había vuelto a llevarla hasta allí, todo era culpa suya, si no lo hubiera cogido... ahora estaría con su amado Christopher. Lo estuvo observando atentamente, en su mente un montón de cifras, de explicaciones desordenadas se formaron vertiginosamente. Eran recuerdos extraños, no los reconocía como suyos, pero sin saber cómo, empezó a darle vueltas a aquellas tres ruedas, movió las manecillas sin ser apenas consciente de lo que hacía y entonces lo logró, una fuerza la atrajo hacia adelante y al instante estuvo frente a su mansión de 1890, mientras algunos carruajes pasaban rápidos. Estaba situada en medio de la calle y vio pasmada que uno de los caballos se dirigía derecho hacia ella. No le dio tiempo a apartarse cuando ¡plop! el caballo y su jinete la traspasaron. ¡Se había convertido en un fantasma! Bueno, en un fantasma no porque no estaba muerta, pero sí en una especie de holograma, el reloj la había traído de vuelta, pero no con su forma física. Podía ver cuánto sucedía a su alrededor, pero nadie más podía verla a ella.

Entonces volvió a girar las manecillas notando una agitación interior y de nuevo se encontró en la casa de Mr. Jacobs, había recuperado su cuerpo, pero también estaba aquel hombre, que al volver a verla musitó alegremente:

—Vaya, por lo que se ve no sabes cómo funciona el reloj y te ha vuelto a traer aquí... vamos, entrégamelo a mí. —y vio como sacaba de sus ropas algo afilado y brillante. La estaba amenazando con un puñal.

—¿Por qué lo quieres? ¿Quién eres en realidad?




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