A la mujer que más amé en esta vida, donde quiera que estés, madrecita.
“La bebé de tres meses de nacida no paraba de llorar en los brazos de su madre. Su abuela, Verónica, acunó a la bebé en sus brazos haciéndola dormir.
—Ay, hijita, ¿a qué te saben estos brazos viejos, si los de tu madre están tan jóvenes?”
«Ha pasado poco menos de un mes desde que se escucharon aullar a los perros, cuando se escucharon aullar una vez más.»
Verónica fue la mujer que he más he amado en mi existencia. Aquella gran mujer que me enseñó a ser quien soy. Verónica fue mi abuela.
Todos mis recuerdos de ella, están guardados como un tesoro, uno del que no existe precio para describir.
Toda mi infancia está impregnada de ella. Mi dura adolesencia ella era mi consuelo. Y el principio de mi adultez, la causa de mis lamentos.
Cuando me caía, no era a mi mamá con quien corría llorando por el golpe. Era a ella. Siempre ella fue la primera opción en mi vida.
Recuerdo su carácter frío y fuerte, ella no era una mujer cariñosa, era amarga, o bueno, según ella así era. Pero yo sabía perfectamente que ese modo de ser era así porque así la había hecho la vida, una mujer dura y muy fuerte, pero a pesar de todo eso,
Contaría todas y cada una de las historias que tengo en mi memoria de ella, pero, la intención de escribirle, es que quiero recordar cuánto y porqué la amé.
Voy a empezar diciendo que tuve una madre ausente, yo en la escuela por las mañanas y mi madre en las tardes por el trabajo. Todo el día me cuidaba mi abuela.
Nunca la llamé así. Ella lloraba cuando por accidente le decía así. Para ella y para mí, siempre fue mamá.
Recuerdo que ella se peleaba con sus hermanas, porque ellas decían que ella era mi abuela, no mi madre, y que, su trabajo era como abuela.
Me aprendí sus medicinas desde muy pequeña, por si algún día me las llegaba a pedir.
Pasaron 12 años de mi vida junto a ella, cuando recibió una noticia que casi la mata. Había muerto mi tío.
Ella se puso grave. Un pre-infarto la llevó al hospital esa noche del 20 de Julio.
Pasaron 3 años más. Nadie podía quitarle el dolor de su hijo, pero al menos, ella se animaba con algunas cosas. Cada vez que la veía llorar, me acercaba a abrazarla en su silla. Solía decir, que a mí era a la única que le importaba de verdad.
Hasta que un día, ella cayó enferma.
Duró meses encamada, no podía pararse, no podía caminar.
Me tocó cuidarla de aquella enfermedad, que nadie sabía decir qué era lo que tenía.
Ella mejoró con el tiempo. Volvió a caminar. Pero aquella mujer no era la misma, pero al menos, ella había mejorado en cuestión de meses.
Conservó su alegría a pesar del dolor y fue realmente fuerte para poder estar mucho mejor.
Pasaron 2 años más. Había muerto mi madrina.
Este otro golpe, lo recibió de tal manera, que fue más tranquilo que la primera vez. De cierta manera, ya lo esperaba.
Vivió acumulando tristeza, tras tristeza. Su salud fue deteriorándose poco a poco.
Ella seguía siendo la de siempre, alegre, amable, de un muy mal genio.
Tengo muchos recuerdos de ella dandome a escondidas probadas de su comida que ya no quería, envolviendo papas en una servilleta para poder darmelas por debajo de la mesa.
Pasaron 3 años más, ella se había caído y de tal susto, ella cayó en cama.
Su salud emperó poco a poco, al punto que ella olvidó de quién era yo.
Una fría noche de febrero, me tocó ver cómo se le iba la vida poco a poco.
Recuerdo tener que decirle que no se preocupara por mí, que yo estaría bien, que si se tenía que ir, yo lo entendía.
Así fue como me quedé sin nada. Como me quedé sin la mujer que más amé en este mundo.
En ese momento, sentí como tomaban mis pulmones y los apretaban; sentía que arrancaban mi corazón de mi cuerpo, sentí que el último aliento que tenía, se fue cuando me solté a llorar.
Recuerdo golpear el vidrio de la caja, esperando que despertara, se moviera o que hiciera algo para darme esperanza que seguia viva.
Han pasado dos meses desde que te fuiste y me siento tan perdida. Siento que se me han acado las fuerzas para seguir.
Yo sé que te tenías que ir, que tenías que descansar, pero me siento sola, me siento perdida.
Realmente te necesito, te quiero conmigo, te extraño... Pero muy en el fondo sé, que me sigues cuidando, que sigues estando conmigo, siendo la estrella más brillante del cielo, también sé que tú también me amabas tanto como yo a ti y que por eso, estás guardandome un pedacito de cielo, justo en donde estás, para que podamos estar juntas una vez más.