Un pequeño acierto

11. Promesas

Rolán caminó sin mirar a nadie, cruzando pasillos fríos hasta llegar al área de consultas. El olor a desinfectante lo golpeó igual que siempre: un recordatorio constante de lo frágil que era todo.

El doctor Méndez lo esperaba detrás de su buró con una carpeta abierta.

—Señor Vega —lo saludó con un leve asentimiento—. Me alegra verlo de nuevo.

—¿Cómo está mi hermana? —preguntó Rolán sin rodeos, intentando mantener la voz firme.

El médico suspiró, hojeando algunos papeles antes de responder.

—No ha habido cambios significativos en las últimas horas. Los signos vitales se mantienen estables, el cerebro responde dentro de los parámetros esperados para un coma inducido prolongado… pero sigue sin mostrar respuesta a estímulos externos.

Rolán apretó los puños.

—¿Eso significa que no hay esperanza?

—No exactamente —replicó el doctor con tono sereno—. En este tipo de cuadros, la evolución puede ser lenta e impredecible. Hemos tenido casos donde la recuperación comenzó después de meses, incluso más de un año. Su hermana es joven, su cuerpo aún resiste bien… eso juega a su favor.

—¿Y qué puedo hacer yo mientras tanto? No soporto verla así, quieta, como si no fuera ella.

El médico bajó la mirada un instante antes de continuar.

—Podría autorizar que iniciemos una terapia de movilización pasiva —explicó con calma profesional—. Es una rutina de fisioterapia suave, donde los especialistas mueven sus extremidades de manera controlada para evitar contracturas o rigidez muscular. Mantiene la circulación y reduce el riesgo de úlceras o trombosis. No despertará por eso, pero ayudará a que su cuerpo no se deteriore.

Rolán tragó saliva, con la vista fija en el vidrio que separaba el pasillo de la habitación.

—¿Sufre? —preguntó al fin, casi en un susurro.

—No, no siente dolor —aseguró Méndez—. El cerebro, en este estado, no procesa el sufrimiento como lo hacemos nosotros. Sin embargo… —hizo una pausa breve— los estudios muestran que algunas personas en coma pueden reaccionar a las voces familiares. A veces no es medible, pero sucede.

Rolán alzó la vista, como si aquella idea encendiera una chispa.

—Entonces hablarle podría ayudarla.

—Exactamente —dijo el doctor con una sonrisa leve—. Háblele. Cuéntele cosas. Recuérdele quién es. No subestime el poder de la conexión emocional; puede ser más efectiva que cualquier fármaco.

Rolán respiró hondo. Sus hombros, rígidos desde que había bajado del helicóptero, cedieron un poco.

—Gracias, doctor. Haga lo que sea necesario con la terapia. Yo me encargaré de lo demás. No escatime en gastos, cubriré lo necesario

Méndez asintió, colocándole una mano en el brazo antes de retirarse.

—Ella tiene suerte de tenerlo a usted, señor Vega. La mayoría de los pacientes no reciben tanta constancia ni tanto amor.

—Es mi hermana —afirmó Rolán como si solo ese vínculo lo explicará todo. —Tendré que irme al amanecer, tengo cosas impostergables que resolver en el rancho pero necesito que si es necesario mi presencia aquí me avisen, no importa la hora, yo vendré.

Rolán no respondió. Entró en la habitación donde se encontraba su gemela, nuevamente, donde el silencio era casi absoluto, roto solo por el pitido rítmico del monitor. La luz blanca bañaba el rostro sereno de su hermana. Se acercó despacio, y al tomarle la mano notó lo tibia que estaba, viva.

—Tu niño te espera, Mary —murmuró, dejando que su voz quebrada llenara el aire—. Dijo mamá… te llamó, te necesita. Te prometo que lo cuidaré hasta que mejores. Tú hijo te necesita

Su voz tembló, pero no se apartó. En ese instante, el leve movimiento del monitor, una variación apenas perceptible, lo hizo contener el aliento. No fue mucho, quizá solo una coincidencia eléctrica. Con el corazón en vilo, prefirió creer que había sido una respuesta.

Rolán permanecía sentado junto a la cama de su hermana, con los codos apoyados en las rodillas y la vista fija en el rostro inmóvil de Marian.

»No sabes el susto que nos dió hoy, hermanita —murmuró, con una media sonrisa que no llegó a los ojos—. El pequeño se me escapó hasta el lago. Me lo encontré con dos cachorros así que me tocó regresar con los tres. Los perros venían detrás de él, saltando como locos… Casi me da un infarto cuando no lo encontraba.

Sacudió la cabeza, recordando el rostro del niño riendo.

»Tiene tu sonrisa, ¿sabías? Esa manera de fruncir la nariz cuando se ríe. Hasta la forma de mirar… como si el mundo entero fuera un lugar por descubrir.

El monitor siguió con su pitido constante. Ningún movimiento, ninguna señal visible.

Rolán continuó, como si la conversación fluyera en dos direcciones invisibles.

»Cuando lo tuve en brazos, me miró como si supiera algo que yo no. El muy bribón se hizo dueño del sombrero de papá. Al decirle que venía a verte, soltó esas sílabas como si me hubiera entendido… ma-ma. —Su voz se quebró, y tragó saliva.

El silencio volvió a llenar la habitación. Apoyó los codos sobre la cama y le acarició el dorso de la mano, con la delicadeza de quien teme romper algo sagrado.




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