Un pequeño acierto

13. No es no

El sol de la tarde comenzaba a colarse por los ventanales de la gran casona, tiñendo de dorado las cortinas de lino y las baldosas del piso que brillaban tras el aseo de la mañana. En la amplia cocina, Zaira estaba terminando de limpiar los restos de de la comida del pequeño mientras Héctor chapoteaba con su manita en una taza vacía, riéndose cada vez que el agua salpicaba más allá de la mesa.

—¡Ay, Héctor! —exclamó entre risas—. Vas a convertir esta cocina en un charco. Si te comportas, te dejo probar el postre que te hice, ¿trato?

El niño, sentado sobre una toalla doblada que hacía de improvisado cojín para alcanzar la mesa, respondió con un gorjeo alegre y palmadas.

—¡Ta-to! ¡Ta-to! Za-za

Zaira fingió entenderlo.

—Ajá, exactamente. Eso mismo, «trato hecho».

Tomó una cuchara pequeña y la hundió en el cuenco de natilla color rosa. El aroma dulzón del postre impregnó el aire y ella, complacida, sopló para enfriarla un poco antes de acercarla al pequeño.

—Esta es de fresa, a que sí te gusta —dijo en voz melosa—. Es suave y rica, hecha con leche de verdad, de la vaca muaaa

Héctor abrió la boca sin pensarlo mucho. La cucharita desapareció un instante… y apenas un segundo después, el pequeño arrugó la nariz, frunció los labios y escupió la natilla con una expresión tan cómica que Zaira tuvo que contener la risa.

—¡Nooo! ¡Pero qué haces, bribón! —exclamó limpiándole la barbilla—. ¡Si ni la tragaste!

El niño, divertido, empezó a reír y a dar pataditas en el aire.

—¡Ta-ta! ¡Pfff! —hizo, imitando el sonido de escupir, lo que provocó que Zaira soltara una carcajada.

—¡Ah, con que te burlas de mí! Pues nada, señorito, segunda oportunidad —dijo fingiendo severidad mientras preparaba otra cucharada—. Uno, dos…

Pero Héctor giró la cabeza con rapidez, cerrando la boca y cubriéndola con su manita. Zaira intentó otra vez por el lado opuesto, pero el niño, decidido, la esquivó de nuevo.

—¡No, no, no! —dijo con voz clara y arrastrada.

Zaira se quedó con la cuchara suspendida en el aire, entre divertida y sorprendida.

—¿Qué dijiste?

—¡No, no, no! —repitió el niño, moviendo su dedo índice de un lado a otro con seriedad de adulto en miniatura.

La joven soltó una carcajada tan sonora que se escuchó en el pasillo. En ese momento entró Marta, con una cesta de ropa recién planchada y una expresión curiosa.

—¿Qué sucede aquí? Pensé que el niño lloraba.

—No, nada de eso. Es que a este pequeñito no quiere la natilla —respondió Zaira entre risas—. Mírelo, ya aprendió a decir que no.

Marta se acercó, dejando la cesta sobre la encimera, miró al niño con ternura.

—¿No te gusta, cielo? —preguntó con voz dulce e intentó darle una cucharadita más.

Héctor la miró con ojos pícaros y repitió, moviendo el dedo.

—¡No, no, no!

—¡Ave María Purísima! —exclamó la mujer riendo—. Este niño tiene carácter.

—Y muy claro, además —añadió Zaira divertida—. Ya sabe negarse con estilo.

Ambas soltaron una carcajada y el pequeño, creyendo que le celebraban el acto, aplaudió feliz.

En ese preciso instante se escucharon pasos firmes en el corredor y la voz profunda de Rolán Vega resonó desde la entrada.

—¿Y aquí qué revolución tienen montada?

Zaira se volvió y lo vio entrar con ese aire altivo que lo caracterizaba. Llevaba aún el polvo en las botas y la chaqueta de cuero abierta, dejando entrever la camisa remangada.

—Nada grave —dijo ella tratando de sonar formal aunque le temblaban los labios por la risa—. El pequeño no quiere comer su postre.

Rolán se acercó a la mesa con curiosidad y bajó la mirada hacia el niño. Héctor lo observó con un brillo travieso en los ojos, como si ya tramara algo.

—¿Así que no te gusta lo que te prepararon? —preguntó el hombre con voz suave.

El niño ladeó la cabeza y, muy serio.

—¡No, no, no! —repitió Héctor como si entendiera a su tío. Marta estalló en risas.

—¿Ve, mi niño? Ya se defiende solo. —agregó Marta divertida. Rolán sonrió apenas, confundido.

—Vamos a ver si conmigo hace lo mismo —dijo tomando la cuchara de las manos de Zaira—. Ven acá, campeón, una por tu mamá, ¿eh?

Zaira se apartó un poco, curiosa. Héctor miró la cuchara, luego a su tío, y pareció pensarlo. Finalmente abrió la boca.

Rolán sonrió satisfecho y le dio la cucharada. El niño tragó… hizo una pausa… y entonces, con la puntería de un artista del caos, sopló de golpe, lanzando la natilla directo a la cara del hombre.

—¡Tío ti no, no, no! —gritó ofendido, moviendo su dedito enérgico.

Zaira soltó una carcajada tan fuerte que casi se dobló sobre la mesa. Marta tuvo que apoyarse en la encimera para no caer de la risa.

Rolán permaneció inmóvil unos segundos, con la mejilla y la barbilla teñidas de rosa, antes de exhalar un suspiro largo.




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