Capítulo 1
MR. DESCONOCIDO
“Es como si alguien estuviera mirándote fijo a la cara pero estas muy ciego para verlo…”
-Definetly, Maybe-
En Sweet Tempatations ningún día es igual. Es increíble la cantidad de gente que vemos cada día. Esta ciudad está llena de los personajes más pintorescos que puedan existir y nuestro local parece ser su centro de encuentro. Eso es divertido y a excepción de alguno que otro indeseable, nuestra clientela es gente agradable.
Lucy y yo somos las únicas empleadas. Quiero decir, aparte de Herodes quien es el repostero y siempre esta tan ocupado -o dice estarlo- que apenas asoma la cara al mostrador.
¿Tengo que aclarar que no se llama así?
Ese nombre se lo puso Lucy porque a él no le gustan los niños. Ni los adultos. Ni la gente en general. Ni el mundo, ni la humanidad. Es un ermitaño que disfruta su soledad entre harinas y azúcar. Yo le llamo Herodito pero tampoco parece hacerle mucha gracia.
Acá frente al mostrador solo estamos ella y yo. Lucy es la mejor amiga que cualquier chica pudiera desear. Es simpática y hermosa. Es una pelirroja natural, de curvas soberbias, batea las pestañas como nadie, tiene los dientes frontales con una diastema estrecha y unas pecas le salpican la nariz. Pero lo mejor que tiene es su buen humor - mezcla de picardía e ingenio - capaz de sacarte una sonrisa aun en los peores momentos.
Su nombre verdadero es Lucía Fernanda. Yo le llamo Lucy aunque ella prefiere LucyFer. No hay manera que no me cause risa cuando lo digo.
Yo me llamó Nazireh pero a ella le encanta llamarme Nazi. Dice que somos la combinación perfecta. Asunto del cual no tengo pruebas pero tampoco dudas.
Contrario a la belleza de Lucy, yo soy de complexión media. No soy gorda, ni curvy, ni cualquier otro eufemismo con que lo llamen. Simplemente no soy delgada pero sin llegar a ser gorda. Es un limbo corporal, un desbarajuste sin nombre. Un término medio como cuando pides una carne en el restaurante. Ni cocida ni cruda. Lucy dice que mi mayor atractivo son mi piel, mi cabello y mi sonrisa. No se cansa de asegurarme que si me lo propongo puedo conquistar a Aitor. Yo no soy tan optimista como ella. La verdad de toda esta historia es que Aitor nunca me ha mirado dos veces. No le provoco la menor reacción. Creo que podría mirar un par de zapatos en una tienda con más interés que el que mostraría por mí.
Pero aquella mañana Lucy tenía un plan que cambiaría el rumbo de las cosas.
—Te apuesto que hoy te habla —soltó Lucy a quemarropa.
—Eso será en mis sueños, amiga.
Pero ella sonrió con malicia y acto seguido salió de la tienda y desconectó la máquina de boletos con la mayor discreción.
— Pero… ¿Qué has hecho? —le cuestioné espantada por su audacia en cuanto regresó.
—Ya me lo agradecerás más adelante…
Poco después vi a Aitor caminar en mi dirección. Lo venía observando a lo lejos, ignorando que aquel día por aquella torcedura del destino provocada por Lucy, él me hablaría por primera vez.
Su cabello castaño, abundante y con suaves ondas le caía hacia el frente; él pasaba su mano para acomodárselo. Sus ojos también castaños tienen una chispa hipnótica. Su mandíbula es cuadrada con un leve hoyuelo en el mentón. Alto, de cuerpo atlético y varonil y siempre vistiendo con porte ejecutivo.
Entró a la tienda y mi corazón se detuvo.
—Disculpe, señorita. ¿Sabe algo sobre la máquina de boletos? No está funcionando y necesito usar el tren…—preguntó serio, algo contrariado, pero igual de atractivo que siempre.
Quedé muda. Embelesada en su belleza que me parecía mayor ahora que lo tenía de frente y tan cerca de mí. Tuve miedo a desmayarme por la impresión.
—Eeee….eeehh…—me quedé como una tonta tartamudeando sin poder juntar dos palabras coherentes. Un chorro de sudor comenzó a resbalar por mi espalda. ¡Maldición!
Lucy vino a mi rescate.
—La máquina parece haberse dañado pero con gusto le venderemos un boleto manual —respondió tan asertiva como siempre.
Lo había olvidado. Nuestro negocio estaba capacitado pare expedir boletos manuales. ¡Que estúpida fui! ¡Perdí mi oportunidad de lucirme con él!
Pero Lucy siempre piensa en todo.
—Estoy ocupada asistiendo atrás al repostero pero aquí mi amiga Nazi lo atenderá —aseguró y así mismo se perdió de vista.
Aitor arqueó una ceja al escuchar mi nombre. Estoy segura que alguna impresión debió causarle pero no dijo nada. Ni siquiera me obsequió una de sus maravillosas sonrisas.
Despaché el boleto con las manos temblorosas. Pensé en rozar su mano al entregarle su cambio. Me hubiera bastado sentir su piel por un segundo y con eso imaginarme como seria todo lo demás, como se sentiría esa mano en otro lugar. Pero los nervios me traicionaron. Casi le tiro el vuelto al piso. ¡Que torpe!
Se despidió musitando un “gracias” que apenas se escuchó. Siempre serio, siempre imperturbable.
“Hasta luego, Mr. Desconocido”…—pensé.
En cuanto se fue, Lucy apareció a mi lado.
— ¿Qué tal? ¿Cómo te gustó tener ese bombón de frente a ti? —preguntó con los ojos llenos de picardía.
—Me puse tan nerviosa que no pude disfrutarlo. Soy un desastre…pero él es simplemente perfecto —suspiré.
—Eso todavía no lo sabemos
— ¡Por supuesto que lo sé! Ahora que lo tuve de frente, lo puedo asegurar —respondí con firmeza.
—Bueno, ni tanto así. ¿Ya le viste el paquete? Nadie puede decir que un hombre es perfecto hasta haberlo visto desnudo y en plena función —me dijo en un susurro, acercándose a mi oído porque teníamos clientes.