Capítulo 5
BETTO
“Fui tuyo desde el momento en que dijiste hola.”
-Jerry Maguire-
Llegué al hospital apretando la billetera entre mis manos sudorosas. Tenía el corazón latiéndome a mil y por la mente se me cruzaron los peores pensamientos posibles.
Imaginaba un escenario donde Aitor despertaba y gritaba frente a todo el mundo que yo era una loca, que no me conocía y que jamás me había visto en la vida. Su familia trataría de calmarlo y luego él se excusaría por su conducta y me agradecería que lo hubiera salvado pero al final diría que igual no soy su novia ni jamás lo iba a hacer. ¡Qué vergüenza!
También me imaginaba llegar y que la rubia lo estuviera cubriendo de besos y la familia contándole de cómo me hice pasar por alguien que no soy y que horror de persona mentirosa que resulté ser. Que algún tornillo debía tener suelto.
O que dijeran que ya les extrañaba que hubiera escogido una novia tan corriente y poca cosa como yo. ¡Ay, no!
Todas aquellas imágenes me atenazaban el pensamiento y más de una vez me sentí tentada a regresarme a la casa y dejar tirada la billetera en cualquier esquina del hospital. Pero eso sería una cobardía. Me convencí que tenía que llevar a cabo esta misión aunque fuera la última vez que hiciera algo por él.
No era tan difícil. Solo necesitaba que los planetas se alinearan, que Júpiter entrara en el cuarto menguante de sagitario y que hubiera un eclipse solar para encontrarme a la enfermera y entregarle la billetera. Facilito, nada más.
Luego de mucho pensarlo me sacudí el miedo y tomé por fin el elevador.
Dirigí mis pasos a la estación de enfermería y pregunté por ella. Aunque no recordaba su nombre la pude describir muy bien y supieron de quien les hablaba.
—Qué pena, señorita…pero hoy es su día libre. ¿Le puedo ayudar en algo? —informó una de ellas.
Iba a responder algo cuando justo oigo una voz detrás de mí que reconocí como del papá de Aitor.
— ¡Qué bueno que llegaste! Ya estábamos preocupados que no vinieras…—se acercó y me rodeó los hombros con su brazo de manera paternal.
—Bueno, es que no pude llegar antes…pero…
—No te preocupes, comprendemos que esto no es fácil…—nos fuimos caminando, alejándonos de la estación de enfermería y dirigiéndonos a la habitación de Aitor.
Aquella era mi oportunidad. No la iba a desperdiciar.
—Quería entregarles la billetera de Aitor…aquí tiene.
Intenté depositarla en sus manos pero él se negó a recibirla.
—No, querida. Será mejor que la guardes hasta que él despierte. Con nadie estará más segura que contigo.
— ¿Le parece? Quizás será mejor que ustedes la tengan —insistí.
El señor Romani me miró por encima de sus espejuelos. Su mirada tenía ese destello de nobleza que tiene la gente buena y me recordaba la de Aitor. De inmediato la voluntad comenzó a fallarme. Supe en ese instante que no podía negarle nada y que haría cualquier favor que me pidiera.
—Quédatela hasta que él despierte. Además, y si no es mucha molestia, me gustaría que pasaras por su departamento y te aseguraras que Betto está bien, quizás hay que darle comida.
— ¿Betto? ¿Quién es Betto? —supongo que no debí hacer esa pregunta pero ya era muy tarde para retractarme.
El señor Romani se rio de buena gana.
—Vaya que tú también estas aturdida. No te preocupes, todos estamos igual con esta situación de Aitor…Betto es su mascota. El único pez que encontraras en la pecera de su apartamento…
—Ahhhh….sí….por supuesto….Betto…claro que sí —repetí el nombre como si supiera de que hablaba.
—Su llavero no aparece pero la copia de la llave está donde siempre —indicaba mientras yo fingía saber que sitio era ese.
—Sí, claro…
—Ahora anda a hacer eso y luego vienes. No te preocupes, nosotros estamos aquí cuidándolo.
¿Por qué me pasan estas cosas? ¡Yo solo quería entregar la billetera y largarme!
***
Ahora agradecía haberme quedado con la billetera porque de otra forma no hubiera sabido donde vivía. Busqué la dirección en su cédula y me dirigí hacía allá. El apartamento quedaba ubicado en un área exclusiva de la ciudad. Un octavo piso, con pasillos de mármol, grandes ventanales y una espléndida vista a la ciudad. Era de esperarse; un hombre como Aitor no podría vivir en otro lugar. Ciertamente jamás viviría en un lugar como el mío donde a duras penas lo que gano me da para pagar el alquiler.
Al llegar revisé todos los posibles lugares donde podría estar escondida la llave. Tenía la esperanza de encontrarla en los lugares donde suelen esconderse, tal vez debajo de una alfombra o en algún tiesto. Me cansé de buscarla y no la encontré. Iba a darme por vencida pero pensar que el pobre Betto necesitaba comer me hizo seguir intentándolo.
Casi me rindo cuando se me ocurrió la idea de buscar en un pequeño compartimiento de la billetera. ¡Bingo! ¡La encontré!
Abrí la puerta y entré al interior. Era un apartamento enorme de decoración exquisita y con finos muebles italianos. Me sentí como en una película. Nunca en mi vida había puesto los pies en un apartamento tan fino.
Entonces encontré a Betto. Era un pez extraño, nunca había visto uno de esa especie. Tiene grandes escamas metálicas, sus bigotes sobresalen de su barbilla y ondula como los dragones. Una enorme pecera era el hábitat de ese único pez. Hasta me pareció que aquel animal también vivía en medio del lujo. ¡Todo aquel espacio para un solo pez!
Busqué su comida y le eché la cantidad que me pareció conveniente y que el animal se apresuró en devorar.
¡Vaya que tenías hambre! —pensé en voz alta.