Capítulo 7
UNA VISITA INESPERADA
“No puedo creer que ella sepa mi nombre. Algunos de mis mejores amigos no lo saben”
-There is Something about Mary-
—Dices que no quieres más fantasías pero la fantasía insiste en perseguirte…—soltó Lucy con desenfado.
Estábamos casi terminando el turno de trabajo y nos disponíamos a cerrar en pocos minutos. Herodito ya se había marchado a casa y Lucy y yo acabábamos de cuadrar las ventas del día. Pasé cerrojo a la puerta principal y coloqué el código de alarma. Solo faltaba darle limpieza al mostrador y entonces podíamos irnos. Saldríamos por la puerta trasera como de costumbre. Había sido un día muy concurrido en el negocio y estábamos cansadas.
Entonces él apareció.
No lo vi llegar, solo me percaté de su presencia cuando asomó su rostro a través del cristal y decía algo que no pudimos oír pero por los gestos logramos deducir que quería que le abriéramos la puerta.
— ¡Es él! ¡Es Edward! —avisé a Lucy con un marcado sentido de urgencia en la voz.
Ella chasqueó la lengua y entornó los ojos con malicia.
—Vaya que sí, amiga. No te equivocaste cuando dijiste que era un adonis, un bombón, un monumento. ¡Sí que lo es!
— ¡Oh, Dios! Olvídate de eso ahora. ¿Qué hago? ¡Quiere que le abra la puerta!
Lucy se volteó a verme, incrédula ante mi actitud.
— ¿Cómo que haces? ¡Abrirle! A un caramelo como ese se le recibe a la hora que sea. Vamos, amiga…que no es nada…yo saldré por la puerta de atrás y tú lo recibes. Mañana me cuentas ¿vale?
No me dio tiempo de negarme ni de protestar. En cuestión de segundos ya la había perdido de vista.
Caminé hacia la puerta con pasos vacilantes. ¿Para que vino a verme? ¿Quería volver a increparme mi alegado noviazgo con Aitor? No puede ser que esto no termine nunca.
Respiré hondo y apreté los labios. Desbloqueé el código de seguridad y deshice el cerrojo para dejarlo entrar.
—Pasa, Edward…—saludé a secas, cohibida por la situación.
Cuando estuvo adentro, volví a colocar el código de alarma y el aviso de <cerrado>. Bajé la cortina para que nadie pudiera vernos adentro.
Un leve temblor se fue apoderando de mí sin que pudiera evitarlo. La presencia de Edward no solo me intrigaba sino que me remecía por completo.
—Gracias por dejarme entrar —respondió.
Nos sentamos a la mesa. Ambos lucíamos inquietos y un poco nerviosos. Por unos breves segundos permanecimos sin hablar.
—Pues tú dirás… ¿A que debo esta visita? —pregunté para romper el hielo.
Carraspeó. Luego volvió a acomodarse en la silla. Me pareció que le estaba costando cualquier cosa que fuera a decir.
—Vine a ofrecerte una disculpa —soltó finalmente.
— ¿Una disculpa? —reaccioné sorprendida.
—Así es. Esta mañana en el apartamento de Aitor me porté muy mal contigo. Te acusé de cosas que no merecías…te ruego me disculpes.
Esto sí que no me lo esperaba.
— ¿Se puede saber a qué debo el cambio? —indagué curiosa.
—Claro…cuando salí de allí me fui directo al hospital a ver a Aitor. Allá me encontré con la familia. Todos felices porque los exámenes médicos revelan mejoría y no hay daño cerebral. Esperan que sea cuestión de horas que despierte y recobre la conciencia.
Sentí una inusitada alegría al escucharlo y sonreí complacida.
—Imaginaba que te alegraría saberlo…pero bueno…también expresaron preocupación porque no regresaste. Así que aproveché para averiguar sobre ti…
Ahora fui yo quien se quedó sin palabras. ¿Qué supo de mí? Me daba miedo pensarlo.
—No sabía que fuiste tú quien le salvó la vida, que te lanzaste con él a los rieles del tren para protegerlo, que arriesgaste tu vida. No solo eso, sino que no lo dejaste solo en ningún momento, firmaste todo lo que hubo que firmar y lo acompañaste hasta que llegó su familia. Encima de todo, te ocupaste de Betto. No solo estoy impresionado sino que también avergonzado de mi conducta…
—Yo…en verdad…yo…. solo hice lo que tenía que hacer…no sé…no me parece una gran hazaña.
— ¿Cómo puedes decir eso? ¡Por supuesto que lo es! Y eso solo tiene una explicación.
Nos quedamos un momento en silencio; él esperando que le preguntara.
— ¿Qué explicación será esa? —sucumbí ante la curiosidad.
—Que eres su novia y lo cuidas porque estas profundamente enamorada de él. Y seguramente él también de ti. ¿Cómo no iba a estarlo? Eres bondadosa y aparte…muy hermosa. ¡Cualquier hombre se enamoraría de ti!
—Pero no Aitor…—farfullé entre dientes aunque de inmediato me arrepentí de vocalizar el pensamiento.
— ¿Cómo que no? ¡Eres su novia! Debe estar loco por ti…yo lo estaría en su lugar. Puedes conquistar al hombre que quieras.
—Es lo que siempre me dice LucyFer…
Dio un respingo de sorpresa.
Terminó por echarse a reír cuando le conté sobre nuestros nombres Nazi, LucyFer y Herodes. Su risa era contagiosa y me reí con él. Me fijé que se le formaba un hoyuelo en la mejilla cuando se reía. Se veía irresistiblemente atractivo.
—Entonces… ¿Me perdonas? —inquirió.
—Perdonado…—respondí.
Entonces hizo algo que no esperaba.
Puso su mano sobre la mía y apretó con suavidad. Sentí un terremoto sacudirme por dentro. ¿Por qué me estremecía de aquella manera?
Luego de un corto momento, donde no supe que hacer, removí mi mano lentamente y me puse de pie. Él hizo lo mismo y quedamos uno frente al otro. Recordé lo que Lucy me dijo pero estaba demasiado nerviosa para hacerlo. ¡No podía mirar su entrepierna! Bajé la mirada pero solo me enfoqué en sus zapatos porque sentí mi cara calentarse con solo pensarlo. Luego alcé la mirada y la fijé en sus ojos. ¿De qué color eran? ¿Azul oscuro? ¿Gris profundo? ¿Alguna mezcla de azul y gris? No sé…pero eran intensos. Tuve que apartar la mirada.