Estados Unidos. Mediados del año 1944.
Un joven matrimonio ve como duerme su primer hijo.
— Mira que tierno se ve John cuando duerme — dijo Alice, que miraba amorosamente al bebé, nacido hacía un mes.
— Me da mucha pena dejarlo, al menos me autorizaron para poder estar este tiempo con él — lo tapó con cuidado para que no despertará.
— Odio esta guerra amor.
— Pero debe hacerse sino te imaginas el futuro para todos, sería un infierno. Te prometo que les escribiré seguido.
Al otro día embarcó de nuevo a Europa, como prometió envió regularmente cartas a su familia, pero un tiempo antes del genocidio de Hiroshima y Nagasaki, con que se puso oficialmente fin a la Segunda Guerra Mundial, la esposa ya no recibió más misivas. Pensó que se estaban demorando nada más, y tal vez las cartas llegarían luego que él volviera a casa.
Pero los meses siguieron y ella, además de no tener noticias de su esposo, dejó de recibir el dinero que le daban del ejército, por eso se vio obligada a buscar un trabajo, todos a sus espaldas rumoreaban que su marido se aburrió de ella y no volvería, mientras los demás soldados llegaban a sus casas. Incluso la familia de Alice le dio la espalda.
— Te abandonó — le recriminó su padre — dejaste nuestras creencias para casarte con él y mira cómo te pagó.
— Yo sé que volverá, además no fue por él que deje de ser judía, ahora sigo el camino del catolicismo porque es lo que mi corazón me manda.
— Entonces pídele ayuda a ese Dios, porque para nosotros tú y tu hijo están muertos.
En la Central de información militar le informaron que su esposo fue licenciado en Europa. Ya las burlas no eran por lo bajo, por eso prefirió trasladarse a vivir a Washington, y así poder seguir buscando información, y también que no contaminarán la mente de su pequeño.
En las oficinas del ejército.
— El registro indica que fue dado de alta y luego se licenció — le respondió por enésima vez un funcionario.
— ¿Dado de alta? ¿Estuvo enfermo?
— Fue herido en una excursión, su avión cayó, pero fue rescatado, nada grave.
— ¿No puede decirme algo más? ¿Dejó alguna dirección, algún dato?
— No hay nada más en los registros.
Pasaron 10 años. Alice con mucho esfuerzo logró juntar el dinero suficiente para viajar sola a Inglaterra, llegó al hospital donde estuvo su marido, pero por el tiempo transcurrido era poco lo que pudieron decirle.
— Fue atendido y cuando se le dio el alta se fue — le dijo una apática enfermera.
— ¿No dejó ningún dato ni referencias para ubicarlo?
— Nada, lo siento señora.
Cuando iba saliendo preguntándose cómo encontrarlo, alguien se le acercó.
— Escuche que quiere saber sobre un tal Miller que estuvo acá al final de la guerra — dijo bajo el aseador del piso.
— Sí ¿Sabe algo de él? — consultó esperanzada.
— Es que... conocí a un John Miller, sufrió heridas al caer su avión... me dijo que.... — vacilaba mucho.
— Dígame lo que sepa, he venido de Estados Unidos.
— Él me contó que estaba aburrido de su vida, iba a aprovechar y quedarse a hacer... una nueva... con una mujer italiana que conoció — bajó la mirada.
Para Alice fue un balde de agua fría ¿Aburrido de ella? No lo podía creer, ese hombre debía estar equivocado.
— ¿Sería mi John Miller? Era de pelo corto negro, ojos café, delgado, acá traigo su foto.
— Sí... — al ver cómo reaccionó la mujer quiso irse rápido — puede que sea él, entienda, han pasado muchos años. Lo siento señora.
Llegó a su casa abatida, no quiso contarle a su hijo lo que le dijo el hombre, ya que el último tiempo había estado muy rebelde con lo de su padre. El jovencito vio demasiado triste a su madre, sabía que algo más había pasado en el viaje.
— No estas así porque te dijeron lo mismo de siempre ¿Qué ocurrió de nuevo ahora?
— Nada Xavier, lo de siempre.
— No me mientas, soy tu hijo, te conozco mejor que nadie.
— Es que alguien me dijo que había hablado con un John Miller — suspiró triste —y que le dijo que... — empezó a sollozar — empezaría otra vida en Italia, pero no era tu padre, debe haberse equivocado.
— ¿Cómo sabes que no era papá? Él se fue, no le importamos, y tú sigues esperándolo, mejor acepta al Sr. Johnson, quiere casarse contigo, es un buen hombre, incluso hablo conmigo para saber mi opinión.
— Todavía estoy casada con tu padre, no estoy viuda.
— Con el hombre que todavía estás casada se fue, cualquier tribunal te daría el divorcio en 5 minutos. Acepta que se aburrió de nosotros, YA NO TE AMA.
Alice miró a su hijo fijamente, antes de seguir se calmó.
— Tu padre nos ama, y sé que algo debe haberle pasado con él, tal vez se golpeó la cabeza, o aspiró estos gases raros, por su voluntad nunca nos hubiera dejado, Dios me ayudará a encontrarlo, estoy segura Xavier.
— ¿Cuál, el judío o el católico? No has pensado que tal vez es un castigo por renegar de tus antepasados.
Por primera vez en su vida la madre le dio una cachetada a su hijo, él siguió mirándola fijamente, desafiante.
— Tienes 12 años, no dejare que me hables así.
— Es la verdad, por eso prefiero ser ateo, esos dioses a los que le rezas no existen.
Siguieron pasando los años, hijo y madre se apoyaban y se querían mucho, pero siempre terminaban peleando cuando tocaban el tema del padre.
A los 25 años, Xavier se graduó de constructor, y logró empezar una carrera emergente, su madre siguió buscando alguna pista de su padre durante esos años, pero siempre le daban la misma respuesta, se quedó en Europa. Con el tiempo el joven se casó, tuvo dos hijos, pero antes de 10 años se separó de su esposa, a pesar de eso siguió visitando y cuidando de ellos, no quería ser un mal padre como el suyo, decía siempre.
Más años pasaron.
Año 1995, Grecia.