Un poco de ti.

Capítulo 2. Lo que sea que pase

Ansel

La intervención dura un par de minutos, no más de veinte tal vez pero para mí es una eternidad. 

—Tranquilo– dice de pronto la secretaria. —Los primeros días son difíciles. 

—Sí, supongo. 

—¿Es la primera vez? 

—Así es. 

—La segunda será pan comido. 

No sabemos si habrá una segunda vez. 

Me levanto de inmediato al verla salir, esta pálida y parece cansada y adolorida. 

—¿Cómo estás? 

—Bien, eso creo — susurra —Llévame a casa. 

—No puedo llevarte así, Asya. Sabrán que ha pasado algo — espeto. 

—Y qué diablos importa— susurra molesta—Yo solo quiero ir a casa. 

Esta de malas y debería comprenderla, pero yo también estoy de malas, para mí también es difícil pero estoy completamente convencido de que es lo mejor para los dos. 

—Está bien, te llevaré a casa. 

La ayudo a llegar al auto, guardo la receta que me dio la secretaria. 

—Pasaré a la farmacia por tu receta. 

No contesta, esta haciéndose la dura conmigo. No le durará tanto tiempo cómo cree. 

Al llegar a su casa se baja del auto sin mi ayuda y sin mencionar una sola palabra. 

—¿Necesitas mi ayuda? 

—No quiero verte más —escupe. —Lárgate de mi casa y nunca más regreses. ¿Me oyes? Lo que sea que teníamos se termino, Ansel. 

—De qué demonios hablas, Asya. 

—Que esto se acabó, llegue a mi límite. Ni siquiera puedo mencionar un nombre fijo para esto que teníamos porque no existe. —no comprendo del todo cuál es su maldita molestia. —No quiero que me busques ahora y nunca más, no quiero verte y si vienes a buscarme le diré a todos lo que había entre nosotros. 

Me cierra la puerta en la cara. 

Maldita hija de puta, hasta cuando saca las garas me parece sexy y candente. 

Mañana se le pasará el berrinche. Tan solo esta molesta por lo qué pasó. Llego a mi casa, le doy las llaves de mi auto a mi chofer y le pido que lo lleve a lavar. 

—¿En dónde estabas? Tardaste demasiado. 

—Por ahí. 

—Uh, claro — le da un sorbo a su vaso. —¿Con una chica? Apuesto a que si, te desapareces mucho. 

—Solo salí a dar una vuelta. ¿Mis padres han llegado ya? 

—No, en menos de media hora. El abuelo tiene todo listo para su llegada, habrá una fiesta esta noche. ¿Vienes? Será en casa de nuestros padres. 

—No, estoy cansado. 

Asiente pero no me cree del todo. 

Paso a lado de la cuna de mi sobrino, es pequeño aún, tiene apenas unas semanas de nacido. 

—Se llamará Taner. 

—Me gusta, al fin encontraste uno bueno. 

Mi hermana se ríe y se marcha a la cocina. Taner sigue durmiendo, es todo lo que hace, los bebés son tremendos. 

Creo que yo jamás podría con un bebé, no es que lo crea, es que lo sé. 

—Ya deberías tener uno — regresa diciendo mi hermana. Esta de broma. 

—Estás loca. 

—Oh, vamos Ansel. No te traumes con la enfermedad de la abuela. Nuestros padres dicen que ninguno ha vuelto a padecer hemofilia. 

—Prefiero evitar que una criatura inocente venga a sufrir, Cora. No es necesario cumplir los caprichos de los humanos y no pensar en el bienestar de un bebé. Sé que no podría con la maldita culpa de ver sufrir a un hijo y no poder hacer nada. 
 

 

Asya

—Lo odio, Hope. Lo odio. 

—Desahógate. 

—Es un cabrón— chilló enrabiada. 

Ni siquiera las lágrimas salen de mis ojos. 

Es tanta la rabia que siento por dentro, el enojo y la frustración. Me mortifica no tenerlo enfrente para decirle todo lo que se merece. 

—No puedo creer que lo hicieras. 

Recuesto mi cabeza en sus piernas. Mi hermana es mi único consuelo, ella sabe que Ansel y yo teníamos una relación a escondidas. 

Pero él me hizo abortar, fui a una clínica que jamás pasó por mi mente que algún día iba a visitar. Me embarqué demasiado rápido en algo qué iba a estrellarme fuertemente. 

—¿Cómo pudo hacerme esto? 

—Ansel es muy reservado, lo conoces mejor que yo. Quizás su familia no quiere que tenga hijos sin un matrimonio formal de por medio. 

—No estamos en el año del caldo. 

—Tú no pero ellos sí. 

Tampoco lo creo. 

Las razones de Ansel deben ser otras, prefirió sacrificar lo que sea que teníamos que ponerse bien los pantalones. 

—¿Y si te busca? 

Me levanto y me acerco a la ventana. Mi papá está en el jardín, con mamá. Ambos son el uno para el otro. 

—Ya sé que haré. 

—¿Les vas a decir a nuestros padres? Tontita. 

—Aún tienes los boletos de avión para el intercambio ¿no? — asiente sin entender. —Ya no irás tú, iré yo. 

—Es que no me creo que después de hacerte abortar vas a salir huyendo como una cobarde — se enoja —Es él el que tiene que arrastrarse, no tú. 

—No entiendes, Hope. 

—¡Pues quisiera, y también que ese cabrón venga aquí porque te juro que le rompo los huevos! Maldito gilipollas. 

—Ya, deja de gruñir. — saco mi maleta. 

—Deja de hacer fuerza, tonta. Un aborto no es cualquier cosa, debes tener reposo. 

Hope, a veces su lengua le gana y es muy lenta para comprender ciertas cosas. 

—No me hará daño. 

—¿Por qué no? A menos que ese doctor tiene manos mágicas. 

—Creo que no las tiene — empiezo a hacer mi maleta. 

No quiero volver a ver a Ansel jamás en mi vida. 

—Déjate de bromas, ¿que me quieres decir con eso? — frunce las cejas. Se ve chistosa haciendo eso. 

—No aborte, Hope. No pude. 

—Si serás una hija de perra, hubieras empezado desde ahí. Tal vez me hubieras ahorrado mandarle un testamento de todas las formas que puede morir a Ansel y que mirara a los lados antes de cruzar la calle ahora que tengo mi propio auto. 

Si, está un poco demente. 
 




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.