Un Poco Más Cada Día: Sandra siendo Sandra

Capítulo 3: Las reglas no escritas

Receta: Asado Negro: La herencia de los sabores complejos. Ingredientes: Carne de res, papelón, especias, mucho tiempo. Preparación: Cocinar a fuego lento por horas hasta que la carne esté tierna y la salsa caramelizada. Es la paciencia que se hereda, la que se niega a someterse a las reglas superficiales de un mundo que no siempre comprende la complejidad de las vidas y las relaciones, un sabor profundo y arraigado.

El retorno de Beatriz al trabajo, aunque fuese en la modalidad precaria de asistente administrativa a tiempo parcial, marcó el inicio de una nueva danza en el pequeño apartamento, un ballet de responsabilidades compartidas y de una convivencia forzada entre dos generaciones. Maricruz, con el renacido deseo de enmendar viejas heridas y el amor por su nieta como guía infalible, se convirtió en la cuidadora principal de Sandra durante las mañanas, una tarea que asumió con devoción. Su presencia era un alivio inmenso para Beatriz, permitiéndole sumergirse en cifras y documentos, en las exigencias de su empleo sin la constante preocupación por la niña. Sin embargo, con la cercanía venía inevitablemente la fricción de dos mundos distintos, dos formas de entender la crianza y la vida misma, dos generaciones que chocaban en cada pequeña decisión, en cada método. Maricruz, arraigada en las tradiciones, en las "reglas no escritas" que ella misma había aprendido y que habían moldeado su existencia, chocaba sutilmente, pero con persistencia, con los métodos más modernos y la visión independiente y progresista de Beatriz, quien buscaba nuevas formas de educar.

—Esa niña tiene frío, Beatriz, ponle otra camisita. Su piel está un poco fresca, y podría resfriarse con esta brisa. —decía Maricruz, aunque el sol de Caracas brillara con una intensidad tropical que invitaba a la ropa ligera, y la temperatura fuera cálida y agradable en el apartamento. Su voz, llena de preocupación maternal, resonaba con la autoridad de la experiencia. —Mamá, está bien. Los pediatras dicen que es mejor que estén frescos, no hay necesidad de abrigarla tanto. Demasiada ropa puede ser contraproducente y hasta perjudicial para la piel. —respondía Beatriz, sintiendo la punzada familiar de la vieja disputa por su autonomía, una herida que parecía nunca sanar del todo, que se reabría con cada comentario sobre la crianza de su hija, sobre sus decisiones.

Las arepas de Maricruz eran exquisitas, con el sabor inconfundible del hogar y la tradición, un consuelo para el paladar y el alma, pero sus consejos sobre el manejo de Sandra, sobre la disciplina, sobre la forma supuestamente "correcta" de "ser madre" y de educar a una niña, a menudo se sentían como pequeñas invasiones a la soberanía de Beatriz sobre su propio hogar, sobre sus decisiones más íntimas y personales. Era una lucha silenciosa, una cuerda tensa que vibraba peligrosamente entre el agradecimiento por la ayuda recibida, que tanto necesitaba en esos momentos difíciles, y el inquebrantable deseo de trazar sus propias fronteras, de establecer sus propias reglas sin intromisiones. La abuela, en su afán de ayudar y de transmitir su sabiduría acumulada, a veces borraba, sin intención de hacerlo y con una inocencia casi tierna, la línea sutil entre el apoyo desinteresado y la dirección impositiva, entre el consejo y la orden. Beatriz aprendía, día a día, que el amor, incluso el más puro y desinteresado, venía con sus propias reglas no escritas, con sus propios códigos, y que la independencia era una conquista que se defendía en cada pequeño acto cotidiano, en cada elección personal, sin ceder un ápice de su autoridad. La compleja herencia de sabores y decisiones se manifestaba en cada rincón de su vida.




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