Un Poco Más Cada Día: Sandra siendo Sandra

Capítulo 5: La cicatriz

Receta: Pabellón Criollo: La unión de lo que fue dividido. Ingredientes: Arroz, carne mechada, caraotas negras, tajadas. Preparación: Cocinar cada elemento por separado, luego unirlos en un plato, creando una armonía de sabores que esconde su origen fragmentado. Representa la composición de una familia, a veces, una mezcla compleja de dolor y fortaleza, unidas por la necesidad y la voluntad de sobrevivir y reconstruir.

Sandra, con la avidez insaciable de la infancia por el conocimiento, crecía a pasos agigantados, y con ella, su curiosidad se expandía más allá del nido familiar, alcanzando nuevos horizontes y formulando preguntas más profundas y difíciles de responder. A medida que sus balbuceos iniciales se convertían en frases más estructuradas y complejas, la pregunta recurrente sobre su padre se volvía más persistente, más concreta, más difícil de evadir con evasivas infantiles. Era una cicatriz invisible en el alma de Beatriz, una herida profunda que la hacía temblar cada vez que la niña, con su inocencia desarmante, tocaba esa fibra sensible, esa verdad oculta que intentaba mantener a salvo. Beatriz había perfeccionado su historia del padre "de viaje de trabajo", un ingeniero que construía puentes en tierras lejanas y exóticas, una fábula tejida con la seda de la fantasía para proteger la delicada psique de su hija de la cruda realidad del abandono que podría quebrarla en mil pedazos.

—¿Cuándo viene papá? ¿Ya terminó de construir el puente? ¿Por qué nunca me llama por teléfono? Todos mis amigos hablan con sus papás. —preguntaba Sandra, con los ojos grandes y expectantes, llenos de una esperanza ingenua y una lógica implacable que superaba su edad, mientras coloreaban juntas un libro de cuentos en el pequeño salón, en la quietud de la tarde. Beatriz tragó saliva con dificultad, sintiendo un nudo de angustia en la garganta que la oprimía, casi impidiéndole el habla. —Papá está muy ocupado, mi amor. Haciendo cosas importantes para muchas personas. Pero siempre te piensa, siempre te lleva en su corazón, incluso en la distancia, no lo dudes nunca. —repetía, la voz cargada de una ternura forzada que intentaba disimular la pena y el peso de la mentira que la agobiaba. La respuesta, aunque un bálsamo efímero para la niña, no curaba la herida latente en Beatriz. Sandra, en su ingenuidad infantil, aceptaba la narrativa, sumergiéndose de nuevo en sus dibujos, satisfecha, al menos por el momento, con la explicación. Pero Beatriz sentía el peso aplastante de la mentira, por más piadosa que fuera, una carga invisible que la oprimía con cada día que pasaba, con cada pregunta sin respuesta. La veía crecer, hermosa y llena de vida, con una inteligencia que la desbordaba, una niña que merecía la verdad, y sabía que, tarde o temprano, la verdad, como una grieta inexorable en la pared, terminaría por revelarse, ineludible e implacable. El "tío Alberto", la foto en la billetera, eran parches temporales sobre una realidad más compleja y dolorosa, una herida que no dejaba de supurar en el alma de Beatriz. La escasez en el país, las largas colas bajo el sol inclemente para conseguir alimentos básicos, los apagones que sumían la ciudad en la oscuridad: todo esto era el telón de fondo de una vida que se construía sobre la resiliencia, sobre la tenacidad inquebrantable, y sobre pequeñas invenciones para proteger la inocencia más pura. Beatriz sabía que la cicatriz no era solo suya; era una herencia emocional, una lección brutal sobre las verdades que, a veces, el tiempo se encarga de revelar, sin piedad ni consideración, pero con una claridad dolorosa que lo desnuda todo, hasta el alma misma. El Pabellón Criollo, con sus ingredientes separados y luego unidos, era la metáfora de su propia familia, fragmentada pero obligada a coexistir.




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