Un Precio Que Pagar

Prólogo

"El alma que hablar puede con los ojos, también puede besar con la mirada."

Gustavo Adolfo Bécquer.
 

Mazunte, Oaxaca, México.

15 años antes...

Casi rozando la piel de sus manos ante la cercanía mutua, caminaron con lentitud por las silenciosas pero agradables calles que albergaban sus pasos, dentro de ese encantador pueblo.

El atardecer apenas iniciaba, anticipando una agradable calidez que parecía acariciar las laderas de los tupidos cerros, descendiendo con propiedad en un recorrido por cada casona, hasta casi rozar el borde de las pequeñas olas que se precipitaban con sutileza por la orilla del mar.

En sus miradas se podía evidenciar un dejo de tristeza. De repente y con un fugaz e imprevisto movimiento, él chico se interpuso con determinación en el camino de su acompañante, bloqueando su paso.

— ¿Por qué te vas Charly? —inquirió angustiado, con evidente imposibilidad de ocultar la profunda tristeza que luchaba a duelo por salir de sus ojos a caudales.

—Te lo acabo de explicar Teo... —suspiró la chica clavando su mirada en los profundos ojos negros que la escudriñaban con atención— Mi tía en un momento de lucidez ha tenido la brillante idea de sacarme de este pueblito para llevarme con ella a Cuidad de México. Y es una oferta que no puedo rechazar, ya te dije antes mis motivos. ¿Por qué me lo haces tan difícil?

Mateo rodó los ojos mientras su boca se frunció en una apretada línea.

—Es que no entiendo Charlotte, que es lo que te parece tan mal de "este pueblito" como dices tú —inquirió con evidente molestia al masticar cada palabra.

—No te ofendas Teo por favor —suspiró ella observando fijamente a su amigo y rogando un milagro al saber lo terco que podía llegar a ser—. No es nada personal contra este pueblo, tampoco contra la gente de aquí y mucho menos contra ti... Tú sabes que te adoro con mi vida entera; eres mi mejor amigo; pero...

Mateo observó detenidamente a la rubia que le rogaba con su mirada y algo en lo más profundo de su ser se dulcificó. Amaba tanto a Charlotte, pero pese a lo que ella pensaba no era solo amor de amistad... Lamentablemente para él.

Suspiró profundamente.

— ¿Pero, Charly...? ¿Qué decías?

Charlotte sonrió al ver como se desvanecía la molestia en su amigo frente a sus ojos y un calorcito de alivio se instaló en su garganta.

— Pero mi tía Liz me ofrece una gran oportunidad... Inscribirme en "la mejor, más grande, prestigiosa, exclusiva y ya dije la mejor Institución Educativa de la ciudad"  —Imitó con un gesto gracioso la voz de su tía.— Tú sabes que eso es una oportunidad que no se da todos los días menos a los dieciséis años y yo no puedo desperdiciarla así como así.

Mateo observó a Charlotte hacer una pausa para encogerse de hombros y levantar sus manos al aire con gesto desenfadado.

—A eso súmale —prosiguió la chica— que no conforme con eso, una vez que concluya mis estudios me ofreció inscribirme en la mejor Universidad de Ciudad de México —frunció el ceño— Ambos sabemos que si me quedo nunca tendré la misma oportunidad Teo...

—¿Ah sí? Mira tú, eres toda una chica fresa... Apostaría que juras que debiste haber nacido en cuna de oro o al menos ser de la realeza —señaló él conteniendo la risa al ver la expresión de ofensa que se instaló en el rostro femenino.

—Por favor... no seas payaso —se carcajeó Charlotte guiñándole un ojo con una mueca juguetona—. Sabes que soy única.

La observó con determinación, anclando su mirada a esos ojos azules que lo escudriñaban con atención. Sin duda lo era. Ella era la chica más especial que conocía y por ese motivo se había ganado toda su admiración y amor.

Sabía desde el instante en el que la había conocido, que Charlotte era una chica que no se conformaba con poco. Esforzada, estudiosa, ocurrente y aplicada desde siempre, no era desconocido para nadie que tenía muchas ambiciones de vida para el futuro. Y tener acceso a una educación prestigiosa y a una mejor calidad de vida eran parte de sus metas establecidas. A diferencia de la mayoría de los adolescentes de su edad, que, como él, no tenían mayores problemas con aceptar lo que el pueblo les ofrecía y no aspirar a grandes cosas más.

Permitió que su mirada acariciara la tersa y nívea piel del rostro que amaba y suspiró al ver la determinación destellar con autoridad en su semblante. Sabía que sus padres habían aceptado dejarla ir, al tener conocimiento de la gran oportunidad que eso implicaba para su hija y también ya que eran conscientes; como todos en el pequeño pueblo; que esa mudanza a la gran ciudad la haría inmensamente feliz.

—Y cuándo será la desgracia... perdón, digo la mudanza —bromeó Mateo sin poder contener el impulsivo deseo de acariciar esa suave piel que enmarcaba su bonito rostro.

Concediéndose lo que deseaba, las yemas de sus dedos hicieron contacto finalmente con la agradable sensación de seda de aquella piel y reprimió un suspiro al sentir como sus propios dedos de derretían ante el simple tacto.

—Aún queda tiempo —replicó cerrando los ojos instintivamente ante la caricia que el pelinegro le otorgó con suma delicadeza— Cuando culmine este año y como ves... Estamos apenas comenzando.

Mateo suspiró aliviado, pero enseguida un pensamiento tortuoso hizo aparición nublando al instante todo rastro de paz. Tenía prácticamente un año más con Charly, pero... ¿Sería capaz de expresarle sus sentimientos antes que se fuera?

Contuvo el aire durante una fracción de segundos, después de todo una parte de él se negaba a dejarla ir. Los cálidos brazos de Charlotte rodearon su cuello con delicadeza, invitándolo a olvidarlo todo y perderse un instante en ella.




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