Un príncipe para el reino

Capítulo 2: Añoranza

Justo al medio día, como el hombre puntual y cumplido que era, Teodoro Schubert se presentó en el Salón de la Reina. Lo miré entrar mientras mi pulso se aceleraba, supe de inmediato que eran las ansias por saber qué era lo que ocurría en mi reino.

—La gente ha comenzado a hablar, Majestad —comenzó a explicarme sin demoras—. Los súbditos se han dado cuenta de la ausencia del rey y a nadie convence nuestra explicación.

Me removí incómoda en mi trono. La idea de decir que Esteldor había decidido pasar unos días en el Palacio del Lago fue mía, pero al parecer no había sido una mentira muy convincente.

—¿Qué es lo que están diciendo en la ciudad? —pregunté con una mueca.

—La gente piensa que el rey está enfermo y que estamos ocultando su delicada condición. Se lo informo porque es posible que en los siguientes días de audiencia las personas lleguen a preguntarle por el estado de salud del rey. Debe estar preparada para responder y apaciguar las inquietudes de los súbditos.

—No se preocupe, estaré lista para desmentir los rumores. Pídale a todos los caballeros que hagan lo mismo. Hablen con sus esposas también y charlen frente a sus duendes de servicio acerca de lo bien que la está pasando Esteldor en el lago. Comenten sobre qué merecidas vacaciones está tomando. Eso hará que circulen rumores que contradigan los que circulan ahora —le sugerí.

—Buena idea, Majestad. Así lo haré —respondió Teodoro con expresión sorprendida, a pesar de mi tiempo en Encenard y mi esfuerzo por ser una buena reina, Teodoro aún me consideraba incompetente. Ni siquiera tenía que decirlo, yo podía adivinarlo en su mirada. Así que cada vez que yo sugería alguna idea medianamente aceptable, el administrador reaccionaba con sorpresa.

Ignoré su reacción y me limité a inclinar la cabeza en un gesto cordial. Por instinto llevé mi mano al collar de diamantes alrededor mi cuello, en ese collar tenía depositaba parte de la magia de Esteldor, ese collar era lo que hacía que el bosque siguiera protegiéndonos de la amenaza Pors. A pesar de que era un alivio saber que contábamos con esa protección, tener ese collar alrededor de mi cuello era un constante recordatorio de la ausencia de Esteldor.

 

Esa noche me fui a dormir sin lograr sacarme la pregunta de Dafne de la cabeza. La ausencia de Esteldor me estaba afectando más de lo que me atrevía a admitirme aún a mí misma. Sin ser capaz de conciliar el sueño, me levanté de la cama y me dirigí a la habitación de mi marido. Ahí todo estaba intacto, como él lo había dejado. Pasé mis dedos por sus libros, su cama, su cepillo de plata… después me dirigí a su armario y tomé una de sus camisas. Acerqué mi nariz a la tela e inhalé profundamente, aún olía a él. Fresco y masculino. ¿Podía alguien morir de añorar tanto? Había días que extrañaba tanto al rey que sentía que si no volvía pronto, obtendría una respuesta afirmativa.

 

La cantidad de nieve a mis pies no me permitía caminar. Conforme se encrudecía la nevada me iba enterrando más y más en la blancura. Tenía tanto frío que titiritaba. Hice mi mejor esfuerzo por liberar mis pies, pero era inútil. La nieve llegó a mis rodillas y luego a mis muslos. Iba a morir enterrada bajo la tormenta blanca. Fijé mis ojos a la distancia y vi un lobo acercarse. Sonreí aliviada. Esteldor estaba aquí. Comencé a agitar mis manos para que el animal me viera aunque él ya venía caminando hacia mí de cualquier modo. Por alguna extraña razón, las patas del lobo no se hundían en la nieve, ni parecía afectado por la tormenta. Mi alegría decreció al percatarme de mi error. Este era un lobo, sí, pero no era Esteldor. Su pelaje era color café, no gris. Al miedo de morir enterrada se agregó el miedo de ser devorada por ese feroz animal. Luché con más fuerza para liberarme sin éxito. El lobo café llegó a mi lado. Sus enormes ojos azules se me hicieron familiares, ya los había visto antes… Sandor. De pronto una voz en mi cabeza sonó firme y profunda. Winterberg.

 

—Mi señora, mi señora, ¿está bien? Despierte, por favor —las pequeñas manos de Kyra me sacudían con toda la fuerza que le era posible reunir—. ¿Qué le sucede, mi señora?

Abrí los ojos lentamente sin lograr ubicar inmediatamente dónde me encontraba. Despacio comencé a observar a mí alrededor. Mis ojos reconocieron poco a poco mi habitación. Titiritaba de frío pues mis cobijas estaban en el suelo y el balcón estaba abierto. Comprobé con alivio que me encontraba en mi cama y no siendo enterrada viva bajo la nieve.

—Kyra, ¿qué… qué haces aquí? —musité confundida.

—Me encontraba arreglando sus pertenencias para cuando usted despertara, pero escuché gritos desde la estancia común… ¿se encuentra bien?

—Sí, solo tuve un mal sueño —dije frotando mis ojos mientras intentaba tranquilizar mi respiración agitada.

—Según Vynz usted últimamente tiene muchas pesadillas —comentó mi duende.

—Estoy bien, Kyra, no hay nada de qué preocuparse —le aseguré con una sonrisa falsa.

Me levanté de la cama y me apresuré al cuarto de baño para salpicar mi cara de agua fresca. Aún sentía frío en los huesos, podía sentir la nieve alrededor de mis piernas. Si cerraba los ojos podía ver al lobo café frente a mí. Sandor, déjame en paz.

 

Otra semana entera pasó sin noticias. Un mes sin Esteldor. Un tortuoso mes de silencio y especulación. Teodoro sugirió que los caballeros se reunieran conmigo en el Salón de la Reina para hablar de la situación que estábamos enfrentando. Como el administrador me había advertido, muchos súbditos habían venido a preguntarme sobre el estado de salud del rey, mentirles a la cara fue difícil, pero más difícil fue, al pasar los días, comenzar a notar la incredulidad en sus rostros. Algo iba mal y la gente lo estaba percibiendo. El numero de mis audiencias se había triplicado desde la partida de Esteldor lo cual hacia que la mayoría de los días sintiera que no me daba a basto, pero en especial la última semana había sido particularmente dura pues mucha gente había venido a indagar sobre el estado de salud del rey.




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