Miré mi reflejo en el espejo sorprendida por el aspecto de la chica que me miraba de vuelta. Mi tristeza por la ausencia de Esteldor era palpable, no podía explicar cómo, pero mis ojos no brillaban, ni mi piel parecía luminosa. Tanto añorar al rey me tenía gris. Intenté sonreírme a mí misma para infundirme valor para afrontar otro largo día de audiencias que me esperaba, pero el intento fue burdo y resultó en algo más parecido a una mueca que a una sonrisa. Ni siquiera me sentía con ánimos de sonreír. Ya había pasado una semana de mi reunión con los caballeros y aún no había señal de Esteldor. Intenté mantener los pensamientos pesimistas fuera de mí, pero era inevitable que el temor por su bienestar comenzara a hacer mella en mi interior. ¿Y si algo le había sucedido en el trayecto? ¿Y si los Pors lo habían tomado prisionero? Solo pensarlo me hacía sentir enferma de preocupación. El rey de Poria, Nero, llevaba décadas ambicionando la sangre de Esteldor y ahora, con ayuda de Morgana, sus ambiciones parecían más cerca de ser realizadas. Además de la preocupación por él, también me preocupaba el estado del reino. Esteldor había partido hacia más de un mes y el reino parecía desmoronarse a pedazos, no importa qué tanto nos esforzáramos Teodoro y yo, sin Esteldor simplemente no era lo mismo.
Bajé al Salón de la Reina con desgana, prácticamente arrastrando los pies. Lo último que deseaba era que los súbditos me bombardearan con preguntas sobre el estado de salud del rey. No me creía capaz de aguantar con esta farsa por más tiempo, en cualquier momento seríamos descubiertos en nuestra mentira. Ya había quienes creían que Esteldor estaba muerto. Seguramente hoy las preguntas sobre su condición iban a llegar por montones. Jamás se me había dado bien mentir, pero mentir sobre un tema que me dolía en el alma era miles de veces más difícil.
Al llegar al Salón de la Reina me sorprendió encontrarlo prácticamente vacío, los únicos presentes eran los duendes del servicio y tres personas más que parecían campesinos. Miré a mi alrededor, desconcertada.
—Kyra, ¿qué está sucediendo? ¿Nos equivocamos de día? —le pregunté discretamente a mi duende.
Kyra también miró a nuestro alrededor con cara de desconcierto y sacó la agenda en la que llevaba registro de todas mis actividades oficiales pasadas y futuras.
—No, mi señora. Hoy, como cada tercer día, es día de audiencias con la reina —respondió Kyra.
Me dirigí a mi lugar intentando fingir serenidad y me dispuse a atender a la escasa concurrencia. Para horror mío, las miradas hostiles de los campesinos eran inconfundibles, parecían detestarme, si bien mantuvieron un comportamiento relativamente cordial. Su asunto a tratar era una urgencia, algo que no podían posponer, y tuve la impresión de que, si hubieran tenido la opción, habrían optado por no venir a verme. Pero no solo eran los campesinos, algunos duendes del servicio también me miraban con malos ojos, ¿qué estaba sucediendo?
—Kyra, no entiendo qué está pasando, ¿me perdí de algo? —le pregunté a mi duende en cuanto estuvimos solas caminando por el pasillo.
—Prometo que haré indagaciones al respecto, mi señora. Esto no se puede quedar así, voy llegar al fondo del asunto –me aseguró mi duende igual de inquieta que yo ante la hostilidad que me estaban mostrando los súbditos.
—Notaste que nadie preguntó por el rey, su nombre ni siquiera fue mencionado —observé con el ceño fruncido. El nombre de mi esposo no había sido mencionado en todo el día, cosa que jamás sucedía, al menos no desde que su ausencia se había hecho notoria entre la gente.
Kyra asintió, su amplia frente mostraba arrugas de preocupación. Le pedí que fuera a realizar las indagaciones pertinentes mientras yo me dirigía a encontrarme con los caballeros para hablar de los avances en la preparación del naciente ejército de Encenard. Una guerra se avecinaba y nuestro ejército apenas se estaba formando, eso significaba que los caballeros estaban trabajando de forma incansable para capacitar a la más gente posible antes de que tuviéramos que enfrentarnos con Poria.
De camino a la oficina de Teodoro escuché unas voces susurrando que me hicieron detenerme en seco y esconderme detrás de una columna. Nicolás y Rodric se encontraban discutiendo entre ellos, sus gestos y su lenguaje corporal me dejaban saber que algo los tenía muy molestos, aunque ambos se esforzaban por no alzar la voz para no ser escuchados.
—No puedo creer que pretendas guardarte esto, ¿acaso eres ciego? Esto es grave y debe saberse, Rodric, reacciona —susurraba Nicolás con el rostro enrojecido de enojo.
—¿Crees que esto es fácil para mí? Tenme un poco de compasión, se supone que eres mi amigo, temo decírselo incluso a Teodoro, mucho más a la reina Annabelle.
—Por más difícil que sea, no debemos ocultarles nada. Además, tienen derecho a saber lo que está sucediendo, es tu obligación prevenirlos contra lo que viene. Esto es serio y deben estar preparados.
Tragué saliva, asustada por lo que fuera que Rodric se rehusaba a comunicarnos a mí y a Teodoro. Rodric se veía contrariado y la mirada fulminante de Nicolás le reprochaba su indecisión.
—Lo sé, pero ¿con qué cara voy a decirles esto? Desearía no haber escuchado nada…
—Nuestros deseos son irrelevantes, lo escuchaste y es tu deber comunicarlo a la reina y a Teodoro. Si el rey Esteldor estuviera aquí, se lo dirías sin dudarlo —observó Nicolás con el ceño fruncido, su gesto era lo más preocupante de la escena, él normalmente se tomaba todo con tranquilidad, su actitud evidenciaba la gravedad de su plática.