Un Principio Pendiente

Capitulo 05: Tonterias

Olivia

La casa que mis padres y yo alquilamos no era grande, pero tenía una ventana que daba justo a la calle principal. Desde ahí podía ver a la gente pasar: estudiantes en bicicleta, familias con bolsas de supermercado, un perro que parecía conocer cada esquina del vecindario.

Me tranquilizaba mirar hacia afuera, como si el mundo siguiera en movimiento mientras yo intentaba encontrar mi lugar en él.

Esa noche, el silencio era pesado. Mis padres estaban en la cocina hablando en voz baja, organizando cuentas, revisando papeles. Yo estaba sentada en el escritorio, con la cámara a un lado y mi libreta abierta.

Al principio solo escribí la fecha, luego garabateé un par de frases sueltas, hasta que las palabras empezaron a salir sin que pudiera detenerlas.

"Hoy fue extraño. No sé cómo describirlo. La escuela es enorme, y me sentí pequeña en medio de tantos pasillos. Pero lo que más me marcó fue Adrián. Es imposible no notarlo: tiene esa forma de caminar como si nada pudiera tocarlo, esa seguridad que yo nunca he tenido. Y aun así, siento que detrás de todo eso hay algo más. Algo que no deja ver. ¿Por qué me importa? Ni siquiera lo conozco."

Me detuve, mordiendo la tapa del bolígrafo. No era justo escribir sobre alguien que apenas había intercambiado un par de frases conmigo, pero las palabras estaban ahí, presionando.

Volví a escribir.
"Cuando me miró, sentí como si pudiera leerme. Eso me asustó. No quiero que nadie me lea. Por eso tomo fotos: porque en las fotos yo decido qué se ve y qué no. Hoy lo fotografié sin querer, apareció en el encuadre… y me di cuenta de que quería conservar esa imagen. ¿Por qué?"

Cerré la libreta de golpe, como si alguien pudiera descubrir lo que había escrito.

Tomé la cámara, revisando las fotos del día. Clara aparecía en casi todas: riendo, haciendo muecas, posando frente a los casilleros. Ella era luz. Yo apenas la conocía, pero ya me estaba enseñando que a veces es más fácil abrirse cuando alguien insiste en quedarse a tu lado.

Y luego estaba esa foto accidental. Adrián, en segundo plano, con la cabeza ligeramente girada hacia mí. Como si hubiera sabido que estaba ahí.

Sentí un vuelco en el estómago.

—Que tonta… —murmuré, apagando la cámara.

Me recosté en la cama, mirando la pulsera roja en mi muñeca. Era mi amuleto, lo único constante en cada mudanza, cada viaje, cada intento por encajar en un lugar nuevo. La toqué con cuidado y cerré los ojos.

Quizá mañana todo sería más fácil. Quizá mañana él no estaría en mi cabeza.

Pero una parte de mí sabía que, aunque intentara huir, Adrián ya se había quedado

El murmullo de los pasillos me envolvía mientras ajustaba la correa de mi mochila sobre el hombro. Todavía me sentía un poco extraña en esa escuela nueva, como si cada paso resonara más fuerte de lo normal, como si todos se dieran cuenta de que yo no pertenecía allí del todo.

Clara caminaba a mi lado, con esa naturalidad que me había sorprendido desde que la conocí el primer día. Ella parecía moverse por los pasillos como si fueran una extensión de su casa, saludando aquí y allá con una sonrisa ligera.

—Te vas a acostumbrar rápido, ya verás —me dijo, notando quizás cómo mis ojos recorrían cada detalle, desde los casilleros hasta los anuncios pegados en los tablones.

Yo sonreí débilmente. Quería creerle, de verdad.

Llegamos a nuestro salón, y el ambiente estaba cargado de conversaciones superpuestas: risas, voces apuradas, los sonidos de cuadernos golpeando mesas. Clara se sentó enseguida, sacando su estuche lleno de marcadores de colores. Yo dejé mi mochila junto a la silla y, antes de sentarme, mis ojos lo encontraron.

Estaba al otro extremo del aula, medio inclinado sobre su mesa mientras escribía algo en una libreta. La luz que entraba por la ventana caía justo sobre él, y por un momento, me quedé paralizada. Era inevitable.

Había algo en su manera de mantenerse en su propio mundo, distante, que me atraía y me incomodaba a la vez.

Como si hubiera sentido mi mirada, levantó la cabeza. Nuestros ojos se cruzaron. Y entonces, esa tensión invisible volvió a estirarse entre nosotros, como un hilo tirante que ninguno quería cortar pero que tampoco sabíamos cómo sostener.

—Oye, ¿qué pasa? —preguntó Clara en voz baja, siguiendo mi línea de visión.

Parpadeé, girando rápido hacia mi mesa y dejándome caer en la silla.
—Nada —dije, demasiado rápido.

Clara arqueó una ceja, pero no insistió. La clase empezó, y traté de concentrarme en las palabras del profesor, aunque cada tanto, sin poder evitarlo, mis ojos volvían a desviarse hacia él.

Durante el receso, Clara me arrastró al patio. Yo acepté más por costumbre que por ganas. Ella hablaba animadamente de sus planes para el fin de semana, pero yo apenas le prestaba atención. Mi cabeza seguía reviviendo la mirada de Adrián, esa especie de pregunta silenciosa que había visto en sus ojos.

No pasó mucho antes de que lo viera de nuevo. Estaba apoyado contra una pared del patio, con sus audífonos colgando del cuello, como si nada le importara.

A su lado estaba un chico que no conocía, probablemente Dante, porque reía fuerte y lo golpeaba en el hombro como si quisiera sacarlo de ese aire serio que siempre llevaba.

Clara se dio cuenta de inmediato hacia dónde se había ido mi atención.
—Ajá… —dijo, arrastrando las sílabas.

—¿Qué? —intenté sonar inocente.

—Nada. Solo que no has dejado de mirarlo desde que entramos.

Me ruboricé, girando bruscamente hacia otro lado.
—No es lo que piensas.

Ella me observó en silencio unos segundos, como si analizara mis palabras. Después sonrió, divertida.
—Bueno, no sé qué es entonces, pero hay algo. Y se nota.

Me reí nerviosa, tratando de desviar el tema, pero por dentro no podía dejar de admitirlo: sí, había algo. Algo que no entendía, algo que se tensaba cada vez que nuestros caminos se cruzaban.




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