Un Principio Pendiente

Capitulo 06: Oportunidad

Olivia

Las últimas horas de clase se me hicieron eternas. No porque fueran difíciles, sino porque mi cabeza no dejaba de irse a otro lado, a otro nombre.

Adrián.

Cada vez que pedía permiso para ir al baño pasaba por su salón, lo veía en la última fila, inclinado sobre sus cuadernos como si el mundo entero se redujera a esas hojas.

Solo estaba allí, como un espectador que se conformaba con observar todo desde lejos.

Y yo… no entendía por qué me importaba tanto.

Cuando la campana sonó, recogí mis cosas con rapidez.

Clara hablaba sin parar de un trabajo grupal que debíamos entregar la próxima semana, y aunque asentía a lo que decía, mi mente estaba en otra parte.

Al salir del salón, mis ojos volvieron a buscar su salón casi por instinto.

Estaba un poco más adelante, caminando con ese chico que parecía su amigo, el de la risa escandalosa: Dante.

Algo en mí quiso seguirlos.

—¿Vamos por un helado? —preguntó Clara, interrumpiendo mis pensamientos.

—¿Un helado? —repetí distraída.

Ella rió. —Sí, ya sabes… dulce, frío, perfecto después de un día de clases.

—Ah… claro —respondí, aunque no estaba segura de haberla escuchado realmente.

Lo cierto era que no podía dejar de mirar a Adrián.

Había algo en él que me intrigaba demasiado, como un libro cerrado que me llamaba desde una estantería, esperando a ser abierto.

¿Qué había detrás de esa forma de encerrarse en sí mismo?

¿Por qué me parecía tan familiar su silencio?

De camino a casa, ya sin Clara a mi lado, esos pensamientos seguían dando vueltas en mi cabeza. Y cuanto más lo pensaba, más me convencía: quería conocerlo.

No solo cruzar miradas en los pasillos ni compartir silencios incómodos en receso.

Quería saber qué pensaba cuando se perdía en sus notas, qué escuchaba en esos audífonos que llevaba colgando, qué lo mantenía tan distante.

Esa noche, mientras sacaba mis cosas de la mochila y acomodaba mis cuadernos sobre el escritorio de mi cuarto, la idea se hizo más fuerte. Me apoyé en la silla, mirando el techo. ¿Cómo podía acercarme a alguien que parecía construir muros a cada paso?

“Tal vez a través de Dante”, pensé. Ese chico parecía tener acceso a un mundo del que todos los demás estábamos excluidos.

Si era su mejor amigo, quizás a través de él podría acercarme un poco más.

Suspiré, volviendo a la realidad. Era ridículo. Apenas llevaba unos días en esa preparatoria y ya estaba planeando cómo conocer a alguien que ni siquiera había mostrado interés en hablar conmigo. Y aun así, algo dentro de mí me empujaba.

Me levanté y saqué mi cámara de la estantería. La sostuve entre mis manos, encendiendo la pantalla. Tal vez ese podía ser mi pretexto. Una excusa. A la mayoría de la gente no le incomodaba una fotografía, incluso cuando no sonreían. Quizás podría empezar por ahí.

Imaginé la escena: acercarme, pedirle una foto para un proyecto ficticio, capturar esa seriedad que lo envolvía.

Y luego… poco a poco, quizás, romper ese hielo.

Me recosté en la cama con la cámara apoyada en el pecho.

Una sonrisa leve se me escapó. No sabía cómo ni cuándo, pero estaba segura: quería descubrir qué escondía Adrián.

Y aunque parte de mí temía lo que pudiera encontrar, otra parte estaba más que dispuesta a arriesgarse.

Porque había algo en él que me llamaba. Y yo no iba a ignorarlo.

La mañana siguiente, apenas puse un pie en la preparatoria, me repetí mentalmente que no debía obsesionarme. Que era mejor mantener la calma, adaptarme a este nuevo lugar y no complicar las cosas.

Pero, como casi siempre me ocurre, mi propia mente no me hizo caso.

Adrián apareció en cuanto crucé el pasillo principal. Apoyado contra las taquillas, con los brazos cruzados, escuchando algo en sus audífonos. Tenía los ojos cerrados, como si quisiera aislarse del ruido alrededor.

Parecía tan ajeno al caos del inicio de clases, tan seguro en su silencio, que yo solo pude mirarlo un par de segundos antes de obligarme a apartar la vista.

Me repetí: No lo mires tanto, Olivia. No lo mires.

—¡Buenos días! —Clara apareció de la nada, arrastrándome del brazo hacia nuestro salón—. ¿Lista para sobrevivir?

Sonreí, aunque mi mente aún estaba en otro lado.
—Más o menos.

Clara me lanzó una mirada de sospecha, pero no insistió hasta que ya estuvimos sentadas en nuestros lugares. Ella sacó un cuaderno con dibujos en la portada, mientras yo acomodaba discretamente mi cámara sobre la mesa.

La había traído con un pretexto en mente, aunque aún no estaba segura de cómo lo ejecutaría.

No aguanté más. Tenía que decírselo a alguien.
—Clara… —empecé, bajando la voz.
—¿Qué pasa? —me miró con atención.

Respiré hondo.
—Quiero… —dudé un segundo, mordiéndome el labio—, quiero intentar acercarme a Adrián.

El bolígrafo que Clara tenía en la mano se le resbaló y cayó al suelo.

Me observó con los ojos muy abiertos, como si hubiera dicho la cosa más descabellada del universo.
—¿Tú… quieres qué?

—Sé que suena raro —me apresuré—, pero es que… me intriga. Es diferente. No sé, siento que hay algo más detrás de esa forma de mantenerse distante. Y quiero descubrirlo.

Clara apoyó la barbilla en su mano, pensativa, y luego soltó una risa corta.
—Vaya, Livie. No llevas ni una semana aquí y ya te quieres meter en los terrenos más complicados de esta preparatoria.

Sentí el calor subir a mis mejillas.
—No quiero que suene como… —busqué las palabras— como si quisiera algo más. Solo… quiero conocerlo. Ser su amiga.

Clara me miró de un modo distinto, más suave esta vez.
—Adrián no es fácil. —Suspiró—. Pero, ¿sabes? Tal vez no sea imposible.

—¿Lo dices en serio?

Asintió, divertida.
—Sí, porque resulta que yo soy amiga de Dante, su mejor amigo.

Mis ojos se abrieron como platos.
—¿De verdad?




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