Adrian
El patio a esa hora siempre era el mismo: ruido, risas, gritos, balones volando de un lado a otro. Yo prefería ignorarlo.
Me senté sobre la mesa de siempre, con Dante a mi lado, que hablaba sin parar de algo que había visto en una serie la noche anterior. A veces me preguntaba cómo podía tener tanta energía tan temprano.
—Te lo digo, hermano, si esa actriz no gana un premio este año, yo mismo voy y se lo entrego —dijo, riéndose de su propio comentario.
Sonreí apenas, lo justo para que notara que lo escuchaba. Me gustaba tener a Dante cerca, aunque hablara más de lo que yo soportaba la mayoría del tiempo.
Era… equilibrio. Él con su caos, yo con mi silencio.
Me pasé una mano por el cabello y dejé que mis ojos vagaran por el patio sin buscar nada en particular. Hasta que la vi.
Olivia.
Caminaba junto a Clara, que gesticulaba como siempre, pero mis ojos no se quedaron en Clara. Fue Olivia quien me detuvo el aire un segundo.
No sé qué era exactamente: tal vez la forma en que sostenía esa cámara colgada al cuello, como si fuera parte de ella, o esa mirada curiosa que parecía atrapar cada detalle del lugar. Llevaba el cabello suelto, y el viento lo desordenaba sin permiso.
Me descubrí mirándola demasiado tiempo.
—Eh, Adrián —la voz de Dante me sacó de mi ensimismamiento—. ¿Ya viste cómo te está mirando Clara?
Rodé los ojos. —No me interesa Clara.
—Ya lo sé, tonto —rió Dante—. Me refiero a que viene hacia acá.
Y sí, ahí estaban. Clara, con su sonrisa de siempre, y Olivia, que parecía más nerviosa que segura. Caminaban directo a nosotros, y yo no podía decidir si quería que llegaran rápido o que se dieran la vuelta antes de alcanzarnos.
—¡Hola! —Clara saludó con energía, como si fuéramos mejores amigos de toda la vida.
—Hola… —contesté sin ganas, pero Dante compensó con una sonrisa enorme.
—Clara, ¿qué tal? —él la saludo con un beso en la mejilla y enseguida la conversación se desvió hacia algo que solo ellos parecían compartir.
Y entonces quedamos Olivia y yo. Frente a frente, en medio del ruido del patio.
Ella bajó la vista un segundo, como si no supiera dónde apoyar la mirada. Después, la levantó con una timidez que me pareció… genuina.
—Hola.
Mi nombre en su voz sonó distinto, como si lo hubiera ensayado en silencio antes de decirlo. Incliné un poco la cabeza.
—Hola, Livie.
Silencio. De esos que suelen incomodar, pero que a mí no me molestaban tanto. Lo curioso fue que tampoco me molestó con ella.
Noté cómo apretaba la correa de su cámara, como si le diera seguridad. Y por un instante, sentí que la chica nueva no estaba tan perdida como aparentaba.
Había algo firme en su manera de sostener la mirada, aunque se notara el temblor en sus manos.
No hablamos mucho. Clara y Dante se encargaron de llenar el aire con sus bromas, y yo apenas solté un par de comentarios, pero cada vez que Olivia sonreía —esa sonrisa pequeña, como si se la guardara para sí misma— sentía algo extraño en el pecho.
Cuando finalmente se despidieron para volver a clases, la observé alejarse sin poder evitarlo.
—Vaya, vaya —canturreó Dante, cuando ya estábamos solos otra vez—. Creo que la chica nueva te miró más de lo que miró el mural del pasillo.
Fruncí el ceño. —No inventes.
—No invento, hermano. Además… tú también la miraste.
Me quedé callado. Dante siempre notaba más de lo que yo quería mostrar.
Al final, solté un suspiro, rindiéndome.
—Es linda.
Dante levantó las cejas, sorprendido. —¿Eso es todo lo que tienes que decir?
Me pasé una mano por la nuca, buscando las palabras.
—No. No es solo linda. Tiene algo… —busqué cómo explicarlo, aunque ni yo lo entendía del todo—. Es como si viera el mundo de otra manera. Como si todo lo que toca lo mirara con otros ojos. Sus fotos, sus silencios, esa forma de ponerse nerviosa pero seguir hablando… no sé. Es diferente.
Dante me observó un segundo, luego sonrió como si hubiera descubierto un secreto que yo todavía no quería admitir.
—Hermano… creo que ya sé en qué lío te vas a meter este ultimo año.
Lo empujé con el hombro, intentando restarle importancia, pero no pude evitar que una sonrisa se me escapara.
La última clase del día terminó más lenta de lo que debería. Guardé mis cosas con desgano y, antes de salir, mis ojos se fueron casi de inmediato hacia el pasillo. No lo pensé demasiado: la buscaba.
Y ahí estaba. Olivia, despidiéndose de Clara con esa sonrisa pequeña, como si se le escapara sin querer.
Clara le hablaba con entusiasmo, gesticulando mucho, y Olivia asentía, pero noté que sus dedos jugueteaban con la correa de la cámara como si en realidad estuviera en otro lado.
No entendía por qué me quedé mirándola. Quizás era porque me intrigaba la forma en que parecía vivir en dos mundos: el real, donde apenas decía palabras, y el suyo propio, donde todo lo miraba como si fuera una historia esperando ser contada.
Clara se fue en dirección contraria, y Olivia quedó sola en el pasillo, mirando de reojo su horario. Fue entonces cuando decidí moverme. Mis pies se adelantaron a mi cabeza.
—¿Ya te abandonaron? —pregunté, apoyándome en el marco de la puerta.
Ella se giró un poco sobresaltada. Me observó con esos ojos claros, y luego bajó la vista como si yo la intimidara más de lo que quería mostrar.
—Clara tenía que irse… y yo también. Tengo que regresar a casa.
—¿Casa? —arqueé una ceja, fingiendo sorpresa—. ¿Vas directo a encerrarte?
Ella dudó un segundo. —Pues es lo que siempre hago.
—Mala costumbre —respondí sin pensarlo. Di un par de pasos hacia ella—. Ven conmigo.
Frunció el ceño. —¿A dónde?
Sonreí, ladeando la cabeza. —A que veas algo más que paredes y cuadernos.
Parecía debatirse internamente. Lo notaba en la forma en que mordía su labio inferior y en cómo apretaba la cámara contra su pecho.