Olivia
El sonido suave de Yellow todavía flotaba en mi cabeza cuando guardé la cámara en mi mochila. Adrián estaba a mi lado, recostado contra el muro del patio, con los brazos cruzados y esa mirada de “no me importa nada” que parecía su expresión natural.
Sin embargo, había algo distinto ahora: estaba relajado, menos tenso que de costumbre.
Lo observé unos segundos sin que se diera cuenta. El cabello le caía sobre la frente de manera desordenada, y la luz del sol resaltaba la línea de su mandíbula.
Parecía… ser él mismo, sin máscaras, sin esa dureza que mostraba frente a los demás.
La tentación me ganó.
Saqué la cámara con cuidado, acerqué el visor a mi ojo y, antes de que notara lo que hacía, presioné el botón.
Click.
El sonido del obturador hizo que Adrián girara bruscamente la cabeza hacia mí.
—¿En serio? —frunció el ceño, como si acabara de descubrir que lo había traicionado.
Sentí mis mejillas arder, pero no me detuve.
—Saliste… muy lindo. —Las palabras escaparon de mi boca antes de que pudiera pensarlas demasiado.
Adrián me miró con incredulidad y, de pronto, avanzó hacia mí con una media sonrisa desafiante.
—Dámela.
—¿Qué? No. —Abrazando la cámara contra mi pecho, retrocedí un paso.
—Olivia —dijo mi nombre con ese tono grave que me erizó la piel—, borra esa foto.
—Ni hablar. Es mía. —Me obligué a sonar firme, aunque mi voz tembló un poco.
Él arqueó una ceja y, sin pensarlo, estiró la mano hacia la cámara. Yo giré el cuerpo para protegerla, y eso solo provocó que se acercara más.
Terminamos en una especie de forcejeo torpe, él intentando arrebatármela y yo esquivándolo como podía.
—No tienes derecho a borrarla —dije entre risas nerviosas mientras daba un paso atrás.
—Claro que tengo derecho. ¡Es mi cara! —replicó, y por primera vez lo escuché reír de verdad, esa risa baja y contagiosa que no combinaba con su fachada de chico rebelde.
—Pues deberías agradecerme. —Logré mantener la cámara alejada de sus manos un instante—. No todos tienen el privilegio de salir tan… lindo.
—¿Otra vez con eso? —gruñó, aunque el brillo divertido en sus ojos lo delataba.
El forcejeo se volvió un pequeño juego. Yo esquivando, él insistiendo. En un movimiento rápido, me atrapó la muñeca, y por un segundo nuestros rostros quedaron más cerca de lo que habría imaginado.
Sentí el calor subirme a la cara, pero antes de que algo más pudiera pasar…
Riiiing.
El timbre cortó el momento como un balde de agua fría.
Yo solté una risa nerviosa y aproveché la distracción para zafarme de su agarre.
—Lo siento, Belmonte, tengo clase. —Guardé la cámara de golpe en la mochila.
Él me miró con una mezcla de frustración y diversión.
—Esto no termina aquí, Rosey.
Me di la vuelta rápidamente antes de que pudiera leer en mis ojos lo que me estaba pasando por dentro.
Caminé a toda prisa hacia mi salón, con las palabras de Adrián repitiéndose como un eco en mi cabeza.
Cuando entré, Clara estaba en su asiento, esperándome. Me bastó con verla sonreír de esa manera traviesa para saber que algo sospechaba.
—¿Y a ti qué te pasó? —preguntó, entrecerrando los ojos—. Estás colorada como un tomate.
Me desplomé en mi asiento, intentando recuperar la calma.
—Nada… es que… el sol.
—¿El sol? —Clara soltó una carcajada—. Claro, el sol con forma de Adrián, ¿no?
Abrí la boca para negarlo, pero ella me fulminó con la mirada y yo terminé hundiendo el rostro en mis manos.
—No fue nada. —Suspiré, derrotada.
—Ajá. —Clara se inclinó hacia mí con una sonrisa cómplice—. ¿Sabes qué pasa? Que contigo nunca es “nada”. Sobre todo cuando él está involucrado.
Me mordí el labio, intentando contener una sonrisa, pero la imagen de Adrián riendo mientras intentaba quitarme la cámara regresó a mi mente como un golpe suave. Y entonces lo supe: Clara tenía razón.
No era “nada”.
Definitivamente no era nada.
Apenas llegué a casa después de clases, me tiré en la cama con mi laptop encima.
No podía quitarme de la cabeza lo que había pasado en el receso, ese pequeño caos con Adrián intentando quitarme la cámara para borrar la foto que le había tomado.
La verdad… había salido muy lindo.
Sus ojos parecían más claros de lo normal, como si la luz del sol se hubiera quedado atrapada en ellos.
Abrí la carpeta de imágenes y, después de dudar unos minutos, decidí mandársela.
Olivia: Mira, te dije que salías bien.
Adjunté la foto y me mordí el labio, esperando que respondiera.
Pasaron unos segundos hasta que su celular sonó con un mensaje de vuelta.
Adrián: ¿En serio me mandaste esto?
Adrián: … bueno, está decente.
Tuve que reír. Estaba más que “decente”, y lo sabía. Y lo confirmé cuando vi que, minutos después, Adrián había puesto esa foto como su foto de perfil de WhatsApp.
Me quedé mirando la pantalla con una sonrisa tonta.
Olivia: ¿Así que tan rápido la subiste?
Adrián: Es que está buena. Y no me tomas fotos todos los días.
Olivia: Pues si lo dices así…
La conversación empezó a fluir sin que me diera cuenta. Era como si nos hubiéramos conocido de hace tiempo.
Adrián: Pregunta seria… ¿cuál es tu película favorita?
Olivia: Fácil. “Diario de una pasión”. Nicholas Sparks me puede hacer llorar mil veces con esa historia.
Adrián: Sabía que ibas a decir algo romántico.
Olivia: ¿Y tú?
Adrián: Harry Potter. Toda la saga. Siempre.
Me quedé callada unos segundos, sorprendida.