Adrian
El timbre de la última clase sonó y yo ya tenía la mente en otra parte. No podía dejar de pensar en lo que había hablado con Livie la noche anterior.
Lo de las películas había surgido casi en broma, pero ahora era real: esta tarde iba a hacer un maratón de Harry Potter con ella, Clara y Dante.
Caminaba por el pasillo con mi mochila colgada de un hombro, buscando entre la multitud. Cuando la vi salir de su salón, con su cámara colgada como siempre, me acerqué sin pensarlo.
—Oye —le dije, acomodándome el cabello con nerviosismo—. Confirmado, ¿eh? Hoy es el maratón. Tú, Clara y yo. Y Dante también.
Ella sonrió, como si le aliviara no ser solo los dos.
—Entonces no tengo escapatoria.
—Exacto —respondí, levantando una ceja—. No voy a dejar que vivas sin saber quién es Snape en realidad.
Nos despedimos y me encaminé a mi siguiente clase, donde Dante ya estaba esperándome en el pupitre de al lado.
Me lanzó esa mirada suya de siempre, medio pícara.
—Así que maratón, ¿eh? —dijo en voz baja, sacando un bolígrafo—. Se nota que quieres pasar tiempo con Olivia.
—Cállate —bufé, aunque una sonrisa se me escapó.
Pero entonces Dante se quedó serio por un segundo, como si quisiera decir algo que llevaba guardando tiempo.
—Adrián… tengo que confesarte algo.
—¿Qué pasa? —lo miré curioso.
Bajó la voz, inclinándose hacia mí.
—Me gusta Clara. Desde hace semanas. Pero no tengo ni idea de cómo invitarla a salir sin que piense que soy un idiota.
Lo miré con sorpresa. Jamás me lo había dicho antes. Siempre pensé que él veía a Clara solo como amiga, pero ahora tenía sentido la forma en que la observaba a veces.
—¿Clara? —repetí, todavía procesando.
—Sí —admitió, pasándose una mano por la nuca, nervioso—. Y pensé… que tal vez en el maratón, no sé, podrías ayudarme. Quizá inventar una excusa para que Olivia y tú se aparten un rato, y yo pueda quedarme solo con Clara.
Me quedé pensativo.
Parte de mí quería aprovechar ese maratón para conocer más a Olivia, para ver cómo era cuando se reía, cuando se relajaba sin pensar en cámaras ni fotos.
Pero Dante era mi mejor amigo. Y lo veía tan inquieto que no podía negarme.
—Está bien —le respondí al fin—. Te ayudaré. Pero tienes que prometerme que al menos le vas a decir algo claro. No puedes dejar que todo quede en silencio.
—Lo haré —dijo convencido, aunque lo conocía demasiado bien como para saber que aún le temblaban las piernas.
Durante la clase, apenas presté atención.
Mi mente iba y venía.
Todo se estaba enredando, como piezas de un rompecabezas extraño.
Cuando sonó el timbre final, Dante me dio una palmada en el hombro.
—Gracias, hermano. De verdad.
—No me lo agradezcas todavía —contesté con media sonrisa—. Si sale mal, tú asumes toda la culpa.
Él se rió y salimos juntos del aula, con el plan rondando ya en mi cabeza: encontrar el momento justo para dejar solos a Dante y Clara… y ver cómo reaccionaba Olivia a la idea de que pasáramos un rato aparte.
El maratón apenas iba a empezar, y no solo de películas.
La sala estaba lista. Había movido los sillones para que quedaran frente a la tele y había acomodado un par de mantas porque sabía que Clara siempre se quejaba del frío.
Dante llegó primero, cargando una bolsa llena de papitas y gaseosas, y detrás de él apareció Olivia, con Clara a su lado.
Cuando Olivia entró, con esa forma suya de mirar todo como si fuera una foto, sentí algo extraño en el pecho.
Me sonrió apenas, tímida, y enseguida se sentó junto a Clara, como si esa fuera su zona segura.
Yo me tiré en el sillón opuesto y encendí la televisión.
—Bueno, bienvenidos al inicio oficial de su educación mágica —bromeé, mostrando la portada de Harry Potter y la piedra filosofal.
—Al fin —dijo Clara riendo.
—Esto va a ser largo —Olivia murmuró, aunque vi cómo sus labios se curvaban en una sonrisa contenida.
La película empezó y, como esperaba, Dante apenas prestaba atención. Sus ojos iban una y otra vez hacia Clara, como si estuviera midiendo cada gesto de ella.
Yo lo notaba, y no podía dejarlo así. Si no hacía algo, se quedaría callado todo el maratón.
En la primera pausa, fingí levantarme con pereza.
—Voy a hacer galletas —dije con voz despreocupada—. ¿Alguien quiere ayudarme?
Clara negó con la cabeza, inmersa en una conversación con Dante sobre lo mucho que le gustaba Hermione. Justo lo que necesitaba.
Entonces me giré hacia Olivia.
—¿Y tú? —le pregunté—. Prometo que no explota nada.
Olivia dudó, pero al final asintió, poniéndose de pie con una timidez que me pareció adorable. Nos fuimos a la cocina, dejando atrás a Dante y Clara.
Allí, abrí los ingredientes que ya había preparado: harina, azúcar, mantequilla, chocochips. Olivia se arremangó y me miró de reojo, como si no entendiera qué hacía ahí.
—No soy muy buena en esto… —murmuró.
—Perfecto, yo tampoco. —Le sonreí—. Así si nos salen mal, nadie podrá culparnos individualmente.
Ella rió bajito, y ese sonido valía más que todas las películas que teníamos por delante. Entre la harina y los intentos de amasar, hubo momentos en los que nuestras manos se rozaban.
Yo fingía que no pasaba nada, pero por dentro estaba seguro de que el corazón me latía demasiado fuerte.
—Te ensuciaste —dije en un momento, señalando su mejilla.
Ella se llevó la mano para limpiarse, pero antes de que pudiera, pasé mi dedo por su piel y me reí.
—Listo.
Ella me miró con los ojos muy abiertos, sorprendida, y enseguida apartó la vista, colorándose.
Seguimos un rato más hasta que las galletas estuvieron en el horno.
Volvimos a la sala, donde Dante y Clara hablaban tan animados que parecía que ya se habían olvidado de nuestra ausencia. Buen signo.
Las películas siguieron, y yo vigilaba todo: Clara riéndose de algo que decía Dante, él encontrando cualquier excusa para acercársele, y Olivia a mi lado, con la cámara en las manos, como si estuviera tentada de inmortalizar el momento.