Adrian
Llevaba toda la mañana esperando el momento adecuado.
Ver a Olivia entre clases se estaba convirtiendo en una especie de hábito inconsciente. Buscaba su silueta entre la multitud, la forma en que recogía su cabello cuando se reía con Clara, o la manera en que sostenía su cámara, como si el mundo entero necesitara ser capturado por ella para tener sentido.
Y hoy… hoy estaba decidido.
La encontré sentada en la banca del patio junto a Clara, riéndose de algo que ella le mostraba en el celular.
Respiré hondo antes de acercarme. Cada paso me sonaba más fuerte en los oídos, como si mi cuerpo me advirtiera que estaba a punto de cruzar una línea invisible.
—Livie—la llamé con voz firme, aunque por dentro temblaba—. Necesito hablar contigo un momento.
Ella levantó la vista, sorprendida. Una expresión entre curiosidad y cautela apareció en su rostro.
—¿Ahora?. Estoy con Clara.
Iba a insistir, pero entonces escuché la voz de Dante desde unos metros más allá, llamando a Clara.
Ella se levantó rápidamente, mirándome con esa complicidad que me hacía querer agradecerle y odiarla al mismo tiempo.
—Ve con él, Clara. Yo me quedo aquí —dijo Olivia, un poco a la defensiva.
—De hecho… Dante me está llamando justo ahora —interrumpió Clara, sonriendo de forma sospechosa—. Vuelvo enseguida.
Y se fue, dejándonos solos, justo como habíamos planeado.
Olivia suspiró, resignada, sin más opción que mirarme.
—¿Qué es eso tan importante que no podías decir después? —preguntó, cruzando los brazos.
No respondí de inmediato. En lugar de eso, saqué mis auriculares y se los mostré.
—Otra vez —dije con una media sonrisa—. Escoge una canción.
Olivia arqueó una ceja, pero aceptó. Pasó su dedo por la lista de música en mi celular hasta que se detuvo en una canción en particular.
—Sparks de Coldplay —dijo suavemente—. Es… especial para mí.
Me limité a asentir y presioné play.
La melodía suave comenzó a envolvernos, creando un pequeño refugio en medio del bullicio del patio. Olivia cerró los ojos por un instante, como si se dejara llevar, y yo la observé en silencio, tratando de grabar ese instante en mi memoria.
La forma en que sus labios se curvaban apenas con la música, cómo el viento jugaba con su cabello… todo en ella era perfecto.
Y entonces sucedió algo que no esperaba
Ella recostó su cabeza sobre mi hombro.
Por un segundo, me quedé congelado. Mi respiración se entrecortó, y tuve que obligarme a no moverme bruscamente. El contacto era tan simple y tan abrumador a la vez que me sentí vulnerable, como si alguien hubiera atravesado todas mis defensas sin pedir permiso.
El mundo alrededor desapareció.
Solo estábamos Olivia, yo, y esa canción sonando entre nosotros como un pacto silencioso. Cerré los ojos un instante y me permití sentirlo: la calidez de su cercanía, la fragilidad de ese momento, la idea de que tal vez… ella empezaba a confiar en mí.
Cuando la canción terminó, Olivia se incorporó lentamente, como si también hubiera sentido lo irreal del instante.
Me miró de reojo, con un leve rubor en las mejillas.
Tragué saliva, sabiendo que si no hablaba ahora perdería la oportunidad.
—Livie—dije, mi voz sonó más baja de lo que esperaba—, este viernes quiero invitarte a salir. Solo tú y yo.
Sus ojos se abrieron un poco más, sorprendidos, y pude ver cómo se debatía entre la duda y la curiosidad.
Yo mantuve mi mirada fija en ella, intentando transmitirle que hablaba en serio, que no era un juego.
—Tengo un plan —continué—. Algo que creo que te va a gustar.
El silencio entre nosotros se volvió eterno hasta que, finalmente, Olivia sonrió con esa timidez que me desarma por completo.
—Está bien, Adrián… acepto.
No sé cómo describir lo que sentí en ese momento. E
ra como si una parte de mí hubiera estado conteniendo la respiración durante días y, al fin, pudiera soltarla. Sonreí, y aunque quise mantener la calma, no pude evitar que mis ojos brillaran un poco más de lo normal.
Ese viernes se convirtió en la promesa más esperada de mi semana
El silencio de mi habitación era casi ensordecedor cuando cerré la puerta detrás de mí. Mis padres ya estaban en la sala, y aunque escuchaba vagamente el noticiero que solían mirar cada noche, no me detuve a saludarlos.
No tenía ganas de lidiar con sus caras inquisitivas, mucho menos de dar explicaciones sobre mis planes.
Me dejé caer en la silla de mi escritorio, el mismo que estaba siempre cubierto de dibujos a medio terminar y hojas arrugadas.
Frente a mí, la lámpara apenas iluminaba el cuaderno donde había empezado a anotar ideas. Porque sí, necesitaba un plan. No podía invitar a Olivia a salir y simplemente improvisar. No con ella.
Abrí mi laptop y empecé a buscar opciones. Lugares, experiencias, todo lo que pudiera significar algo más que solo “pasar el rato”.
Olivia merecía más que eso, y yo… bueno, yo necesitaba que esa salida se quedara grabada en su memoria.
Lo primero que apareció en mi mente fueron las linternas voladoras.
Había escuchado de un evento cercano donde la gente se reunía para soltarlas al cielo, iluminando la oscuridad con miles de luces que parecían estrellas en movimiento. Solo la idea me pareció mágica, pero cuando recordé la forma en que Olivia hablaba de las cosas simples —las fotos, los paisajes, las canciones— supe que eso era perfecto.
Ella podría capturar el momento con su cámara, y yo podría verla sonreír bajo esa lluvia de luces.
Después, pensé en la música. Sabía cuánto le gustaba Coldplay, y que en su mundo las melodías eran algo más que ruido de fondo.
Así que busqué tiendas de discos que todavía vendieran vinilos, esos lugares con estantes de madera y olor a tiempo detenido. Podríamos perdernos entre portadas antiguas, hablar de canciones, tal vez dejar que ella elija un disco y escucharlo juntos.