Un Principio Pendiente

Capitulo 17:

Olivia

El camino de regreso a casa después de la cita fue más corto de lo que esperaba.

Quizás porque mi mente estaba tan ocupada dándole vueltas a lo que había pasado, que el tiempo simplemente se me escurrió entre los dedos.

Cuando Adrián estacionó frente a mi casa y dijo aquello de “despídete bien”, no supe qué esperar.

Y entonces, sin pensarlo demasiado, mis labios rozaron la comisura de los suyos. No fue un beso en toda regla, ni tampoco un gesto frío.

Fue… algo intermedio. Algo que me dejó un cosquilleo en el estómago y que ahora no puedo sacarme de la cabeza.

Entré a mi casa tratando de disimular mi sonrisa, pero apenas crucé la puerta mi madre notó algo raro en mí.

Respondí cualquier cosa, culpando al cansancio del día, y subí corriendo a mi habitación. Una vez allí, me dejé caer sobre la cama con el corazón aún acelerado. Cerré los ojos y lo reviví una y otra vez.

Su mirada fija en la mía, la cercanía, el calor de su respiración. Fue tan fugaz, pero suficiente para que mi mundo diera un pequeño vuelco.

Y aun así, entre toda esa emoción, apareció la otra cara de la moneda: mis dudas.

¿Qué significa realmente ese gesto?

¿Fue un simple arranque, un “hasta pronto” con un poco de más confianza?

¿O realmente es el inicio de algo que va más allá de la amistad?

Porque, siendo sincera, yo nunca he sido del tipo que se ilusiona rápido. He visto a muchas de mis amigas correr detrás de promesas que nunca se cumplen, y no quiero verme reflejada en ellas, terminando con un corazón hecho pedazos.

Con Adrián es distinto… pero precisamente por eso me da miedo.

Él es tan diferente de lo que yo esperaba. Me trata con una paciencia extraña, como si de verdad disfrutara escuchar lo que digo.

Y hoy, en el museo, se veía tan cómodo a mi lado que por un momento creí que esto podía ser real.

Pero luego recuerdo quién es: el chico aplicado, el que carga con las expectativas de su familia, el que parece tener el mundo encima. ¿De verdad va a tener tiempo, o incluso ganas, de fijarse en mí más allá de una salida espontánea?

Me giro en la cama, abrazando la almohada con fuerza. Una parte de mí quiere mandar un mensaje ahora mismo, preguntarle qué pensó del beso, si le gustó, si lo sintió como yo. Pero otra parte me grita que me contenga, que no sea tan obvia, que espere a que él dé el siguiente paso.

Lo peor es que me descubro sonriendo como una tonta al recordar su cara justo antes de que yo me bajara del auto. Esa media sonrisa que se le dibujó cuando me acerqué.

Esa mirada que parecía decirme algo que nunca se atrevió a poner en palabras. ¿Será que él también sintió el mismo cosquilleo? ¿

O simplemente fue educación, un juego, un reflejo?

Las inseguridades se mezclan con la ilusión en un vaivén que no me deja tranquila. Y aunque intento concentrarme en cualquier otra cosa —los deberes, mi ropa tirada en la silla, el reloj que avanza implacable—, inevitablemente todo me conduce de nuevo a lo mismo Adrián.

Sus palabras, su forma de mirarme, la foto que me tomó en el museo, su insistencia en despedirnos “bien”.

Quizá estoy exagerando, quizá no significa nada. Pero… ¿y si sí?

Me levanté de la cama y caminé hasta el espejo. Mi reflejo me devolvió la imagen de una chica con los labios todavía un poco sonrojados y los ojos brillantes.
—Estás feliz, aunque no quieras admitirlo —me dijo, apenas sonriendo.

De nuevo en la cama, abrí mi celular y repasé los mensajes de Adrián. Él había sido claro: le había dicho que quería pasar más tiempo con ella, que la encontraba hermosa en esa foto del museo. ¿Por qué entonces dudaba tanto?

“Porque no sé si merezco esto”, pensé

Esa era la raíz de todo.

Me sentía pequeña, insegura, incapaz de creer que alguien como él realmente pudiera mirarla de esa forma.

Me acomodó bajo las sábanas, cerrando los ojos con fuerza.
—Mañana… mañana será un buen día —me prometí, como si quisiera darme valor.

Y aunque la duda seguía presente, un calor suave en mi pecho le decía que tal vez, solo tal vez, estaba comenzando algo que valía la pena arriesgarse a sentir.

𖤓

El receso llegó más rápido de lo que esperaba.

No sé si fue por los nervios o por la emoción de saber que iba a pasarlo con Adrián, pero toda la mañana se me hizo un borrón. Cuando lo vi esperándome en el pasillo, apoyado contra la pared con ese aire distraído y los audífonos colgando del cuello, sentí un cosquilleo recorrerme la piel.

—Ven —me dijo con esa sonrisa suya que no necesitaba grandes gestos para transmitirme tranquilidad.

Lo seguí hasta uno de los bancos del patio, un lugar que no solía estar lleno de gente.

Me senté a su lado y él sacó el celular, como si hubiera estado pensando en algo todo el rato.

—Quiero que escuches esto —me dijo, extendiéndome un auricular.

Me lo puse, intrigada, y en cuanto la música empezó a sonar, un silencio extraño nos envolvió.

Reconocí la voz suave, melancólica, la atmósfera casi etérea de la canción.

Apocalypse.

La había escuchado antes, pero jamás así, jamás con la intención con la que él me la estaba mostrando.

—¿Por qué esta canción? —pregunté en voz baja, temiendo romper el momento.

Él se encogió de hombros, mirando hacia otro lado.
—Porque me recuerda a ti.

El corazón me dio un salto tan fuerte que tuve miedo de que se notara. Intenté reír, como si quisiera restarle importancia, pero mi voz salió temblorosa.
—¿A mí?

El asintió. Sus ojos finalmente se encontraron con los míos, y había algo tan sincero en su mirada que no pude escapar.
—Sí. No sé… hay algo en la letra, en la forma en que suena… Me hace pensar en ti, en cómo me siento cuando estoy contigo.

Tragué saliva, apretando mis manos sobre mis rodillas. No sabía qué responder. Todo lo que él decía me parecía tan intenso, tan real, que me daba miedo no estar a la altura de lo que significaba para él.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.