Un Principio Pendiente

Capitulo 18:

Adrian

Nunca pensé que un beso en la mejilla pudiera desarmarme tanto.
Ni siquiera fue en los labios, ni demasiado largo… pero cuando Olivia se inclinó hacia mí y sus labios rozaron la comisura, todo mi cuerpo se tensó como si acabara de recibir una descarga eléctrica.

—Te veo despues —me dijo bajito, y fue lo único que escuché durante varios segundos.

Me quedé ahí, parado en medio del pasillo, con una sonrisa idiota que no supe cómo ocultar.

El ruido de los demás estudiantes pasando, las risas, el sonido del timbre… todo se desvaneció.

Lo único que tenía en la mente era esa sensación tibia en la piel, como si todavía estuviera ahí.

Quise decir algo, detenerla, devolverle el gesto de alguna forma… pero ella ya se había alejado, con esas mejillas encendidas que me parecieron lo más adorable del mundo.

Dante me estaba mirando como si acabara de descubrir el secreto mejor guardado de la historia. Me lanzó una mirada que mezclaba complicidad con burla.

—Interesante despedida, hermano —soltó él, cruzándose de brazos cuando pasaron a mi lado.

Rodé los ojos, intentando disimular, pero el calor en mis orejas me delató.
—No empieces —lesadvertí, aunque por dentro estaba agradecido. Porque si él lo había visto, significaba que no lo había soñado.

Que realmente había sucedido.

Mientras caminaba hacia mi salón, con la mochila colgada de un hombro, me descubrí sonriendo solo. Y eso era raro en mí.

Muy raro.
Había algo en ella que lograba desarmar las murallas que llevaba tanto tiempo levantando. Su forma de mirar las cosas, de emocionarse con lo simple, de reírse nerviosa cuando se quedaba sin palabras… todo eso me atrapaba más de lo que quería admitir.

Pero entonces, como siempre, la sombra de mis inseguridades se coló en medio.
¿Qué tan real era esto para ella?

¿Había significado algo ese beso, o solo había sido un gesto inocente?

¿Y si estaba interpretando demasiado?

Me pasé la mano por el cabello, exhalando un suspiro que me quemaba el pecho. No quería ilusionarme de más.

No quería arriesgarme a que, al final, todo esto fuera solo un espejismo.

Sin embargo… cuando recordé su sonrisa, la forma en que apoyó su cabeza en mi hombro mientras escuchábamos Coldplay, y esa manera en la que aceptó salir conmigo sin pensarlo demasiado, supe que, por primera vez en mucho tiempo, quería arriesgarme.

No me importaba lo que pensaban mis padres, Olivia valía la pena
Y, aunque no lo entendiera del todo todavía, yo ya estaba cayendo.

☀︎

No sabía cómo lo hice, pero encontré el valor para ofrecerme a acompañarla a su casa. Quizá fue la excusa perfecta para prolongar un poco más el tiempo a su lado, quizá fue esa sensación en el pecho que me pedía quedarme, aunque solo fueran unos minutos más.

Ella me miró sorprendida, como si no esperara la propuesta, y después asintió con esa sonrisa tímida que tanto me desarma.

Comenzamos a caminar en silencio. El sol se estaba escondiendo, tiñendo el cielo con un naranja suave que parecía pintado para la ocasión.

Yo pensaba en mil cosas a la vez, buscando algo que decir, hasta que fue ella quien rompió el silencio con una pregunta que no vi venir.

—¿Podemos ir… de la manita? —su voz salió bajita, casi como si temiera sonar ridícula.

Me giré a verla, y la encontré con las mejillas encendidas, evitando mi mirada.

Por un instante me quedé inmóvil, sorprendido por la ternura de sus palabras, y entonces extendí mi mano hacia ella.
—Claro —respondí, y fue lo más sincero que pude decir.

Nuestros dedos se entrelazaron despacio, con cierta timidez al principio, hasta que finalmente su mano encajó perfecta en la mía.

Y ahí supe que no quería soltarla.

Era un gesto simple, sí, pero sentí como si hubiera atravesado todas las murallas que solía poner entre yo y los demás.

El camino hacia su casa se volvió corto, demasiado corto. Cada paso era un recordatorio de lo frágil y lo fuerte que podía ser este sentimiento. Ella sonreía, a veces apretaba mi mano suavemente, y yo solo podía pensar en que quería memorizar cada detalle de ese instante.

Cuando llegamos a su casa, me detuve frente a la puerta, sin querer dejarla ir todavía. Ella me miró con esos ojos que siempre parecen esconder universos enteros, y mi corazón comenzó a latir con fuerza.

Tragué saliva, respiré hondo y, con un impulso que salió de lo más profundo de mí, levanté mis manos y enmarqué su rostro con cuidado.

Mis dedos rozaron suavemente sus mejillas, y ella no se apartó; al contrario, se inclinó apenas hacia mí.

—¿Puedo… besarte otra vez? —pregunté en un susurro, temiendo arruinarlo todo si hablaba demasiado alto.

Sus labios se curvaron en una sonrisa nerviosa, y asintió.

Eso fue todo lo que necesité.

Me acerqué despacio, saboreando el momento, hasta que nuestras bocas se encontraron. Fue un beso distinto al primero, menos impulsivo, más consciente. Sentí el calor de sus labios, suaves y temblorosos contra los míos, y mi corazón parecía desbordarse dentro del pecho.

No había ruido, no había mundo alrededor. Solo ella y yo, sosteniéndonos en ese instante que parecía eterno.

Cuando nos separamos, apenas unos centímetros, seguí sosteniendo su rostro, como si me negara a soltarla del todo. Ella mantenía los ojos cerrados, con esa expresión que me hizo querer volver a besarla una y otra vez.

—Buenas noches, Olivia —murmuré, con la voz más ronca de lo normal.

—Buenas noches, Adrián —respondió ella, y esa fue la despedida más perfecta que pude imaginar.

Mientras me alejaba, todavía podía sentir el eco de su mano entrelazada con la mía y el calor de su beso en mis labios. Y supe, con una certeza innegable, que esto apenas estaba comenzando.




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